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Para entonces Chamcha sufría violentas arcadas provocadas por su comida y se obligaba a no vomitar, porque sabía que semejante error no haría sino prolongar sus desdichas. Gateaba por el suelo del furgón, buscando las bolitas de su tortura que rodaban de un lado al otro, y los policías, que necesitaban una válvula de escape para la frustración engendrada por el rapapolvo del oficial de inmigración, empezaron a insultar rotundamente a Saladin y a tirar del pelo de su anca, para aumentar su incomodidad y su bochorno. Luego, los cinco policías, con acento de desafío, iniciaron su propia versión de la conversación de los funcionarios de inmigración y se pusieron a analizar los méritos de diversas artistas de cine, jugadores de dardos, luchadores profesionales y similares; pero, puesto que la arrogancia de «Jockey» Stein les había puesto de mal humor, no conseguían mantener el tono abstracto e intelectual de sus superiores y empezaron a pelearse acerca de los respectivos méritos del equipo del Tottenham Hotspur que consiguió el «doblete» en los años sesenta y el poderoso Liverpool de la actualidad, conversación en la que los partidarios del Liverpool provocaron a los fans del Tottenham diciendo que el gran Danny Blanchflower era un jugador «de lujo», un bollito de crema, flor por el apellido y por naturaleza, a lo que la afición ofendida respondió gritando que, en el Liverpool, los sarasas eran los seguidores, que los del Tottenham podían despedazarlos con los brazos atados a la espalda. Desde luego, todos los policías estaban familiarizados con las técnicas de los hooligans futboleros, ya que habían pasado muchos sábados de espaldas al campo, vigilando a los espectadores en los diversos estadios del país, y a medida que la discusión se acaloraba, llegaron al extremo de desear demostrar a sus colegas oponentes exactamente lo que quería decir aquello de «despedazar», «zumbar», «embotellar» y demás. Los coléricos bandos se miraban con ojos llameantes y de repente, todos a la vez, se volvieron contra la persona de Saladin Chamcha. Bien, el barullo en el furgón era cada vez mayor -y es cierto que Chamcha en parte era responsable, porque él había empezado chillando como un cerdo- y los jóvenes bobbies pateaban y sacudían diversas partes de su anatomía utilizándolo al mismo tiempo de conejo de Indias y de válvula de escape, procurando, eso sí, a pesar de su excitación, limitar los golpes a las partes más blandas y carnosas, a fin de reducir al mínimo el riesgo de fracturas y hematomas; y cuando Jockey, Kim y Joey vieron lo que hacían sus subordinados, optaron por la tolerancia, porque hay que dejar que los chicos se diviertan.

Además, aquella conversación acerca del espectáculo indujo a Stein, Bruno y Novak al examen de asuntos de más trascendencia y ahora, con expresión solemne y voces graves, hablaban de la necesidad, en este día y época, de aumentar la observación, no simplemente en el sentido de «mirar», sino en el de «vigilar». La experiencia de los jóvenes policías era extraordinariamente importante, declaró Stein: mirar al público, no al juego. «La vigilancia permanente es el precio de la libertad», proclamó.

«Eech -gritó Chamcha, incapaz de evitar la interrupción-. Aaaj, unnnch, ouoooo.»

* * *

Al cabo de un tiempo, invadió a Saladin una extraña abulia. No tenía la menor idea de cuánto tiempo llevaban viajando en el furgón de sus desdichas, ni hubiera podido aventurar una suposición acerca de la proximidad de su destino, a pesar de que en sus oídos repicaba con más y más fuerza el sonsonete de eleoene, deerreeese, Londres. Los golpes que llovían sobre él los sentía suaves como caricias de enamorada; la grotesca visión de su cuerpo transformado ya no le horrorizaba; incluso las últimas bolitas de cabra habían dejado de remover su martirizado estómago. Aturdido, se acurrucó en su pequeño mundo, tratando de hacerse lo más pequeño posible, con la esperanza de que al fin conseguiría desaparecer del todo y así recobrar la libertad.

La conversación acerca de técnicas de vigilancia había reunido a funcionarios de inmigración y policías, limando la aspereza de las palabras de severa reprimenda de Stein. Chamcha, el insecto en el suelo del furgón, oía, lejanas, como a través de un auricular telefónico, las voces de sus captores que hablaban animadamente de la necesidad de aumentar el material de vídeo en los espectáculos públicos y de las ventajas de la informática y, lo que parecía ser una contradicción, de la eficacia de dar un pienso enriquecido a los caballos de la policía la noche antes de un partido importante, porque cuando los desarreglos digestivos de la caballería rociaban de mierda a las masas siempre las provocaban a la violencia, y entonces nosotros podemos entrar a modo. Chamcha, incapaz de conseguir que este universo de telefilmes, partidodelajornada, policías y ladrones formara un conjunto coherente, cerró los oídos a la cháchara y se quedó escuchando la palabra que era deletreada en su cerebro.

Entonces saltó la chispa.

«¡Pregunten al ordenador!»

Tres funcionarios de inmigración enmudecieron cuando la hedionda criatura se irguió y les chilló. «¿Qué dice? -preguntó el más joven de los policías, uno de los hinchas del Tottenham por cierto, con aire dubitativo-. ¿Le atizo?»

«Yo me llamo Salahuddin Charnchawala, nombre artístico Saladin Chamcha -gimió el semichivo-. Soy miembro de Actors' Equity, la Asociación Automovilística y el Garrick Club. El número de matrícula de mi coche es talytal. Pregunten al ordenador. Por favor.»

«¿A quién se la quieres dar? -preguntó uno de los hinchas del Liverpool, pero parecía inseguro-. Mírate, tú eres un "paki" de mierda. ¿Sally-qué? ¿Qué nombre es ése para un inglés?»

Chamcha encontró en algún sitio un punto de indignación. «¿Y ellos? -preguntó señalando con un movimiento de cabeza a los funcionarios de inmigración-. Por el nombre, no me parecen muy anglosajones.»

Durante un momento, dio la impresión que todos iban a echársele encima y descuartizarlo por su temeridad, pero al fin el oficial Novak, cara de calavera, se limitó a darle varios cachetes mientras respondía: «Yo soy de Weybridge, capullo. Fíjate bien: Weybridge, donde vivían los jodidos Beatles.»

«Vale más que lo comprobemos», dijo Stein. Tres minutos y medio después, el furgón se detenía y los tres funcionarios de inmigración, los cinco agentes de policía y un conductor celebraban una conferencia de urgencia -estamos en un atolladero de mierda- y Chamcha observó que ahora los nueve volvían a parecerse, que la tensión y el miedo los igualaban. No tardó en comprender que la llamada al Ordenador Central de la Policía, que prestamente lo había identificado como Ciudadano Británico de Primera, lejos de mejorar su situación, le había colocado en una situación más peligrosa todavía.

«Podríamos decir que lo encontramos en la playa, sin sentido», dijo uno de los nueve. «No vale -fue la respuesta-, a causa de la vieja y el fulano.» «Bien, pues se resistió al arresto, se puso violento y, en el altercado, se desmayó.» «O la vieja chocheaba y no había manera de entenderla y el otro tío, comosellame, no dijo ni mu, y en cuanto a este fulano, no hay más que verlo, tiene la mismísima pinta del diablo, ¿qué podíamos pensar nosotros?» «Y entonces va y se nos desmaya, de manera que qué podíamos hacer nosotros, pregunto yo, Señoría, sino llevarlo a la enfermería del Centro de Detenidos, para que lo atendieran y tuvieran en observación e interrogaran, según las normas para estos casos. ¿Qué os parece algo por el estilo?» «Somos nueve contra uno, pero la vieja y el otro fulano lo lían todo.» «Mira, luego lo pensamos, ahora lo primero, insisto, es dejarlo inconsciente.» «De acuerdo.»

* * *