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Los periódicos de la mañana mostraban menos ambigüedad al referirse a la última actuación de Farishta. Farishta, SOSPECHOSO, SE ESCONDE.

«Vuelvo a Scandal Point», dijo Salahuddin a Zeeny, que, interpretando erróneamente esta retirada a una esfera más íntima del espíritu, se disparó: «Mister, vale más que te decidas de una vez.» Él, al marcharse, no supo qué decir para tranquilizarla; ¿cómo explicarle su agobiante sensación de culpabilidad, de responsabilidad; cómo decirle que aquellas muertes eran las Oscuras flores de unas semillas que él plantara hacía tiempo? «Necesito pensar -dijo en voz baja, con lo que confirmó las sospechas de ella-: Sólo un día o dos.» «Salad baba -dijo Zeeny secamente-, tengo que reconocer que tu sentido de la oportunidad es realmente fabuloso.»

* * *

La noche después de su participación en la cadena humana, Salahuddin Chamchawala contemplaba por la ventana del dormitorio de su infancia las formas nocturnas del mar de Arabia cuando Kasturba dio unos rápidos golpes en la puerta con los nudillos. «Un hombre pregunta por ti», dijo casi en un siseo, evidentemente asustada. Salahuddin no había visto a nadie entrar por la puerta. «Ha llamado a la puerta de servicio -dijo Kasturba en respuesta a su pregunta-. Y, escucha, baba, es ese Gibreel. Gibreel Farishta, del que los periódicos dicen…» Su voz se apagó y ella se mordió nerviosamente las uñas de la mano izquierda. «¿Dónde está?»

«¿Qué podía hacer? Tuve miedo -dijo Kasturba-. Lo hice pasar al estudio de tu padre. Te espera allí. Pero será mejor que no vayas. ¿Llamo a la policía? Baapu ré, qué cosas.»

No. No llames. Iré a ver qué quiere.

Gibreel estaba sentado en la cama de Changez, con la vieja lámpara en las manos. Llevaba un pijama kurta blanco sucio y ofrecía el aspecto del hombre que ha dormido en malas condiciones. Tenía los ojos extraviados, mates, muertos. «Compa -dijo con cansancio, señalando una butaca con un movimiento de la lámpara-. Como si estuvieras en tu casa.»

«Tienes un aspecto horrible», aventuró Salahuddin, recibiendo del otro una sonrisa distante, cínica, desconocida. «Siéntate y calla, compa -dijo Gibreel Farishta-. He venido a contarte un cuento.»

Entonces fuiste tú, comprendió Salahuddin. Tú lo hiciste: tú asesinaste a los dos. Pero Gibreel había cerrado los ojos, unido las yemas de los dedos y empezado a contar su historia, que era también el final de muchas historias, de esta manera:

Kan ma kan
Fi qadim azzaman…
* * *

Tal vez sí tal vez no hace mucho mucho tiempo

Bueno algo por el estilo

No estoy seguro porque cuando vinieron a verme yo no era yo no yaar no era yo en absoluto hay días muy duros cómo decirle lo que es la enfermedad algo así pero no puedo estar seguro

Siempre hay una parte de mí que está fuera gritando no por favor no lo hagas pero no sirve de nada sabes cuando llega el mal

Yo soy el ángel el maldito ángel de dios y estos días es el ángel vengador Gibreel el vengador siempre la venganza por qué

No puedo estar seguro algo así por el delito de ser humano

y sobre todo mujer pero no exclusivamente la gente debe pagar

Algo así

Él me la trajo con buena intención ahora lo sé él sólo quería que hiciéramos las paces es que-que-que no ves

me dijo que ella no te ooo-olvida ni mucho menos y tú dijo estás lo-lo-loco por ella todos lo saben él sólo quería que hiciéramos que hiciéramos que hiciéramos

Pero yo oí versos

Tú me entiendes, compa

V e r s o s

Manzana colorada tarta de limón sin sin son

Me gusta el café me gusta el té

Azul la violeta perfumado el huerto acuérdate de mí cuando haya muerto muerto muerto

Cosas por el estilo

No podía sacármelos de la cabeza y ella se transformó delante de mis ojos yo la insulté puta y cosas así y a él yo lo conocía bien

Sisodia degenerado de ya sabes dónde yo sabía lo que ellos pretendían

reírse de mí en mi propia casa algo así

Me gusta la manteca me gusta la tostada

Versos compa quién se inventará esas cosas

Y entonces invoqué la ira de Dios le señalé con el dedo le disparé al corazón pero ella pécora pensaba yo pécora fría como el hielo

allí quieta esperando esperando sin más y entonces no sé no estoy seguro no estábamos solos

Algo así

Allí estaba Rekha flotando en su alfombra tú la recordarás compa

tienes que acordarte de Rekha en su alfombra cuando caíamos y alguien más un tipo raro vestido de escocés a lo gora

no entendí el nombre

Ella no sé si los veía o no los veía no estoy seguro estaba quieta

Fue idea de Rekha llévala arriba la cumbre del Everest cuando llegas a lo alto ya sólo puedes ir hacia abajo

la señalé con el dedo subimos

yo no la empujé

Rekha la empujó

Yo no la habría empujado

compa

Compréndeme compa

Maldita sea

yo quería a esa mujer

* * *

Salahuddin pensaba cómo Sisodia, con su extraño don para el encuentro casual (con Gibreel al casi atrepellarlo en Londres, con el propio Salahuddin al volverse éste, despavorido, delante de la puerta de un avión y ahora, al parecer, con Alleluia Cone en el vestíbulo del hotel), finalmente había ido a tropezarse con la muerte; y pensaba también en Allie, menos afortunada que él en su caída, que (en vez de su ansiada ascensión al Everest en solitario) había hecho este fatal e ignominioso descenso, y en que ahora él iba a morir por sus versos, y no podía decir que la sentencia de muerte fuera injusta.

Sonaron golpes en la puerta. Abran, por favor. Policía. Vaya, después de todo, Kasturba los había llamado.

Gibreel levantó la tapa de la lámpara maravillosa de Changez Chamchawala, que cayó al suelo tintineando.

Ha escondido una pistola dentro de la lámpara, advirtió Salahuddin. «Cuidado -gritó-. Aquí dentro hay un hombre armado.» Los golpes cesaron, y entonces Gibreel pasó la mano por el costado de la lámpara maravillosa: una, dos, tres veces.

La pistola saltó a su otra mano.

Apareció un temible jinnee de monstruosa estatura, recordó Salahuddin. «¿Cuáles son tus deseos? Yo soy el esclavo del que posee la lámpara.» Cómo te limita un arma, pensaba Salahuddin, sintiéndose extrañamente distante de los hechos. Lo mismo que Gibreel, cuando le dominaba la enfermedad. Sí, realmente, te condiciona. Porque qué pocas eran las opciones, ahora que Gibreel era el armado y él, Salahuddin, el desarmado; ¡cómo se había reducido el universo! Los verdaderos djinns de antaño tenían el poder de abrir las puertas del Infinito, de hacer posibles todas las cosas, de hacer que pudieran obrarse todos los prodigios; qué banal, en comparación, era este trasgo moderno, este descendiente degenerado de antepasados poderosos, este débil esclavo de una lámpara del siglo veinte.

«Hace mucho tiempo -dijo Gibreel Farishta suavemente-, te dije que si un día me convencía de que la enfermedad nunca iba a dejarme, que seguiría acometiéndome, no podría soportarlo.» Entonces, muy de prisa, antes de que Salahuddin pudiera mover un solo dedo, Gibreel se puso el cañón de la pistola en la boca; y apretó el gatillo; y quedó liberado.

Salahuddin estaba en la ventana de su niñez, contemplando el mar de Arabia. La luna era casi llena; su reflejo, que se extendía desde las rocas de Scandal Point hasta el horizonte, creaba la ilusión de un camino plateado, como una división en el pelo brillante del agua, como una senda hacia tierras milagrosas. Él sacudió la cabeza; ya no podía creer en cuentos de hadas. La niñez había terminado, y la vista desde esta ventana no era más que un viejo eco sentimental. ¡Al diablo con todo ello! Que vinieran los bulldozers. Si lo viejo se resistía a morir, lo nuevo no podría nacer.