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Resultó que el viento soplaba con fuerza en la playa y que la temperatura había descendido de una manera drástica. Faith se abotonó la camisa pero, a pesar del frío, se quitó las sandalias y las sostuvo en la mano.

– Me gusta sentir la arena -explicó a Lee. La marea estaba baja por lo que tenían a su disposición una playa ancha para pasear. En el cielo había algunas nubes dispersas, brillaba una luna casi llena y las estrellas les lanzaban sus destellos. A lo lejos, en el agua, vieron el parpadeo de lo que probablemente fuera la luz de un barco o una boya. Salvo por el ulular del viento, reinaba un silencio absoluto. No había coches, ni televisores a todo volumen, ni aviones, ni otras personas.

– La verdad es que aquí fuera se está bien -dijo finalmente Lee mientras contemplaba a un cangrejo que caminaba de lado hacia su diminuta morada. Un tubo de PVC sobresalía de la arena. Lee sabía que los pescadores introducían las cañas en el tubo vacío cuando pescaban desde la orilla.

– He pensado en trasladarme aquí de forma permanente -comentó Faith. Se apartó de él y se adentró en el agua hasta que le llegó por encima de los tobillos. Lee se despojó de sus zapatos, se arremangó los pantalones y se unió a ella.

– Está más fría de lo que pensaba -dijo-. No apetece ponerse a nadar.

– No te imaginas lo estimulante que puede llegar a ser un baño en agua fría.

– Tienes razón, no me lo imagino.

– Estoy segura de que te lo han preguntado un millón de veces, pero ¿cómo te convertiste en investigador privado?

Lee se encogió de hombros y dirigió la vista hacia el océano.

– En cierto modo la vida me llevó a eso. Mi padre era ingeniero y, al igual que a él, me gustaban los artilugios. Pero los estudios se me daban peor que a él. Era una especie de rebelde, como tú. Pero no fui a la universidad. Me alisté en la Marina.

– Por favor, dime que pertenecías al cuerpo de elite de la Marina. Así dormiré mejor.

Lee sonrió.

– Apenas sé disparar. No sé construir un dispositivo nuclear con palillos y envoltorios de chicle y, la última vez que lo intenté, no conseguí reducir a un hombre con sólo presionarle la frente con el pulgar.

– Bueno, creo que de todos modos seguiré contigo. Perdona que te haya interrumpido.

– No pasa nada. En la Marina estudié telefonía, comunicaciones, ese tipo de cosas. Me casé, tuve una hija. Dejé el servicio y trabajé en la compañía telefónica como técnico de averías. Luego perdí a mi hija en un divorcio muy reñido y amargo. Dejé el trabajo, respondí al anuncio de una empresa de seguridad privada en el que pedían a alguien experto en vigilancia electrónica. Supuse que con mi formación técnica podría aprender lo que me hacía falta. Me dediqué de lleno al trabajo. Fundé mi propia agencia de investigación privada, conseguí algunos clientes buenos, metí la pata en algunas ocasiones pero logré afianzarme en el negocio. Y ahora soy el director de un imperio poderoso.

– ¿Cuánto hace que te divorciaste?

– Mucho tiempo. -El la miró-. ¿Por qué?

– Por curiosidad. ¿Has estado cerca del altar desde entonces?

– No. Supongo que me horroriza cometer los mismos errores. -Se introdujo las manos en los bolsillos-. Para serte sincero, los problemas venían de ambos lados. No soy una persona con quien resulte fácil convivir. -Sonrió-. Pienso que Dios crea a dos tipos de personas: las que deben casarse y procrear y las que deben estar solas y mantener relaciones sexuales sólo por placer. Creo que pertenezco a este último grupo. Aunque no es que haya tenido muchos placeres últimamente.

Faith bajó los ojos.

– Guárdame un poco de sitio.

– Descuida. Hay mucho espacio. -Él le tocó el codo-. Hablemos. No nos queda demasiado tiempo.

Faith lo condujo hacia la parte superior de la playa y se dejó caer con las piernas cruzadas en una extensión de arena seca. Lee se sentó junto a ella.

– Por dónde quieres empezar? -inquirió ella.

– ¿Qué te parece por el principio?

– No, me refiero a si quieres que primero te lo cuente todo yo o si prefieres confiarme antes tus secretos.

Él pareció sorprenderse.

– ¿Mis secretos? Lo siento, ya no me quedan.

Ella tomó un palo, dibujó las letras d y b en la arena y lo miró.

– Danny Buchanan. ¿Qué sabes de él?

– Lo que te dije, que es tu socio -respondió él.

– También es el hombre que te contrató.

Lee fue incapaz de articular palabra por unos instantes.

– Ya te he dicho que no sé quién me contrató.

– Cierto. Eso es lo que me has dicho -repuso Faith.

– ¿Cómo sabes que me contrató?

– Cuando estaba en tu despacho escuché un mensaje de Danny, que parecía muy ansioso por saber dónde estaba yo y qué habías descubierto tú. Dejó su número de teléfono para que lo llamaras. Nunca lo había oído tan angustiado. Supongo que yo también lo estaría si alguien a quien yo hubiera mandado matar siguiera vivito y coleando.

– ¿Estás segura que el del teléfono era él?

– Llevo quince años trabajando con él; creo que conozco su voz. ¿Tú no lo sabías?

– No, no lo sabía.

– No es una respuesta muy convincente.

– Supongo que sí -admitió-. Pero resulta que es cierto. -Tomó un puñado de arena y la dejó deslizarse entre sus dedos-. Entonces imagino que esa llamada telefónica es la razón por la que intentaste darme esquinazo en el aeropuerto… No confías en mí.

Faith se humedeció los labios secos y vislumbró la pistola enfundada, que se entreveía cuando el viento abría la chaqueta de Lee.

– Si, que confío en ti, Lee. De lo contrario, no estaría sentada en una playa solitaria por la noche con un hombre armado que, en gran medida, continúa siendo un extraño para mí.

Lee dejó caer los hombros.

– Me contrataron para que te siguiera, Faith. Eso es todo.

– ¿No intentas averiguar primero si las intenciones del cliente son legítimas?

Lee empezó a decir algo pero se calló. Aquélla era una pregunta razonable. Lo cierto es que últimamente no había tenido mucho trabajo y aquel encargo iba a proporcionarle unos ingresos de lo más oportunos. Y en el expediente que le habían entregado había una foto de Faith. Y luego la había visto en persona. Bueno, ¿qué demonios podía decir? La mayoría de sus objetivos no eran tan atractivos como Faith Lockhart. En la foto su rostro denotaba vulnerabilidad. Después de conocerla, se percató de que esa impresión no era del todo cierta. No obstante, la combinación de belleza y vulnerabilidad era muy atractiva para él; para cualquier hombre.

– Normalmente me gusta reunirme con el cliente, conocerlo a él y sus intenciones antes de aceptar el trabajo.

– ¿Pero en esta ocasión no?

– Era un poco difícil porque no sabía quién me había contratado.

– Así pues, en vez de devolver el dinero, aceptaste la oferta y te pusiste a seguirme… a ciegas, por así decirlo.

– No veía nada malo en el hecho de seguirte.

– Pero podrían haber estado utilizándote para localizarme.

– No se puede decir que estuvieras precisamente escondida.

Como he dicho, pensé que quizá tenías alguna aventura. Cuan-

do entré en la casa me di cuenta de que no era el caso. El resto de los acontecimientos de la noche no hicieron más que confirmar esa conclusión. En realidad, eso es todo lo que sé.

Faith dejó que su vista se perdiera en el océano, en el horizonte, donde el agua se juntaba con el cielo. Era una especie de colisión visual que se producía en todo momento y que, por alguna razón, resultaba reconfortante. Le hacía concebir esperanza aunque probablemente no tuviera otros motivos para albergarla. Aparte del hombre sentado a su lado, quizá.

– Volvamos a la casa -propuso ella.