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Lord señaló a Jack.

Sullivan se reclinó en la silla y contempló al joven. Después se levantó con una rapidez que sorprendió a Jack. El multimillonario le sujetó la mano con una fuerza tremenda.

– Llegará muy lejos, jovencito. ¿Le importa si le acompaño?

Lord mostraba la expresión de un padre orgulloso. Jack no podía dejar de sonreír. Ya casi se había olvidado de lo que era batear una pelota fuera del campo.

En cuanto Sullivan se marchó, Jack y Sandy volvieron a la mesa.

– Reconozco que no era una misión fácil. ¿Cómo te sientes?

– Como si me hubiese acostado con la chica más bonita del instituto -respondió Jack-. Siento un hormigueo por todo el cuerpo.

– Será mejor que te vayas a casa y duermas un poco -le recomendó Lord con una carcajada-. Es probable que Sullivan esté llamando a su piloto desde el coche. Al menos hemos conseguido que no piense en aquella puta.

Jack no escuchó la última parte de la frase en la prisa por marcharse. Ahora, por una vez en mucho tiempo, se sentía bien. Nada de preocupaciones, sólo posibilidades. Miles de posibilidades.

Aquella noche se lo contó todo a una muy entusiasta Jennifer Baldwin. Después de cenar una fuente de ostras y champán bien frío, la pareja disfrutó del mejor sexo de todo el noviazgo. Esta vez, los techos altos y los murales no preocuparon a Jack. De hecho, comenzaban a gustarle.