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– Lo hicimos entre todos. Tuvimos que levantar la cama y la cómoda. Pesaban un par de toneladas cada una. Todavía me duele la espalda. -Jerome estiró el brazo y cogió una fiambrera del asiento trasero-. No tuve tiempo de desayunar esta mañana -explicó mientras sacaba un plátano y una galleta.

Frank se movió incómodo en el asiento destartalado. Un trozo de metal se le clavó en la espalda. El interior del coche apestaba a tabaco.

– ¿En algún momento estuvo alguno de los dos a solas en el dormitorio de los dueños o en algún otro lugar de la casa?

– Siempre había alguien en la casa. El tipo tenía un montón de gente trabajando allí. Cualquiera de los dos pudo ir solo a la planta alta. No les vigilé. No era asunto mío.

– ¿Cómo fue que Rogers y Budizinski trabajaron con usted aquel día?

– Ahora que lo pienso no lo sé -contestó Jerome después de una pausa-. Sé que era un trabajo de primera hora. Quizá porque fueron los primeros en llegar. A veces es lo único que hace falta.

– Entonces, si sabían por anticipado que iban a ir allí a primera hora y se presentaron aquí antes que los demás, ¿se podían enganchar con usted?

– Sí, es posible. Mire, sólo buscamos fuerza, ¿entiende lo que le digo? No hace falta ser doctor para hacer esta mierda.

– ¿Cuándo fue la última vez que los vio?

El hombre arrugó la cara, dio un bocado al plátano.

– Hace un par de meses, quizá más. Buddy se marchó primero, nunca dijo por qué. Los tipos van y vienen. Yo llevo aquí más tiempo que cualquier otro, excepto el señor Patterson. Creo que el Listo se mudó.

– ¿Sabe dónde?

– Recuerdo que dijo algo sobre Kansas. Una obra. Era carpintero. Vino a parar aquí por culpa de la crisis. Sabía usar las manos.

Frank escribió la información mientras Jerome acababa de desayunar. Regresaron al garaje juntos. Frank miró en el interior de la furgoneta, las mangueras, los aspiradores, las botellas y el equipo de limpieza pesado.

– ¿Esta es la furgoneta que utilizó para ir a la casa de los Sullivan?

– Es mi furgoneta desde hace tres años. La mejor de la empresa.

– ¿Siempre lleva el mismo equipo?

– Así es.

– Entonces le conviene buscarse otra furgoneta por algún tiempo.

– ¿Qué? -Jerome se bajó del asiento del conductor.

– Hablaré con Patterson. Se la incauto.

– ¿Es coña?

– No, Jerome, me temo que no.

– Walter, te presento a Jack Graham. Jack, Walter Sullivan. -Sandy Lord se sentó con todo el peso en el sillón. Jack estrechó la mano de Sullivan y entonces el hombre se sentó delante de la mesa pequeña de la sala de conferencias número cinco. Eran las ocho de la mañana y Jack llevaba en la oficina desde la seis después de pasarse dos noches en blanco. Ya se había bebido tres tazas de café y se sirvió una cuarta de la cafetera de plata.

– Walter, le conté a Jack el trato con Ucrania. Repasamos toda la estructura. El informe de Hill es muy bueno. Richmond apretó los botones correctos. El Oso está muerto. Kiev se lleva la zapatilla de cristal. Tu muchacho se ha salido con la suya.

– Es uno de mis mejores amigos. Es lo menos que espero de ellos. Pero pensaba que ya teníamos bastantes abogados metidos en este asunto. ¿Intentas hinchar la factura, Sandy? -Sullivan se levantó para mirar a través de la ventana el cielo cristalino de primera hora de la mañana que prometía un día hermoso. Jack le miró de soslayo mientras tomaba notas del curso intensivo sobre el último negocio del millonario. Sullivan no parecía interesado en lo más mínimo en completar la operación multimillonaria. Jack no sabía que los pensamientos del anciano estaban puestos en un depósito de Virginia, recordando un rostro.

Jack se había quedado mudo cuando Lord le había escogido con mucha ceremonia para actuar como su segundo en la mayor transacción que tenía en marcha la firma, saltándose a varios de los principales socios y a una legión de asociados con más antigüedad que la de Jack. Los resentimientos ya circulaban por los pasillos alfombrados. A estas alturas a Jack no le importaba. Ellos no tenían a Ransome Baldwin de cliente. Sin importar cómo lo había conseguido, ahora tenía todo el respaldo del mundo. Estaba harto de sentirse culpable por su posición. Este era el caso que Lord había elegido para ponerle a prueba, aunque no lo había dicho explícitamente. Bueno, si quería amarrar el trato, Jack lo haría. Aquí no tenía ninguna importancia el rollo filosófico y lo correctamente político. Sólo contaban los resultados.

– Jack es uno de nuestros mejores abogados. Es el lince legal de Baldwin.

– ¿Ransome Baldwin? -preguntó el viejo.

– Sí.

Sullivan miró a Jack con otros ojos y después volvió a mirar a través de la ventana.

– Sin embargo, nuestro margen de oportunidad es cada vez más estrecho a medida que pasan los días -continuó Lord-. Necesitamos que firmen y asegurarnos de que Kiev se entere de qué deben hacer.

– ¿No te puedes ocupar tú?

Lord miró a Jack y otra vez a Sullivan antes de responder.

– Claro que puedo, Walter, pero no des por hecho que puedes abdicar ahora mismo. Todavía tienes mucho que hacer. Tú fuiste el que les convenció. Tu participación es absolutamente necesaria desde el punto de vista de todas las partes. -Sullivan no se movió-. Walter, esta es la culminación de tu carrera.

– Lo mismo dijiste la última vez.

– ¿Qué quieres que haga si tú no dejas de superarte? -replicó Lord.

Por fin, casi de una forma imperceptible, Sullivan sonrió, por primera vez desde que la llamada telefónica desde Estados Unidos había destrozado su vida.

Lord se relajó un poco mientras miraba a Jack. Había ensayado el paso siguiente varias veces.

– Te recomiendo que vayas allí con Jack. Reparte unos cuantos apretones de manos, palmea los hombros de la gente adecuada, enséñales que todavía controlas al tigre. Lo necesitan. El capitalismo todavía es un juego nuevo para ellos.

– ¿Y qué hará Jack?

Lord le hizo un gesto a Jack. El joven dejó su silla y se acercó a la ventana.

– Señor Sullivan, durante las últimas cuarenta y ocho horas he estudiado todos los aspectos de este asunto. Todos los abogados que trabajan en la casa sólo conocen una parte. Excepto Sandy, no hay nadie más en la firma mejor enterado que yo de lo que quiere conseguir.

– Esa es una afirmación muy seria.

– Bueno, es un asunto muy serio, señor.

– ¿Así que sabe lo que quiero conseguir?

– Sí, señor.

– De acuerdo. ¿Por qué no me lo explica? -Sullivan volvió a su silla, cruzó los brazos y miró a Jack esperando sus palabras. Jack no se demoró en tragar saliva ni en tomar aliento.

– Ucrania tiene una reserva inmensa de recursos naturales, todo lo que la industria pesada del mundo utiliza y quiere. El asunto es cómo sacar los recursos de Ucrania con un coste y un riesgo mínimos, considerando la situación política del país.

Sullivan descruzó los brazos, se irguió en la silla y bebió un trago de café.

– El cebo es que usted quiere que Kiev crea que las exportaciones realizadas por su compañía se verán compensadas con inversiones en Ucrania. Una inversión a largo plazo que, a mi juicio, usted no quiere asumir.

– Durante la mayor parte de mi Vida adulta he tenido pánico de los comunistas. Creo tanto en la perestroika y la glásnost como en las hadas. Considero como deber patriótico despojar a los comunistas de todo lo que pueda. Dejarlos sin medios para dominar al mundo, que es su plan a largo plazo, a pesar de este reciente sarampión democrático.

– Así es, señor. «Despojar» es la palabra clave. Despojarles de lo que tienen antes de que se autodestruyan o ataquen. -Jack hizo una pausa para observar las reacciones de los dos hombres. Lord miraba el techo, con una expresión indescifrable.

– Adelante -le animó Sullivan-. Se acerca a lo más interesante.

– La parte interesante es cómo montar el acuerdo para que Sullivan y Compañía enfrenten un mínimo de riesgos y obtengan los máximos beneficios. Usted podrá actuar como agente intermediario o comprar directamente en Ucrania y vender a las multinacionales. Usted invertirá una parte mínima de las ganancias en Ucrania.

– Correcto. En unos años el país se quedará sin recursos, y yo habré conseguido un beneficio neto de unos dos mil millones.

Jack miró una vez más a Lord, que ahora escuchaba con atención, bien erguido en la silla. Había llegado el momento de lanzar el anzuelo. A Jack se le había ocurrido el día anterior.

– Pero ¿por qué no sacar de Ucrania aquello que los hace peligrosos? -preguntó Jack-. Significaría triplicar sus beneficios.

– ¿Cómo? -preguntó Sullivan, que le miró con ojos de águila.

– mbai. Misiles balísticos de alcance intermedio. Ucrania tiene una carretada. Y ahora que el tratado de no proliferación de 1994 es papel mojado, esos cacharros vuelven a ser un quebradero de cabeza para Occidente.

– ¿Qué me sugiere? ¿Que los compre?¿Qué diablos voy a hacer con ellos?

Jack vio cómo Lord se inclinaba hacia delante muy interesado.

– Los puede comprar a precio de saldo -añadió Jack-, quizá por quinientos millones, utilizando una parte de los beneficios obtenidos con la venta de materias primas. Los comprará con dólares que después Ucrania usará para comprar bienes de consumo en los mercados mundiales.

– ¿Por qué a precio de saldo? Todos los países de Oriente Medio intentarán comprarlos a precio de oro.

– Pero Ucrania no se los podrá vender. Los países del G-7 no lo permitirían. Si lo hicieran, les cerrarían el acceso a la UE y a los otros mercados occidentales, y si esto ocurre, ya pueden darse por muertos.

– Muy bien, los compro. ¿A quién se los vendo?

– A nosotros -contestó Jack, con una sonrisa-. Al gobierno de Estados Unidos. Seis mil millones es una estimación a la baja del valor real. Demonios, el plutonio que contienen esos artefactos no tiene precio. El resto del G-7 aportará una parte considerable. Es su relación con Kiev lo que conseguirá hacer funcionar todo este asunto. Le mirarán como su salvador.

Sullivan estaba asombrado. Comenzó a levantarse pero se contuvo. Incluso para él la magnitud de las cifras barajadas era estremecedora. Sin embargo, no era tanto el dinero, sino la posibilidad de eliminar parte de la amenaza nuclear del mundo lo que le afectaba.

– ¿De quién es la idea? -Sullivan miró a Lord mientras preguntaba.