Luego apareció en la calle.
– ¿Hacia dónde se ha ido? -gritó al confuso policía que se había enredado en la tela de saco.
– Izquierda -le contestó.
Corrió. Pudo ver el traje deportivo de Valfrid Ström justo cuando desaparecía por debajo de un viaducto. Se quitó el gorro de un tirón y se secó la cara. Unas señoras mayores, que parecían ir de camino a misa, se apartaron asustadas. Corría como un poseso bajo el viaducto a la vez que un tren pasaba por encima traqueteando.
Al subir a la calle, vio que Valfrid Ström paraba un coche, sacaba al conductor de un tirón y se marchaba.
El único vehículo que había cerca era una gran furgoneta que transportaba animales. El conductor estaba sacando un paquete de preservativos de una máquina. Cuando Wallander llegó corriendo, pistola en mano y la sangre corriéndole por la cara, dejó caer los preservativos y se largó apresuradamente.
Wallander se sentó en el asiento del conductor. Detrás de él, oyó relinchar a un caballo. El motor ya estaba en marcha y puso la primera.
Pensó que había perdido el coche en que iba Valfrid Ström, cuando volvió a verlo. El coche se pasó el semáforo en rojo y continuó por una calle estrecha que llevaba directamente a la catedral. Wallander estiraba las marchas para no perder el coche de vista. Los caballos relinchaban a sus espaldas y notó el olor a estiércol caliente.
En una curva cerrada estuvo a punto de perder el control del vehículo. Iba derrapando hacia dos coches aparcados en la acera, pero al final logró enderezar el vehículo de nuevo.
La persecución le llevó hasta el hospital y luego tuvo que atravesar un polígono industrial. De repente Wallander vio que la furgoneta llevaba teléfono móvil. Con una mano intentó marcar el número de alarma, mientras que con la otra mantenía el pesado vehículo en la calzada.
Cuando por fin contestaron en la estación de alarma, tuvo que maniobrar en una curva.
El teléfono se le cayó de la mano y comprendió que no podría alcanzarlo sin detenerse.
«Esto es una locura», pensó desesperadamente. «Una locura total.»
A la vez se acordó de su hermana. En aquel momento debería estar en el aeropuerto de Sturup recogiéndola.
En la rotonda de la entrada a Staffanstorp se acabó la persecución.
Valfrid Ström tuvo que frenar bruscamente por un autobús que ya estaba dentro de la rotonda. Perdió el control del coche y se empotró en una columna de cemento. Wallander, que estaba a unos cien metros de distancia, vio salir unas llamas del coche. Frenó tan fuerte que la furgoneta resbaló hacia la cuneta y volcó. Las puertas traseras se abrieron y tres caballos saltaron y se fueron galopando por los campos.
En la colisión, Valfrid Ström salió disparado del coche. Se le había arrancado un pie. Tenía la cara cortada por los cristales.
Antes de llegar a su lado, Wallander supo que había muerto.
Desde las casas cercanas se acercaba gente corriendo. Los coches paraban en la cuneta. De repente se acordó de que todavía llevaba la pistola en la mano.
Minutos más tarde llegó el primer coche de policía. Poco después una ambulancia. Wallander enseñó su identificación y llamó desde el coche. Pidió hablar con Björk.
– ¿Ha ido bien? -preguntó Björk-. Rune Bergman está apresado y de camino. Todo ha ido sin problemas. Y la mujer yugoslava está esperando aquí con su intérprete.
– Envíalos a la morgue del hospital de Lund -dijo Wallander-. Ahora tendrá que enfrentarse con un cadáver. Y, por cierto, es rumana.
– ¿Qué diablos quieres decir con eso? -dijo Björk.
– Lo que has oído -contestó Wallander, y puso fin a la conversación.
En aquel momento vio uno de los caballos galopando por el campo. Era blanco, precioso.
Pensó que nunca había visto un caballo tan bonito.
Al volver a Ystad, la noticia de la muerte de Valfrid Ström ya estaba difundida. Su esposa sufrió un colapso y un médico les prohibió por el momento hacerle preguntas.
Rydberg informó que Rune Bergman lo negaba todo. No había robado su propio coche para luego esconderlo. No había estado en Hageholm. No había visitado a Valfrid Ström la noche anterior.
Exigió ser acompañado de inmediato a Malmö.
– Es una jodida rata -dijo Wallander-. Lo voy a doblegar.
– Aquí no se doblega a nadie -replicó Björk-. Esta persecución de locura a través de Lund ya ha causado suficientes problemas. No llego a comprender cómo cuatro policías adultos no pueden detener a un hombre desarmado para interrogarle. A propósito, ¿sabes que uno de aquellos caballos fue atropellado? Se llamaba Super Nova y según su dueño estaba valorado en cien mil coronas.
Wallander sintió que la ira lo dominaba.
¿Por qué no entendía Björk que lo que necesitaba era su apoyo y no aquellas inoportunas quejas?
– Estamos esperando la identificación de la rumana -explicó Björk-. Que nadie hable con la prensa y los medios excepto yo.
– Muchas gracias -dijo Wallander.
Junto con Rydberg fueron a su despacho y cerraron la puerta.
– ¿Te has visto la cara? -preguntó Rydberg.
– No, gracias, prefiero no hacerlo.
– Tu hermana llamó. Le pedí a Martinson que fuera a buscarla al aeropuerto. Supuse que lo habías olvidado. Él se cuidará de ella hasta que tengas tiempo.
Wallander asintió con la cabeza agradecido. Unos minutos más tarde, Björk entró corriendo.
– La identificación ya está hecha -anunció-. Tenemos a nuestro ansiado asesino.
– ¿Le reconoció?
– Sin dudar. Era el mismo hombre que estaba comiendo manzanas en el campo.
– ¿Quién era? -preguntó Rydberg.
– Se identificaba como empresario -contestó Björk-. Cuarenta y siete años. Pero el Servicio de Inteligencia no ha necesitado mucho tiempo para contestar a nuestra solicitud. Valfrid Ström estaba relacionado con movimientos nacionalistas desde los años sesenta. Primero algo que se llamaba Alianza Democrática, luego fracciones más radicales. Pero la forma en que llegó a ser un asesino a sangre fría es algo que quizá pueda explicarnos Rune Bergman, o su mujer.
Wallander se levantó.
– Vamos a por Bergman.
Los tres entraron en la habitación donde Rune Bergman esperaba fumando.
Wallander conducía el interrogatorio.
Atacó inmediatamente.
– ¿Sabes lo que hice anoche? -preguntó.
Rune Bergman lo miró con desprecio.
– ¿Cómo lo voy a saber?
– Te seguí hasta Lund.
A Wallander le pareció ver un rápido cambio en la expresión de la cara del hombre.
– Te seguí hasta Lund -repitió Wallander-. Y me subí a los andamios de la casa donde vivía Valfrid Ström. Te vi cambiar tu escopeta por otra. Ahora Valfrid Ström está muerto. Pero un testigo lo ha señalado como el asesino de Hageholm. ¿Qué tienes que decir a todo esto?
Rune Bergman no dijo nada en absoluto.
Encendió otro cigarrillo y miró al vacío.
– Vamos a empezar desde el principio otra vez -dijo Wallander-. Sabemos cómo ha ocurrido todo. Lo único que no sabemos son dos cosas. La primera es dónde has escondido tu coche. La segunda: ¿por qué matasteis a aquel somalí?
Rune Bergman seguía callado.
Poco después de las tres de la tarde le dictaron auto de detención y le asignaron un abogado defensor. Los cargos eran asesinato o complicidad en un asesinato.
A las cuatro Wallander le hizo un breve interrogatorio a la esposa de Valfrid Ström. Todavía estaba conmocionada, pero contestó a todas sus preguntas. Le informó de que Valfrid Ström trabajaba importando coches de lujo.
Además, explicó que odiaba la política sueca en cuanto al tema de los refugiados.
Sólo llevaban casados poco más de un año.
Wallander tuvo la certera impresión de que no tardaría en sobreponerse a la pérdida.
Después del interrogatorio habló con Rydberg y Björk. Un poco más tarde dejaron a la mujer libre sin cargos, con la prohibición de viajar, y la acompañaron a Lund.
Seguidamente, Wallander y Rydberg trataron de conseguir que Rune Bergman hablara. El abogado defensor, que era joven y ambicioso, opinaba que no había ni asomo de pruebas, y consideraba la detención como un atropello a la justicia.
Entonces Rydberg tuvo una idea.
– ¿Hacia dónde intentó huir Valfrid Ström? -preguntó.
Lo señaló en un mapa.
– El viaje se acabó en Staffanstorp. ¿Tendría algún almacén por allí? No está tan lejos de Hageholm, si se conocen todos los caminos vecinales.
Una llamada a la mujer de Valfrid Ström pudo confirmar la teoría de Rydberg. Tenía un almacén entre Staffanstorp y Veberöd. Rydberg se fue con el coche policía y pronto llamó a Wallander.
– Bingo -anunció-. Aquí hay un Citroën azul y blanco.
– Quizá deberíamos enseñar a nuestros hijos a identificar diferentes sonidos de coches -dijo Wallander.
Acosó a Rune Bergman de nuevo. Pero el hombre callaba.
Rydberg volvió a Ystad después de un registro preliminar del coche. En la guantera encontró una caja con perdigones. Mientras tanto la policía de Malmö y Lund habían registrado las viviendas de Bergman y de Ström.
– Estos dos señores parecen haber sido miembros de una especie de Ku Klux Klan sueco -dijo Björk-. Sospecho que tendremos que desenredar un buen lío. Quizás haya más gente implicada.
Rune Bergman seguía callado. Kurt Wallander sentía un gran alivio de que Björk hubiera vuelto y pudiera encargarse de todos los contactos con la prensa y los medios de comunicación. Le escocía y ardía la cara y estaba muy cansado. A las seis por fin pudo llamar a Martinson y hablar con su hermana. Luego fue a buscarla en su coche. Ella se asustó al verle la cara.
– Quizá sea mejor que papá no me vea -dijo-. Te espero en el coche.
Ella ya había visitado al padre. Aún estaba cansado. Pero se alegró de ver a su hija.
– Creo que no se acuerda mucho de lo que pasó aquella noche -dijo ella cuando se acercaban al hospital-. Tal vez sea una suerte.
Kurt Wallander se quedó esperando en el coche mientras ella iba a verlo de nuevo. Cerró los ojos y escuchó una ópera de Rossini. Cuando ella abrió la puerta del coche, se sobresaltó. Se había dormido.
Juntos fueron a la casa de Löderup.
Kurt Wallander podía notar que su hermana estaba disgustada por aquella dejadez. Entre los dos tiraron la basura maloliente y quitaron la ropa sucia de en medio.
– ¿Cómo ha podido cambiar así? -preguntó, y Kurt Wallander sentía como si le acusara a él.
A lo mejor ella tenía razón. A lo mejor él podría haber hecho más. Al menos detectar el decaimiento de su padre a tiempo.