Capítulo 11
Rowan golpeó el florero con el brazo y lo lanzó volando de la mesa. Al caer al suelo, el agua se derramó por todas partes. El florero se hizo trizas y los lirios quedaron esparcidos.
John frunció el ceño, confundido con lo que acababa de suceder. Vio a Rowan volverse hacia Adam, con los ojos desorbitados y llenos de terror.
– ¿Quién te dijo…? ¿Quién te lo dijo ?
– Yo… yo… yo -balbuceó Adam, y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
John se acercó a Rowan antes que Michael y la tomó por la cara, obligándola a mirarlo.
– Rowan, basta. Ya.
Ella parpadeó al mirar a John, y en su cara sólo había confusión. Luego miró a Adam, que se había quedado petrificado.
– Adam, perdóname -dijo, y dio un paso atrás, temblando.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó John, y apoyó la mano en su hombro. Le dio una pequeña sacudida, preocupado. En su cara vio la indecisión de no saber si podía o no confiar en él-. Puedes confiar en mí.
A Rowan los ojos se le llenaron de lágrimas cuando se llevó la mano temblorosa a la boca. Se incorporó de un golpe y salió a toda prisa de la habitación.
Maldita sea. Había estado tan cerca. Iba a salir a buscarla cuando Michael levantó un brazo.
– John, dale un minuto.
– Mierda, Michael, hay algo que no nos ha contado, algo que está directamente relacionado con lo que está pasando. No podernos permitir que nos mantenga en la incertidumbre.
– No será jugando al gran matón como conseguirás que confíe en ti -dijo Michael, con la mandíbula temblándole de rabia.
John se mesó el pelo. Rowan había vuelto a revivir un viejo recuerdo al ver las flores. Las había mirado durante más de un minuto antes de romper el florero. ¿Qué había en ellas capaz de despertar esa reacción?
John miró a Adam. Se había acurrucado contra la pared, con los brazos alrededor de las piernas, y unas lágrimas silenciosas le rodaban por las mejillas. Rowan se iba a sentir muy mal cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
John se agachó junto a él.
– ¿Adam?
No hubo respuesta.
– Adam, no pasa nada.
– Llamaré a los estudios para que alguien lo venga a buscar.
– No -dijo John, y su voz sonó más dura de lo que pretendía-. Le prometí a Rowan que lo llevaría a casa. -Estiró el brazo y tocó a Adam-. Adam, necesito que me hagas un favor.
Adam sollozaba.
– Me odia.
– No, Adam, Rowan no te odia. Te quiere mucho, mucho. Está muy apenada por lo de las flores.
– Odia las flores. No debería haber escuchado a ese hombre.
Instintivamente John sintió sonar la alerta.
– ¿El hombre? ¿Qué hombre? ¿El florista?
Adam negó con la cabeza, pero siguió sin mirar a John.
– No, no hablaba muy bien inglés.
– ¿Quién era? ¿Un cliente?
– Creo… creo que sí.
– ¿Dónde compraste las flores?
Adam se encogió de hombros, y su espalda se sacudió con los sollozos.
– Adam, esto es muy importante -dijo John-. Necesito que me enseñes dónde compraste las flores.
– ¿Por… por qué? Rowan me odia.
– No, Adam, Rowan no te odia. Pero si me enseñas dónde compraste las flores, Rowan se pondrá muy feliz.
Adam levantó la vista por primera vez y John sintió un nudo en el corazón cuando vio la angustia en el rostro del chico. Tenía el pelo oscuro aplastado contra el cráneo, y su tez demasiado blanca era un contraste fantasmal.
– Rowan nunca está feliz.
La realidad de la sencilla frase de Adam sacudió a John. Rowan tenía algo guardado muy adentro, y no cabía duda de que, fuera lo que fuera, el asesino lo sabía. Ahora tiraba de sus hilos. Copiando sus asesinatos ficticios, mandándole las coletas, la corona funeraria… convenciendo a Adam de comprar lirios.
Aquel hombre estaba jugando con Rowan, obligándola a revivir recuerdos que, sospechaba John, llevaban enterrados mucho tiempo.
Pero nada podía quedar enterrado para siempre.
– Adam, por favor. Esto es muy, muy importante. Necesito que me lleves al lugar donde compraste las flores.
– De acuerdo -dijo el muchacho, con la voz de un niño al que han regañado.
John lo ayudó a incorporarse. Adam vio las flores en el suelo y el labio inferior le tembló. John salió con él de la habitación y se volvió hacia Michael.
– Volveré pronto -dijo-. Si te enteras de algo por ella, llámame.
– Claro.
John volvió a mirar a Michael antes de salir, pero su hermano tenía una mirada distante. ¿Qué pasaba? Ahora no era el momento ni el lugar para averiguar qué pasaba por la cabeza de Michael, pero sospechaba que todo tenía que ver con sus sentimientos hacia Rowan. Michael no tenía ni un pelo de tonto, y se daba cuenta de que John también se estaba implicando emocionalmente.
No quería que aquel caso perjudicara la amistad con su hermano. Tampoco quería que la perjudicara aquella mujer. Pero temía que quizá fuera demasiado tarde.
– ¿Rowan? ¿Cariño?
Michael llamó a la puerta de su habitación, pero ella no le abría. Cariño . Rowan tenía el estómago hecho un nudo. No quería estar preocupada porque Michael se sintiera herido. Era un hombre bueno, pero no la entendería. Seguramente la abrazaría y le daría palmaditas en la espalda como a una niña y le diría que todo iba a salir bien.
Todo no iba a salir bien. Alguien lo sabía. Alguien sabía que su nombre era Lily. Y si sabía que su nombre era Lily, lo sabía todo acerca de ella.
Alguien que la odiaba tanto como para desear que reviviera la peor noche de su vida.
El último año del instituto, Rowan leyó A puertas cerradas . Tres personas atrapadas en el purgatorio revivían su peor pesadilla. Una y otra vez, así era su vida. Una gran pesadilla. Ella creía que había comenzado cuando tenía diez años pero, en realidad, había empezado mucho antes. Antes de que ella naciera. Cuando su padre conoció a su madre y la invitó a salir y le regaló unos lirios.
– ¿Rowan?
Ella se acercó a la puerta, levantó una mano y la apoyó en la madera.
– Michael, por favor, déjame sola.
– Tienes que hablar de lo que te molesta.
– Ahora no.
Él no insistió, pero ella no lo oyó alejarse. Al cabo de un momento, dijo:
– Rowan, por favor, cuéntame la verdad. ¿Los asesinatos están relacionados con eso que te está molestando?
Con eso que le estaba molestando. Como si el asesino fuera un mosquito, y su pasado el de una familia conflictiva. Le molestaba su propia existencia . Su vida estaba envuelta en el dolor, el odio y la pérdida, que ella tenía que ocultar en su corazón para seguir viviendo. Sin embargo, ahora habían arrancado el velo. Su corazón sangraba, y sentía el alma invadida por recuerdos tan dolorosos. No había forma de arreglar aquella caja, no había forma de volver a poner la tapa. Los secretos se derramaban y la estaban sangrando hasta la muerte. Tendría que enfrentarse a la verdad, no tenía otra alternativa.
Pero no sabía si podría seguir adelante.
– ¿Cómo está Adam?
– Se recuperará -dijo Michael, pero Rowan sabía que eso no era verdad. No sabía cómo reparar aquel daño, y no se perdonaba por haberlo tratado mal-. John lo ha acompañado a los estudios.
Rowan sospechaba que averiguaría lo de las flores. Había visto cómo John se relacionaba con Adam mientras comían galletas y tomaban leche en la cocina. Si alguien podía sacarle alguna información a Adam, era John.
– Michael, vete -dijo, haciendo una mueca al darse cuenta de su tono de voz tan duro-. Por favor -añadió, más suave.
– Estaré abajo -dijo él, después de un largo silencio.
Cuando estuvo segura de que se había ido, fue hacia el otro lado de la habitación y echó mano de su móvil. Si John estuviera en la casa, sabía que escucharía todas sus conversaciones. Michael no haría eso. Aún así, no podía correr ese riesgo.
– Collins.
– Roger, soy Rowan.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó él, con voz tensa, preocupado.
– Alguien lo sabe. Alguien sabe mi nombre.
Siguió un silencio largo.
– No lo entiendo.
– Sí que lo entiendes. ¿Recuerdas que te hablé de aquel chico amigo mío, Adam? Alguien le ha dicho que me compre lirios.
– ¿Te ha dado alguna descripción? Llévalo a que se siente un buen rato con un experto en retratos robot. Yo me ocuparé de encontrar uno. Y no olvides…
– Roger -interrumpió Rowan-. Adam tardará un tiempo. Se deja influir muy fácilmente y el retrato no sería fiable. John verá qué puede averiguar.
– ¿John?
– John Flynn. Es el hermano y socio de mi guardaespaldas. Son los de la empresa de seguridad. Es un antiguo miembro del Comando Delta.
– Lo conozco.
Al escuchar el tono de voz de Roger, Rowan se enderezó en la silla.
– ¿Ah, sí?
– Lo conozco por su reputación, no personalmente. ¿Recuerdas aquel cargamento de droga que entró por Baton Rouge hace unos seis o siete años?
– Hubo miles de partidas de droga durante el tiempo que estuve en el FBI. Yo no trabajaba en eso.
– No, pero te acordarás de éste. Billy Grayson murió y George Petri perdió un ojo y una pierna.
Rowan lo recordaba. Habían llamado al FBI para apoyar la operación, pero el asunto se convirtió en una gran batalla sangrienta murieron cuatro agentes del FBI y otros tres sufrieron lesiones permanentes. Billy pertenecía a su misma promoción en la academia. Las bajas de la DEA fueron todavía más numerosas.
– ¿Dónde entra John Flynn en todo el asunto? Aquello fue una chapuza fenomenal.
– Podría haber sido mucho peor. Flynn trabajaba infiltrado en la operación de Pomera, un pez gordo, originario de Bolivia, pero no tengo ni idea de dónde trabaja ahora. Se enteraron de la movida y decidieron retirar a todos los agentes asignados al caso. Instalaron explosivos en los almacenes y a lo largo de los muelles. Flynn estuvo a punto de delatarse al desactivar las bombas. Cuando no estallaron, a los hombres de Pomera les entró el pánico y volaron el lugar a balazos. Atrapamos a seis hombres. Un disparo hizo estallar una carga de C-4 bajo el muelle y allí murieron la mayoría de los nuestros. Sin Flynn habríamos perdido a decenas de agentes.
Roger hizo una pausa y carraspeó.
– Después de eso, he sabido más cosas acerca de él. No siempre juega siguiendo las reglas. Hace unos años, estuvo seis meses en una cárcel en América del Sur, y la CIA lo amenazó con la cadena perpetua porque estropeó una de sus operaciones. No conozco los detalles, pero los rumores dicen que uno de los tíos se pasó al otro bando y Flynn se enteró. Se volvieron en su contra, lo dejaron en prisión y sacaron al soplón.