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Adam cogió la tarjeta y frunció el ceño. Hizo girar la tarjeta entre los dedos.

– De acuerdo.

Pensaba en las muchas mujeres de pelo castaño en Washington D.C. que ignorarían las advertencias de la policía. Algunas viajaban en grupo, pero la mayoría salía al trabajo y se dirigían al metro solas, o se separaban de sus amigas al subir a los trenes de los suburbios.

Tenía que agradecerle a Rowan ese detalle. Cuatro de las víctimas de su novela eran anónimas, de modo que no tenía que encontrar una víctima que coincidiera con un nombre. Había sido más difícil en Portland encontrar a una familia Harper que encajara con la descripción, pero al ver a la hija pequeña, supo que podía desviarse del plan y enviarle a Rowan un recuerdo. Adaptarse. Se había adaptado a las circunstancias toda su vida. Adaptarse, manipular, destruir.

Sin embargo, encontrar a una mujer sola, de pelo castaño, entre veinte y treinta años que viajara de Washington D.C. a Virginia era mucho más fácil. La semana anterior había identificado a una posible víctima. Esta noche la esperó cerca de su coche.

Otra pequeña variación, pero Rowan sabría apreciarla. Después del once de septiembre, los sistemas de seguridad del metro habían cambiado, y no podía correr el riesgo de que lo vieran las cámaras. Se preguntaba si Rowan lo reconocería después de tanto tiempo, pero creía que sí. Si ella no lo recordaba, la policía revisaría cualquier imagen en el laboratorio y descubriría que tenía antecedentes.

No podía ser. Rowan no tardaría en conocer su identidad. Pero según sus condiciones, cuando él decidiera.

Le fascinaban todos y cada uno de los libros de Rowan. Estaban tan llenos de detalles, eran tan ricos en cuestiones de vida o muerte. Le sorprendía que aquella zorra pudiera ser tan creativa. Mientras estudiaba a fondo a la protagonista, se preguntaba si Rowan había descrito a Dara Young como si fuera ella misma. Dara no se parecía en nada a Rowan. La agente ficticia del FBI era una mujer de pelo castaño con ojos marrones, mayor y, de hecho, tenía amigas.

No tenía familia, pensó, con una ancha sonrisa.

Rowan jamás sospecharía lo que había planeado, pero era brillante. ¡Brillante! Siempre había sabido que era inteligente. Mucho más que el común de los imbéciles que andan por ahí. Pero ahora… ahora se sentía inspirado.

La destrozaría mentalmente. Y luego la mataría.

Oyó que el metro se detenía en la estación, el final del trayecto. Sonrió pensando en la ironía del destino. Final de trayecto . Esperaba con ansias ese capítulo en particular. Todas las víctimas del malvado Judson Clemens de la novela de Rowan eran violadas. Él nunca había pensado en violar a una mujer. ¿Para qué? Al fin y al cabo, podía echar un polvo cuando quisiera, y pagar por ello si fuera necesario. En la cárcel, no, pero los maricones se mantenían a distancia desde que le había rebanado la polla al primero que intentó follárselo. Los violadores que conoció en la cárcel tenían problemas con el «control de la rabia», como lo llamaban los psiquiatras. Eso le hizo reír. Él no tenía problemas para controlar su rabia, ningún tipo de problemas.

La disimulaba muy bien.

Pero, en realidad, él no violaría a la mujer. Sólo se limitaría a seguir el guión que Rowan había puesto tan amablemente a su disposición. Era el plan de ella. Eran sus víctimas.

Lo siento por ti, Melissa Jane Acker, has llegado al final de tu trayecto.