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No dije nada. No sabía qué decir. Tenía un nudo en la garganta.

– -Bennie, puedes confiar en mí. Jamás volveré a ocultarte algo. Jamás te haré daño ni por todo el dinero del mundo. -En ese instante metió una mano en la chaqueta y cuando la sacó vi el brillo acerado de una pistola.

Me quedé boquiabierta. Se me paralizó el corazón. Grady era el asesino. Estaba a punto de matarme. Iba a coger el destornillador, pero Grady me cogió de la mano y me dio el arma.

– Aquí tienes. Es tuya. Guárdala.

– ¿Qué? ¿Cómo? -Miré la pistola. Era un revólver con una empuñadura de rayitas cruzadas y lo sentí frío y pesado en la palma de mi mano.

– -Por si acaso. Tiene puesto el seguro, pero está cargado. Es mío. Dispara contra cualquier cosa o persona que quiera hacerte daño. Si no me dejas protegerte, al menos usa esto.

No podía asimilar todo lo que pasaba con suficiente rapidez. Un destornillador es una cosa, pero una pistola es otra completamente distinta. Nunca había tocado un arma que no formara parte de un peritaje judicial. Incluso con la etiqueta naranja y el número de prueba, las pistolas me eran completamente desagradables. Había visto el daño que hacían, cómo destrozaban rostros, cabezas y corazones. Le devolví el arma.

– -No, Grady, guárdala tú.

– ¿Por qué? -Se la guardó en un bolsillo--. Te comportas como una idiota.

– No, además tengo mi destornillador a mano. -Lo saqué de debajo de mi cinturón y se lo mostré.

Grady se rió.

– Eh, somos una pareja bien armada. Pero el destornillador no es muy efectivo a veinte metros. -Me cogió la herramienta y la tiró por encima de su hombro.

– -¡Eh, tú! Se trata de mi protección.

– -No necesitas protegerte de mí. Si hubiese querido hacerte daño, ¿te habría dado la pistola? --me preguntó acercándose.

Se me secó la boca. Me sentí expuesta y vulnerable, y era algo que no tenía nada que ver con quién tenía el revólver.

– -Mark no era lo bastante bueno para ti, Bennie. --Le noté la amargura en el tono de la voz--. No podía darte nada, solo podía recibir.

– -No quiero hablar de Mark.

– Yo sí. Quiero que lo comprendas. Lo amabas demasiado como para ver las cosas claras. Yo siempre pensaba cómo sería tener a una mujer tan enamorada de mí. Me preguntaba cómo sería esa mujer. -Se me acercó y mi dio un suave beso.

– Grady -dije. Traté de separarlo de mí, pero no movió.

– Grady… ¿qué? ¿Por qué no puede ser? ¿Por Mari? Pregúntate si él hubiera venido aquí. ¿Te habría dado?

– No sigas.

– No. Pregúntatelo -dijo-. ¿Hizo alguna vez una sola cosa por ti? ¿Hizo alguna vez algo que mereciera tu amor?

– Fundó la firma.

– Eso le ayudó a él, Bennie. Y cuando empezó a hacer dinero, te dejó en la calle. Era tu amante, pero ¿fue tu amigo? Por ejemplo, ¿te ofreció alguna ayuda para tu madre?

Sentí una roja llamarada de vergüenza, algo irracional.

– -¿Qué sabes tú de mi madre?

– Me preocupé por enterarme. Te veía llegar tarde por las mañanas, te oía hablando por teléfono con los médicos. Sé que estuvo internada hace poco tiempo. Pero mientras tanto, Mark se quedaba en la oficina. Nunca te acompañó. Yo hubiera estado allí. ¿Por qué no Mark? ¿Por qué no te ayudaba?

– No necesitaba que lo hiciera.

– Naturalmente que sí. Todos podíamos ver que estabas cansada. Estresada. Marshall y yo nos dimos cuenta de inmediato.

– Nunca le pedí que me ayudara.

– ¿Era necesario que se lo pidieras? La necesidad era evidente. Podría haberlo hecho. Hacer acto de presencia Haber estado allí.

– No es tan fácil -empecé a decir, pero me interrumpió tocándome un hombro.

– -¿Sabes lo que pienso del amor, Bennie? Pienso tiene un verbo activo y no es un mero estado del ser. Es sólo un sentimiento o algo que se dice. Es lo que haces. Si amas a una mujer, la amas cada día, la amas. Lo sientes. Te amo, Bennie. Es verdad. Te lo juro.

Empecé a hablar, pero me abrazó y volvió a besarme, esta vez con más fuerza. Su chaqueta era suave bajo mis dedos, sus brazos, poderosos bajo la lanilla. Su boca era cálida y estaba abierta y yo dejé que me besara tratando de sentir, de comprobar. No podía recordar que me abrazaran o besaran de este modo. Era una oferta, no una demanda, lo que la hizo súbitamente aceptable.

Se quitó la chaqueta y su cuerpo me pareció tan fuerte como el mío, aún más fuerte porque estaba enamorado. Me lo decía con el beso, apretando sus labios contra los míos, empujándome hacia el sofá. Percibí que le respondía porque sentí que me estaba dando algo, no arrebatándomelo. Estaba dándose a sí mismo.

Me echó sobre el sofá con su boca y su cuerpo sobre mí y sentí que me arqueaba bajo su peso. Que le devolvía lo que me daba. No podía verlo, pero todos mis sentidos se agudizaron. Pasé la mano por su áspero mentón, sentí que contraía los músculos bajo la camisa. Olí un aroma de colonia en su mandíbula mezclado con la humedad dulce de su cuello.

Oí el sonido metálico de su cinturón. Susurró una palabrota mientras intentaba abrirse la bragueta. Mi propia respiración era profunda y excitada. Los sonidos del deseo, allí en la oscuridad.

A medianoche.