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– Ling Shao-yi.

Hu-lan, al pronunciar el nombre del marido de su amiga, volvió a retroceder en el tiempo. Había conocido a Shao-yi en el tren de Pekín. Era mayor, de unos dieciséis años, y no estaba tan asustado de salir de casa. Era un chico absolutamente de ciudad. Como todo ellos, no sabía nada de la vida de campo. Su-chee era la campesina que habían asignado al grupo para que les enseñara. En aquellos tiempos, las ideas occidentales como “el amor a primera vista” se consideraban burguesas, en el mejor de los casos, y capitalistas decadentes en el peor. Durante bastante tiempo los chicos decidieron mirar para otro lado cuando veían cómo se ruborizaba Shao-yi cada vez que hablaba Su-chee, o cuando notaban que ella le traía manjares caseros mientras todos los demás subsistían con unos boles de papilla de mijo.

Una vez pasado esos tumultuosos años, Shao-yi podría haber vuelto a Pekín, retomando sus estudios y quizá haberse convertido en funcionario del partido. Todo el mundo se sorprendió cuando se casó con Su-chee, se quedó en Da Shui y se hizo campesino.

Su-chee interrumpió sus pensamientos.

– ¿Crees que habría dejado casarse a mi hija por algo que no fuera auténtico amor?

– No, tú no -respondió Hu-lan, aunque supiera que no era del todo cierto. El aforismo “decir sólo el treinta por ciento de la verdad” era válido incluso en el campo, incluso entre amigos-. ¿Hay algo más que deba saber sobre Miao-shan? -preguntó Hu-lan-. ¿Tenía papeles aquí? ¿Un diario o cartas?

Su-chee se puso de pie y fue hacia una de las camas. Sacó un sobre grande de papel marrón de debajo y lo puso sobre la mesa.

– Miao-shan tenía un escondite para guardar sus cosas personales -explicó-, pero yo soy una madre y ésta es una granja pequeña. Sabía que ocultaba sus tesoros en el cobertizo detrás del granero. Después de su muerte, fui allí a buscar objetos para poner en el altar. -Respiró hondo y continuó-: Sé leer y escribir un poco, aprendí en la Escuela de Mujeres Campesinas, pero no comprendo lo que dicen estos papeles. Y hay unos dibujos…

Hu-lan lo abrió y sacó tres juegos de papeles. Uno de ellos estaba plegado en cuatro. Hu-lan lo desplegó y alisó las hojas sobre la mesa con la mano. Las hojeó rápidamente mientras Su-chee sostenía la linterna para iluminar mejor.

– Dice Knight International -dijo Su-chee-, ¿pero qué es?

– Parecen especificaciones para una cadena de montaje, y esto otro parece el plano de la planta de la fábrica. ¿Has estado allí? ¿Qué crees?

– La he visto por fuera pero nunca he entrado. Aún así, no comprendo estos dibujos.

Hu-lan recorrió las líneas con el dedo.

– Éste ha de ser el muro exterior. Y, mira, aquí dice taller, baño, oficinas… Veamos qué mas tienes.

Volvió a plegar los planos y sacó unos papeles enganchados con un clip. Era una lista con varias columnas. En la de la izquierda había nombre: Sam, Uta, Nick y más nombres de ese tipo. En la columna adyacente había números de cuentas y lo que parecían cantidades depositadas.

Hu-lan volvió a guardar los papeles en el sobre y le cogió la mano a su amiga.

– Te diré la verdad. Vine aquí porque eras mi amiga y pensaba que podía ayudarte con tu dolor, pero ahora no lo sé. Me has contado muchas cosas que no tienen sentido. Lo que has dicho de los hombres del pueblo y el hecho de que Miao-shan estuviera embarazada, bueno, son cosas que pasan en nuestro país. Pero estos papeles me hacen ver las cosas de otra manera. ¿Qué significan? ¿Por qué los tenía Miao-shan? Y lo más importante, ¿por qué los escondía?

– ¿La mataron por esos papeles escritos?

– No lo sé, pero quiero que vuelvas a ponerlos en el escondite donde los tenía Miao-shan. No le hables de ellos a nadie. ¿Me lo prometes?

Su-chee asintió y preguntó:

– ¿Y ahora qué harás?

– Si a Miao-shan la mataron, la mejor manera de descubrir al asesino es comprender quién era Miao-shan. A medida que la conozca, empezaré a conocer a su asesino. Cuando llegue a conocerla del todo, conoceré a su asesino. -Y añadió-: Pero recuerda esto, Su-chee, a lo mejor no hay ningún asesino y quizá tu hija sencillamente se suicidó. Sea como sea, ¿estás preparada para lo que pueda descubrir?

– He perdido a mi única hija. No me queda nadie. Sin familia que se ocupe de mí, acabaré en la residencia de ancianos del pueblo. No estoy preparada ni dispuestas, pero si voy a pasar el resto de mi vida sola, entonces necesito saber.