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Mary exclamó de repente:

– Dijeron que no estaba hecha de este modo, hecha de este modo, hecha de este modo. -Parecía un disco rayado.

– ¿Hecha de qué modo? -preguntó él, perplejo.

– De este modo.

La frase fue furtiva, irónica y, al mismo tiempo, triunfante. «¡Dios mío, esta mujer está loca de remate!», exclamó él para sus adentros. Pero en seguida pensó: «O quizá no. No puede estar loca; no se comporta como tal. Se comporta simplemente como si viviera en un mundo aislado en el que no rigieran más normas que las suyas propias. Ha olvidado cómo son los de su especie. Pero, por otra parte, ¿qué es la locura sino un refugio, un apartamiento del mundo?»

Así razonaba el perplejo y aturdido Tony, sentado junto al filtro del agua, sosteniendo todavía la botella y el vaso y mirando con inquietud a Mary, que empezó a hablar con una voz triste y serena que le obligó a cambiar otra vez de opinión y a pensar que no estaba loca, por lo menos, no en aquel momento.

– Hace mucho tiempo que vine aquí -dijo Mary con acento implorante, mirándole a los ojos-, tanto que ya no puedo recordar… Tenía que haberme marchado hace años; ignoro por qué no lo hice. Ignoro por qué vine. Pero las cosa: han cambiado, han cambiado mucho. -Se interrumpió. Si rostro inspiraba lástima; los ojos eran dos agujeros ator mentados-. No sé nada, no comprendo nada. ¿Por qué est¿ ocurriendo todo esto? Yo no quería que ocurriera. Pero él no quiere irse, no quiere irse. -Y de pronto, con una voz diferente, le interpeló-: ¿Por qué ha venido aquí? Todo iba bien hasta que llegó. -Rompió en llanto, gimiendo entre sollozos-. No quiere irse.

Tony se levantó para consolarla; ahora su única emociór era la piedad; había olvidado toda suspicacia. Algo le hizc volver: en el umbral estaba el boy, Moses, observándoles con expresión maligna.

– Vete -ordenó Tony-, vete inmediatamente. -Rodee con el brazo los hombros de Mary, porque intentaba escabullirse y le clavaba las uñas en la carne.

– Vete -dijo ella de improviso, mirando al nativo por encima del hombro. Tony comprendió que era un intento de reafirmar su autoridad y que usaba su presencia como un escudo en una lucha para recuperar el dominio que había perdido. Pero hablaba como un niño que desafía a una persona mayor.

– ¿Madame querer que me vaya? -preguntó el boy en voz baja.

– Sí, vete.

– ¿Madame querer que me vaya a causa de este amo?

No fueron las palabras en sí lo que obligó a Tony a ir a grandes zancadas hacia la puerta, sino el tono con que se pronunciaron.

– Sal de aquí -ordenó, con el aliento entrecortado por la ira-. Desaparece antes de que te eche a patadas.

Después de una mirada larga, lenta y malévola, el nativo salió. Pero al instante volvió a entrar y, haciendo caso omiso de Tony, preguntó a Mary:

– Madame abandona la granja, ¿verdad?

– Sí -contestó Mary con voz débil.

– ¿Madame no volver nunca más?

– No, no, no -exclamó ella.

– ¿Y este amo también irse?

– No - gritó Mary-. Vete.

–  ¿Quieres irte de una vez? -gritó también Tony. Habría podido matar a aquel nativo; sentía deseos de agarrarle por el cuello y estrangularle. Entonces Moses desapareció; le oyeron cruzar la cocina y salir por la puerta trasera. La casa estaba vacía. Mary volvió a sollozar, tapándose la cara con los brazos.

– Se ha ido -exclamó-, ¡se ha ido, se ha ido! -Su voz estaba histérica de alivio. Pero de repente le empujó lejos de ella, se encaró con él como una loca y silbó-: ¡Usted le ha echado! ¡No volverá jamás! ¡Todo iba bien hasta que usted llegó!

Y se entregó a un paroxismo de llanto. Tony se sentó a su lado, la rodeó con un brazo y procuró consolarla. No hacía más que preguntarse: «¿Qué diré a Turner?» Sí, ¿qué podía decirle? Lo mejor era silenciar todo el asunto. El pobre hombre ya estaba medio loco sin aquel nuevo problema. Sería cruel decirle algo y, en cualquier caso, ambos habrían abandonado la granja dentro de dos días.

Decidió que llevaría aparte a Dick y sólo le sugeriría que era preciso despedir inmediatamente al nativo.

Pero Moses no volvió. Aquella noche no se presentó para la cena. Tony oyó a Dick preguntar dónde estaba el nativo y a ella responder que «le había echado». Notó la indiferencia en la voz de Mary y vio que hablaba a Dick sin verle.

Al final Tony, exasperado, se encogió de hombros y decidió no dar ningún paso. A la mañana siguiente se fue a los campos, como de costumbre. Era el último día; había mucho que hacer.