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Al entrar en la habitación bajó los ojos, se movió calladamente haciendo lo que le mandaban y volvió a salir en seguida.

Los dos hombres permanecieron silenciosos mientras les servía el té, pero cuando abandonó la habitación, y levantaron las tazas, Wang Lung miró a los ojos de su hijo y descubrió en ellos una expresión admirativa, la mirada de un hombre que admira a otro secretamente. Bebieron el té y al fin el primogénito exclamó con voz gruesa y desigual:

– No creí que fuera así.

– ¿Por qué no? -explicó Wang Lung tranquilamente-. Estoy en mi propia casa.

El hijo suspiró entonces, y al cabo de un tiempo contestó: -Sois rico y podéis hacer lo que gustéis. -Y, volviendo a suspirar, añadió-: Bueno, supongo que una mujer no es siempre suficiente para un hombre, y llega un momento…

Se detuvo, pero en su mirada brillaba el matiz del hombre que envidia a otro contra su voluntad, y Wang Lung lo vio y se rió para sus adentros, pues bien conocía la naturaleza sensual de su hijo y sabía que la correcta esposa ciudadana no podía dominarle siempre y algún día el hombre aparecería en él.

El hijo mayor no dijo nada, pero salió absorto, como un hombre al que se le ha ocurrido un nuevo pensamiento. Y Wang Lung se quedó sentado fumando su pipa y orgulloso que siendo viejo había hecho lo que era su voluntad.

Pero ya era de noche cuando llegó el hijo menor, y también él vino solo. Wang Lung se hallaba sentado en el cuarto central de su departamento; sentado ante la mesa donde lucían, encendidas, las rojas candelas, y fumando: Frente a él, al otro lado de la mesa, sentábase en silencio Flor de Peral, con las manos cruzadas quietamente sobre su falda. A veces, Flor de Peral miraba a Wang Lung, plenamente y sin coquetería, como una criatura, y él la observaba y se sentía orgulloso de lo que había hecho.

De pronto, su hijo menor apareció ante él, brotando de la oscuridad del patio, pues nadie le había visto entrar. Pero permaneció allí en pie, produciendo una extraña impresión de estar agazapado; y como un relámpago cruzó la memoria de Wang Lung el recuerdo de una pantera que había visto traer cierta vez a unos hombres de las montañas, donde la habían cazado, y la bestia estaba atada, pero se agazapaba como para saltar y los ojos le brillaban. También brillaban ahora las pupilas del muchacho, fijas en su padre, y aquellas cejas suyas, que eran demasiado espesas y demasiado negras para su juventud, estaban apretadas ferozmente sobre sus ojos, así permaneció un rato y al fin dijo con voz baja y cargada:

– Ahora me iré a ser soldado… Ahora me iré a ser soldado…

Pero no miró a la muchacha, sólo a su padre, y Wang Lung, que no había temido a su hijo segundo y a su primogénito, ahora tuvo miedo de éste, al que apenas había prestado atención desde su nacimiento.

Y Wang Lung murmuró y tartamudeó, y hubiera querido hablar, pero al sacarse la pipa de la boca no se oyó sonido alguno y se quedó mirando a su hijo, que repetía una y otra vez:

– Ahora me iré… Ahora me iré…

De repente volvióse y miró a la muchacha, y ella le miró a él, encogiéndose y poniéndose las dos manos ante el rostro para no verle. Entonces el joven apartó de ella los ojos y salió de la habitación de un salto. Wang Lung miró hacia el cuadro de luz que proyectaba la puerta, abierta a la oscura noche de verano, pero el joven había desaparecido y sólo se notaba silencio por doquiera.

Al fin se volvió hacia la muchacha y dijo humilde y dulcemente, con una gran tristeza y todo su orgullo desvanecido:

– Yo soy demasiado viejo para tí, corazón mío, y bien lo sé. Yo soy un hombre viejo, muy viejo.

Pero la muchacha se apartó las manos de la cara y dijo con más pasión de la que Wang Lung había oído jamás poner en cosa alguna:

– Los jóvenes son crueles… ¡Yo prefiero los viejos!

Cuando amaneció el día siguiente, el hijo menor de Wang Lung se había ido, y todos ignoraban adónde se dirigiera.