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Y durante todo este tiempo, el hijo mayor permaneció allí, iracundo y silencioso.

Cuando el primo lo hubo visto todo fue a ver a su madre, acompañado de Wang Lung, que le condujo a su presencia. La encontraron tendida en la cama, tan profundamente dormida que, para lograr despertarla, su hijo tuvo que golpear el suelo, junto a la cabecera del lecho, con el extremo grueso de su fusil. Entonces despertó y se le quedó mirando con los ojos cargados de sueño, y él exclamó impaciente:

– ¡Bueno, aquí está vuestro hijo y, sin embargo, continuáis durmiendo!

La mujer se incorporó entonces en el lecho, le miró de nuevo y dijo asombrada:

– ¡Mi hijo…, mi hijo…!

Le contempló largamente y luego le tendió la pipa de opio, como si no supiera qué otra cosa hacer y como si no se le ocurriera cosa mejor que ofrecerle; y le dijo a la esclava que la servía:

– Prepara opio para él.

Pero él lo rechazó.

– No, no quiero -dijo mirando a su madre.

Wang Lung, en pie junto al lecho, tuvo miedo de pronto de que este hombre se volviese hacia él y le dijera: "¿Qué le habéis hecho a mi madre, que está así de amarilla y de seca y ha perdido todas sus buenas carnes?", y se apresuró a decir:

– Desearía que se contentase con menos opio, pues el opio que fuma cuesta un puñado de plata cada día, pero a su edad no nos atrevemos a contradecirla y le damos lo que quiere.

Y suspiró mientras hablaba y le dio una mirada de soslayo al primo. Pero éste no dijo nada, sólo contempló a su madre para ver en lo que se había convertido, y al ver que de nuevo se dejaba caer en el lecho y el sueño volvía a apoderarse de ella, se levantó y salió de la estancia ruidosamente, apoyando el fusil en el suelo a modo de bastón.

Ningún individuo de la horda de hombres ociosos que tomaron posesión de las estancias exteriores era tan odiado y temido por Wang Lung y su familia como aquel primo suyo, y esto a pesar de que los soldados desgarraban los árboles y los arbustos de ciruelos y almendros en flor, destrozaban las delicadas esculturas de las sillas con sus grandes botas de cuero y llenaban de inmundicias los estanques donde nadaban los dorados y abigarrados peces, con el resultado de que los animalitos se murieron y flotaron en la superficie del agua, pudriéndose con sus blancos vientres vueltos hacia arriba.

Pero el primo entraba y salía a su capricho, y miraba a las esclavas y logró que Wang Lung y sus hijos se miraran unos a otros con ojos hundidos y ojerosos porque no se atrevían a dormir. Entonces Cuckoo vio esto y dijo:

– No hay más que hacer una cosa: hay que darle una esclava para su placer, de lo contrario irá a buscarlo donde no debe.

Y Wang Lung acogió ansiosamente esta inspiración, pues le parecía que no podría soportar más la vida con todas las tribulaciones que había en su casa y exclamó:

– Es una buena idea.

Y ordenó a Cuckoo que buscase al primo y le preguntase qué esclava quería, ya que las había visto a todas.

Cuckoo lo hizo así y regresó diciendo:

– Dice que quiere a la doncellita pálida que duerme a los pies del lecho del ama.

Ahora bien, esta esclava pálida se llamaba Flor de Peral, y era aquella que Wang Lung había comprado en cierto año de hambre, cuando era una niña lamentable y medio muerta de inanición. Como había sido siempre delicada la habían mimado todos, permitiéndole solamente que ayudase a Cuckoo y que hiciese las menudas tareas cerca de Loto, llenándole la pipa y sirviéndole el té. Era así como el primo la había visto.

Cuando Flor de Peral oyó lo que Cuckoo decía, pues lo dijo ante todos, mientras estaban reunidos en el departamento interior, la tetera que tenía en las manos se le cayó al suelo, haciéndose pedazos sobre las losetas, y el té se desparramó por el suelo, pero la doncella no vio lo que había hecho. Sólo se lanzó a los pies de Loto, golpeando los ladrillos con la cabeza, y gimió:

– ¡Oh mi ama…, yo no…, yo no…! ¡Tengo miedo de él…, tengo miedo…!

Y a Loto le desagradó su conducta y contestó irritada:

– ¡Pues no es nada más que un hombre, y un hombre es sólo un hombre con una doncella, y todos son iguales! ¿Qué alboroto es éste?

Y volviéndose hacia Cuckoo le dijo:

– Llévate a esta esclava y entrégasela.

Entonces la doncellita juntó las manos desoladamente y sollozó como si fuera a morirse de llanto y de miedo, y con el leve cuerpecillo temblando de pies a cabeza miraba a unos y a otros suplicándoles con sus lágrimas.

Pero los hijos de Wang Lung no podían hablar contra lo que era voluntad de la esposa de su padre, ni sus esposas podían hablar si ellos no lo hacían, ni el hijo menor, que miraba a la doncella con las manos crispadas sobre el pecho y las cejas apretadas en una línea recta y negra. Pero no habló. Y los niños y las esclavas miraban también la escena en silencio, sin que se oyese otro ruido que el de aquel terrible y angustiado llorar de la muchacha.

A Wang Lung le produjo esto un intenso malestar, y miró a la doncella dudando, sin querer enojar a Loto, pero conmovido, porque siempre tenía un corazón benigno. Entonces la doncella le vio el corazón asomado al rostro y se abrazó a sus pies, inclinando la cabeza sobre ellos y llorando a grandes sollozos. Y Wang Lung bajó los ojos y la miró, viendo qué frágiles y pequeños eran sus hombros y cómo temblaban, y recordó el cuerpo enorme, grosero y salvaje de su primo, cuya juventud había pasado hacía tiempo. Y sintió tal repugnancia por aquello, que le dijo a Cuckoo:

– Bueno, está mal obligar así a la muchacha.

Pronuncio estas palabras con dulzura, pero Loto exclamó vivamente:

– ¡Tiene que hacer lo que le manden, y yo digo que es estúpido llorar así por una tontería que tarde o temprano tiene que ocurrirle a toda mujer!

Pero Wang Lung era indulgente y le dijo a Loto:

– Veamos primero lo que puede hacerse. Y, si quieres, te compraré otra esclava, o lo que desees, pero veamos qué puede hacerse.

Loto, que durante mucho tiempo había deseado un reloj extranjero y una nueva sortija con un rubí, se calló de pronto, y Wang Lung le dijo a Cuckoo:

– Id y decidle a mi primo que la muchacha tiene una enfermedad vil e incurable y que si la quiere así, bien está, y la muchacha irá a él, pero que si le inspira temor, como nos inspira a todos, entonces decidle que tenemos otra esclava y que está sana.

Y paseó la vista por todas las esclavas que estaban alrededor, y ellas volvieron la cabeza, esbozaron una risita entrecortada e hicieron ver que se avergonzaban; todas menos una moza fornida, de unos veinte años, que exclamó riéndose y con la cara roja:

– Bueno, yo he oído hablar bastante de esto y tengo intención de probarlo, si él me quiere. Al fin y al cabo, no es un hombre tan repelente como otros.

Entonces Wang Lung contestó con un suspiro de alivio:

– ¡Ve, pues!

Y Cuckoo dijo a la moza.

– Sigue muy cerca de mi, pues sucederá, estoy segura, que le echará mano al fruto que tenga más cerca.

Y las dos mujeres salieron de la estancia.

Pero la doncellita todavía continuaba asida a los pies de Wang Lung, sólo que ahora había cesado de llorar y prestaba atención a lo que ocurría. Loto estaba todavía enojada, y, levantándose, se retiró a su cuarto sin decir palabra. Entonces Wang Lung alzó a la muchacha con dulzura y ella permaneció en pie ante él, abatida y blanca, y Wang Lung vio que tenía una carita ovalada y suave, excesivamente pálida y delicada, y una boca pequeña y rosada. Y dijo bondadosamente:

– Ahora, hija mía, procura no presentarte ante tu ama en un par de días; y cuando entre aquel otro, escóndete.

Ella levantó los ojos, mirándole ardientemente rostro a rostro, y pasó ante él, silenciosa como una sombra, y desapareció.

El primo permaneció en la casa durante una luna y media y gozó cuanto quiso de la moza fornida, que concibió y se jactó de ello en la casa. Entonces la guerra llamó de pronto, y la horda partió velozmente como broza arrastrada por el viento, y no dejó nada, excepto la suciedad y la destrucción que había causado. El primo de Wang Lung se ciñó el cuchillo a la cintura, se echó el fusil a la espalda y les dijo a todos burlonamente:

– Bueno, si no regresara, os dejo a mi segundo ser, y un nieto para mi madre. ¡No todos los hombres pueden dejar un hijo donde se detienen una luna o dos, y es una de las ventajas del soldado que su semilla fructifica detrás de él y otros han de cuidarla!

Y riéndose de todos siguió su camino con los demás.