Изменить стиль страницы

"Teniendo esta meta ante los ojos, consideramos que ha llegado para nos el momento de dar a los habitantes de los dos países una nueva prueba de nuestra confianza en su madurez política. Hemos decidido, para elevar Bosnia y Herzegovina a un grado más alto de vida política, conceder a ambos países instituciones constitucionales -que responderán a las condiciones en que se hallan y a sus comunes intereses- y dar de este modo una base legal a la representación de sus deseos y de sus intereses.

"Así podrá escucharse vuestra voz, cuando, en el futuro, se tomen decisiones relativas a los asuntos de vuestra patria, que tendrá, como hasta ahora, su administración separada.

"La primera condición indispensable para la introducción de esta constitución nacional es la definición de la situación jurídica, clara e indudable, de ambos países. Partiendo de este principio, y conservando el recuerdo de los lazos que existían en tiempos pasados entre nuestros gloriosos predecesores en el trono de Hungría y estos países, extendemos nuestros derechos de soberanía a Bosnia y a Herzegovina; y queremos que se aplique a esos países el orden de sucesión vigente en nuestra casa.

››De este modo, los habitantes de ambos países recibirán su participación en los beneficios que puede asegurarles el refuerzo duradero de los lazos que, hasta ahora, los unía a nos. El nuevo estado de cosas será la garantía de que la cultura y la prosperidad hallarán un lugar seguro en vuestra patria.

"¡Bosníacos y herzegovinos!

"En medio de los numerosos cuidados que rodean a nuestro trono, no será el último el que dediquemos a vuestra prosperidad material y moral. La gran idea de la igualdad de todos ante la ley, la participación en la confección de las leyes y en la administración del país, una protección idéntica concedida a todas las confesiones, a todas las lenguas y a todas las particularidades nacionales son los grandes bienes de los que disfrutaréis plenamente.

"La estrella que guiará vuestro gobierno en los dos países será la libertad de los individuos y el bien de la colectividad…"

Con la boca ligeramente abierta y la cabeza inclinada, Alí-Hodja escuchaba aquellas palabras que, en su mayoría, le resultaban poco habituales o desconocidas. Y escuchaba también aquellas que, en sí mismas, no le parecían extrañas, pero que, en aquel texto, se convertían en elementos raros e incomprensibles: "La semilla… que se arrojó en los surcos de un suelo minado", "condición indispensable para la introducción de esta constitución nacional, definición de la situación jurídica, clara e indudable…", "La estrella que guiará a nuestro gobierno…" Sí, aquí están otra vez las "palabras imperiales". Cada una de estas palabras, tomadas por separado, se presentan ante los ojos del hodja, ya como una perspectiva lejana extraordinaria y peligrosa, ya como un velo negro que cubre su vista. Hay momentos en que no ve nada, y otros en que llega a vislumbrar algo que no comprende y que no anuncia nada bueno.

(En esta vida, todo es posible y cualquier milagro puede llegar a realizarse. A veces ocurre que un hombre escucha atentamente y, sin llegar a comprender los elementos aislados que integran aquello que escucha, aprende y se da cuenta de lo que quiere decir todo el conjunto. Aquella semilla, aquella estrella, aquellos cuidados del trono, todo aquello, podía estar expresado en una lengua extranjera y, sin embargo, el hodja estaba en condiciones de comprender lo que quería decir y la meta hacia donde se pretendía llegar por medio de semejante discurso. No es ni más ni menos que la costumbre, iniciada hace treinta años, que han adquirido los emperadores de lanzarse llamadas por encima de los países y de las ciudades, y por encima de las cabezas de sus subditos. Cada una de las palabras de una proclama imperial encierra profundas consecuencias. Los países están despedazados y en ellos las cabezas vuelan a causa de las palabras de sus emperadores. Así, si se habla de "semilla… estrella… cuidados del trono", es con el fin de no tener que llamar a las cosas por su nombre ni decir lo que pasa en realidad; y esa realidad es que los países y las provincias y, con ello, los hombres y sus casas, van pasando de mano en mano, como calderilla, y que un hombre lleno de verdadera fe y de buenas intenciones no encuentra la paz en la tierra, como no encuentra el mínimum necesario para cubrir su corta vida, y que su estado y sus bienes sufren alteraciones que no nacen en él y que están en contradicción con sus deseos y con sus mejores intenciones.)

Alí-Hodja prestó oído y tuvo la impresión de que se estaban repitiendo las mismas palabras que escuchó hacía treinta años. Y volvió a notar un peso de plomo en el pecho y vibró de nuevo aquel mensaje: el tiempo de los turcos ha terminado, "la antorcha turca se ha consumido". Pero había que repetírselo a sus compatriotas, ya que no querían comprender ni darse cuenta de los hechos: sólo pretendían confundirse a ellos mismos y hacerse los ignorantes.

"…A cambio os mostraréis ciertamente dignos de la confianza que en vosotros depositamos, a fin de que la noble armonía entre el soberano y el pueblo, que es la más preciosa prenda del progreso del Estado, acompañe siempre nuestro trabajo común.

"Dado en Budapest, Nuestra capital y residencia habitual.

FRANCISCO JOSÉ, e. p 1 ."

Con estas palabras el hombre de la chaqueta de cuero terminó su lectura y, súbitamente, gritó de una manera inesperada y con fuerza:

– ¡Viva Su Majestad el Emperador!

– ¡Viva! -respondió, como ante una orden, el largo Ferkhat que estaba encargado de encender los faroles.

Todos los demás se dispersaron, silenciosos, en el mismo instante.

Antes de que llegase la noche de aquel mismo día, la proclama fue arrancada y arrojada al Drina. Al día siguiente fueron detenidos algunos jóvenes servios, sospechosos de ser los autores, y se pegó nuevamente en la kapia otra proclama, junto a la cual se colocó un guardia municipal.

A partir del momento en que un gobierno experimenta la necesidad de prometer a sus subditos, por medio de anuncios, la paz y la prosperidad, hay que mantenerse alerta y esperar que suceda todo lo contrario. A finales de octubre, comenzó a llegar el ejército, y no sólo en ferrocarril, sino empleando la antigua carretera abandonada. Como treinta años antes, hizo su aparición por el repecho de la carretera procedente de Sarajevo, y entró en la ciudad por el puente, llevando todos sus útiles y seguido por la intendencia. Estaban representadas todas las armas, excepto la caballería. Todos los cuarteles se hallaban llenos.

Algunas unidades tuvieron que acampar en tiendas. Llegaban sin cesar más tropas, que se detenían unos días en la ciudad, partiendo a continuación hacia los pueblos situados a lo largo de la frontera de Servia. Los soldados eran, en su mayoría, reservistas de diversas nacionalidades; todos iban provistos de bastante dinero. Hacían sus compras en las tiendas, y adquirían fruta y dulces en las esquinas. Subieron los precios. El heno y la avena llegaron a agotarse. Se inició, en las alturas que rodeaban a la ciudad, la construcción de fuertes. Y comenzó en el puente un trabajo extraño. En la parte central, inmediatamente después de la kapia, según se venía de la ciudad camino de la orilla izquierda del Drina, algunos obreros, llevados especialmente, empezaron a hacer en un pilar una excavación de un metro cuadrado. El lugar en que se realizaban los trabajos estaba cubierto por una tienda verde, de la cual se escapaba el ruido de unos golpes incesantes que cada vez se iban oyendo a más profundidad. La piedra que se extraía era arrojada por encima del parapeto al río. Por muy oculto que se pretendiese llevar el trabajo, se sabía en la ciudad que estaban minando el puente, es decir, abriendo un profundo orificio que atravesaría un pilar hasta llegar a su base, y que, en el fondo de dicho orificio se colocarían algunos explosivos, para el caso de que se llegase a la guerra y fuese necesario destruir el puente. Se introdujeron en el orificio unas largas escaleras de hierro, y, cuando quedó terminado, se tapó con una plancha de hierro. Al cabo de algunos días se confundía con la piedra y el polvo y, sobre ella, pasaban los coches, trotaban los caballos y circulaban rápidos los peatones que se dirigían a su trabajo, sin pensar ni en la mina ni en los explosivos. Únicamente se detenían en aquel lugar los niños que iban a la escuela, daban patadas llenos de curiosidad, a la puerta de hierro, tratando de adivinar lo que se ocultaba tras ella, imaginaban un nuevo Negro escondido en el puente, se peleaban a propósito de lo que era un explosivo, de cuáles eran sus efectos y de si una construcción de semejante importancia podía ser completamente destruida.

De los adultos, sólo Alí-Hodja Mutevelitch vagaba alrededor del lugar, examinando, con aire sombrío y suspicaz, la tienda verde que fue levantada durante los trabajos, y, más tarde, la plancha de hierro. Escuchaba lo que se decía y lo que se murmuraba; que, en aquel pilar, se había abierto un agujero, una especie de poro en el que se habían metido explosivos, y que esos explosivos estaban conectados a la orilla por un cable eléctrico, de tal manera que el comandante podía, en cualquier momento del día o de la noche, destruir el puente, como si fuese un terrón de azúcar y no una inmensa mole de piedra. El hodja prestaba atención, meneaba la cabeza y reflexionaba durante el día cuando se retiraba a su "ataúd", y, por la noche, en la cama, cuando se disponía a dormir. A veces admitía y a veces rechazaba semejante posibilidad, que le parecía demasiado loca e impía; pero permanecía constantemente preocupado, hasta el punto de que, incluso en sueños, veía llegar a él a sus predecesores, los administradores de los bienes del vacuf de Mehmed-Pachá, los cuales le preguntaban severamente qué es lo que pasaba y qué es lo que estaban haciendo en el puente. El mismo no dejaba de dar vueltas a esta idea en su cabeza.

No quería interrogar a ninguno de los notables, por considerar, desde hacía ya tiempo, que un hombre sensato no puede encontrar en la ciudad a nadie a quien pedir consejo ni con quien discutir humanamente, ya que todos los hombres habían perdido el honor o la razón, o estaban tan perplejos e indignados como él.

Sin embargo, un día, se le presentó la ocasión de informarse sobre aquel asunto. Uno de los beys, Brankovitch de Tsrntcha, Mohamed, servía en el ejército en Viena, se había reenganchado y había llegado al grado de sargento mayor.

1 . Abreviatura de "en persona". (N. del T.)