Dice el Pavo que el doce sale con la Tuna para Marruecos. Como veía mal la excursión, le pregunté si desistíamos de lo del monte, y él entonces me dijo que si hacía el siete. Le contesté que fenómeno, aunque no sé qué pensará Melecio sobre el asunto.
Al concluir las clases, don Rodrigo, el de Matemáticas, me llamó y me dijo que si quiero encargarme de la venta de unos apuntes de su asignatura. Me advirtió que se trata de hacer las cosas discretamente, y que me dejará un duro limpio cada ejemplar. El asunto me hizo tilín y le dije que de acuerdo. Don Rodrigo, aunque joven todavía, da la sensación de un hombre agotado. A pesar de que le dije que bueno, él se puso a darme explicaciones y me dijo que ya sabía que esto no debería hacerlo, pero que le dijera qué puede hacer un hombre con seis hijos y mil ochocientas mensuales si paga novecientas de casa. Me gibaba tanta historia, pero él, como si nada, siguió diciendo que en un país bien organizado, él vendería sus apuntes en la librería, pero que si conocía yo la comisión del librero, y que para tanto como eso él se hubiera metido librero y no tendría necesidad de estrujarse los sesos. Yo le dije que sí y él se animó y dijo que no fuera a creer por estas cosas que me decía que el negocio fuese una cosa inmoral, pero que me pusiera en su situación con ocho bocas en casa y no sabiendo más que matemáticas y no poder dar clases particulares, porque está prohibido, y que lo de vender apuntes se hace en todos los Centros docentes. Le dije que qué cosas tenía, y él me contó entonces que no hablaba por hablar y que, en el último viaje de estudios a Baleares, oyó decir a dos alumnos en la cubierta del barco que don Rodrigo era capaz de afeitar un huevo. Luego insistió en que le dijera sinceramente qué puede hacer un hombre como él con mil ochocientas mensuales y ocho bocas en casa si no es afeitar un huevo. Para que me soltara tuve que decirle que tenía que dar la hora al de Francés, y que ya sabía cómo las gastaba. Me dijo que no dejara de pasarme por su casa a recoger los apuntes.
En casa me encontré a Melecio. Dice que la Doly está enferma y que no sabe si es el moquillo, porque el animal anda muy postrado. Recuerdo que la tarde de Herrera no quiso seguir el rastro de la perdiz que caí, a pesar de que la llevé donde estaba el plumón todavía caliente. Quedé en pasarme por su casa para ver lo que procede. Éramos pocos y parió la abuela.
La Doly anda cogida. Lleva dos días sin probar bocado. En el ojo derecho se le ha formado como una telilla transparente. El Mele no se separa de ella. Acordamos llamar al veterinario. Melecio me preguntó si sabía lo de Tochano. Dije que no, y él dijo entonces que se casa con la Paula para Navidad. Le pregunté cómo era eso y él me contó que le encontró ayer tarde y le había dicho que durante su enfermedad pensó en la vida y había decidido casarse con la chica que le había demostrado su cariño. Le dije lealmente a Melecio que mira por dónde un zorro había conseguido lo que no consiguió don Florián, el cura.
José, el de Secretaría, me ha dicho que ayer volvieron a hablar de la Conserjería don Basilio y don Rafael. No sabe qué decidirán, pero cree que lo que sea sonará pronto. Al tal don Rafael le tengo más miedo que a un nublado. Es más tonto que un hilo de uvas, pero se me hace que no me tiene buena ley.
Como me prometió el Pavo, la Tuna estuvo esta noche donde Anita. Sólo se asomó el churrero y les dijo que se largaran, porque el chaval acababa de agarrar el sueño. Les dio tres pelas. El tío no se ha corrido. La verdad es que tres pelas en estos tiempos no son dinero.
Estuve esta tarde a ver a la perra. Por lo visto el veterinario ha recetado penicilina. Pregunté a Melecio si interesaba la inversión con un animal que así viva mil años nunca aprenderá a cobrar, pero él dijo que aunque no sea más que por el chico está determinado a ello. Escotamos a diez barbos. De vuelta a casa me di de bruces con Anita. Me acerqué a ella y la panoli puso cara de circunstancias. Le pregunté si le gustó la serenata y respondió que su padre a poco la desloma, porque había entendido que ella salía con estudiantes. Le dije entonces que si tenía a mano las fotografías de la artista esa que se le parece, y me contestó que el domingo las sacó, pero que no me vio en el paseo vivo ni muerto. En el portal le agarré una mano y ella me dejó hacer. La arrinconé y le solté lo que pensaba desde que la conocí en la buñolería. Ella me salió con que por qué me había quitado el bigote. Le pregunté si le gustaba más con bigote, y ella dijo que ni más ni menos, solamente que extrañaba el verme ahora sin él. Estaba tan mollar que pensé que era buen momento y le pregunté por su madre. Ella se extrañó que le preguntase por su madre, y yo le dije que era por lo del crío. Se achucharró como si yo le hubiera propuesto un qué y, al fin, me dijo que su madre iba ya por la buñolería, y que ella había vuelto a peinar. Le dije que no sabía que peinara y ella dijo que iba para un año que trabajaba con las Mimis en la peluquería de la calle La Blanca. He quedado en ir el martes a la noche y ella en echarse al bolso las fotografías.
En cuanto oteé al Mele esta tarde trasteando en la calle, ya me imaginé que la perra estaba buena. El chavea me lo confirmó. Anduvimos los dos un rato tirándola el pellejo de la liebre, pero ella enreda con él, pero no lo trae. Melecio me ha devuelto 4,75. No ha sido caro el tratamiento. Ahora, cuando se mete uno en boticas, hay que cerrar los ojos. Me preguntó Melecio si se había explicado Tochano. Ya le dije que no. Al marchar me preguntó dónde iba con tantas prisas y le conté lo de la chavala. Estuvo un rato de cachondeo.
Anita sacó las fotografías. Sí, pero no. Es Anita, pero no es Anita. Ella tiene un qué que le falta a la otra. Se lo planté así y ella dijo que eso quisiera. Aunque hacía fresco, dimos una vuelta por los soportales y la invité a un bartolillo en «La Conchita». Anita es más golosa que un gato. En el portal le pregunté cuándo iba a darme una respuesta, y ella dijo que no sabía que le hubiera preguntado nada. No sé qué me da esta mujer que me tiene como tolondro.
Los apuntes de don Rodrigo se venden como rosquillas. Ya me han dejado 125 líquidas. Esta tarde me llegué a su casa a llevarle su parte y me mandó pasar, y me enseñó un termómetro para que vea que la temperatura no pasa de trece grados, y que no puede encender una estufa de petróleo, porque entonces se vería obligado a reducir la ración de los chicos. Dijo que aborrecía todo eso de andar con tapujos y no obrar a las claras, pero que los hijos son los hijos y con mil ochocientas mensuales, pagando novecientas de piso, no puede hacer milagros. Luego dijo que si sabía yo por qué ellos no tenían economatos, que si por casualidad los hijos de los catedráticos no tienen estómago como los demás. Le contesté que no lo sabía y le di los cuartos. Los contó dos veces delante de mí y, luego, me entregó otra docena de ejemplares de sus apuntes. Al marchar, insistió en que no se trata propiamente de un negocio clandestino, sino que al rogarme discreción pretende tan sólo no darle excesiva publicidad. Me escama a mí ya tanta gaita, pero si yo dijera no, el señor Moro no le iba a ir con ascos.
En el café nadie dijo media palabra de la boda. Echamos la partida como si tal cosa. Palmó Zacarías. El Pepe me preguntó por qué no íbamos el domingo a lo de Villalba. Le dije que tenía compromiso y él preguntó que dónde. Le conté lo del Pavo y me dijo que si no había sitio para él. Le respondí lealmente que no. Todavía estoy aguardando que me liquide los cafés y los cartuchos de Aniago.
Cuando subí a comer este mediodía no se podía parar. En la azotea había una docena de cajones de envasar pescado que tiraban para atrás. Llamé en casa del señor Moro y le pregunté qué pintaba allí aquella basura. Asomó la bruja de la Carmina y me voceó que si me importaba a mí mucho lo que pintaban allí los cajones. Le dije que tanto, que si ella no los quitaba de allí los iba a tirar yo mismo a la calle. Metió el cuezo el señor Moro y me dijo que los cajones se estaban secando para luego hacer astillas con ellos. El cipote me preguntó si sabía yo lo que costaba un saco de leña. La madre, que andaba al quite, dijo que si creía el señor Moro que ella encendía la lumbre con piñas de California. Yo dije entonces que bien que ahorrasen en leña, pero que pongan a secar los envases donde no molesten. La pingo de la Carmina todavía voceó que si los iba a meter en la cocina, y yo le contesté, de mal café, que por mi parte podía meterlos donde le cupieran.
A las siete salí con la chavala. No sabe hablar más que de las Mimis. Dice que la mayor tiene un novio fogonero y que ella por nada del mundo querría un novio fogonero. Le pregunté que si por lo de los tiznones, y ella dijo que no por eso, sino porque cada jueves y cada domingo se largan de casa y a ella le gustan los hombres caseros. Anduvo un rato rondando delante de «La Conchita», pero yo me hice el sueco.
De retirada me topé con Melecio. Ha recibido una citación del Ayuntamiento y le dije que es fijo por lo de la Sinfónica. Él se encogió de hombros. Ya le advertí que si le hacen flauta caerán unas pelas. Mañana se pasará por allí a ver lo que se cuece. Le pregunté por la Doly y me dijo que el domingo podremos llevarla ya donde lo del Pavo.
Hoy, San Nicolás, fiesta para el gremio. Mañana, domingo. Al otro, la Inmaculada. Luego, vacaciones hasta Reyes. Me levanté tarde y la madre me llevó el desayuno a la cama. Anduvo hablándome de sus problemas y me dijo que hoy con dos duros no hace la plaza. Ya le dije que a ver cómo viene lo de la Conserjería, y que si no, veré de buscarme algo para por las tardes. Yo debí hacer lo de Tochano. Tochano no tendrá mucho fijo, pero en propinas hace más de los ocho barbos líquidos. La gente agradece que le metan un giro en casa. La verdad es que embolsar cuartos sin más que firmar un cartón es un momio. Y no creo que Tochano le eche al asunto más de tres o cuatro horas. Claro que uno tiene aquello de la categoría. Pero uno va perdiendo la fe en la categoría. Es una filfa. La madre dice que con la categoría no se come y le sobra razón. Yo no tengo más que categoría y un uniforme. Y para eso también Tochano tiene uniforme, aunque desde luego es otra cosa.