Bajo él, la ciudad aparecía iluminada por millares de antorchas y braseros, como un reflejo del firmamento estrellado. El incesante rumor de la muchedumbre le llegaba con claridad. Se sentó en el suelo y se esforzó por pensar qué podía hacer. El Uija-tao le había dicho que su destino estaba allí y que su presencia iba a ser decisiva. Pero le costaba creer esto después del resultado de la batalla. Ni él, ni Piri, Dragut o Jabbar habían significado nada en el combate; y Baba, el único que realmente podría haber cambiado algo, había huido. Quizás el adivino se había equivocado. No había otra explicación, porque ¿qué podía hacer ahora él, aparte de morir como un cordero, tal y como habían muerto Yusuf y los demás?

Se sintió impotente y se llevó la mano al pecho, esperando sentir el contacto del disco dorado como tantas otras veces. Pero ya no estaba allí. Sus esfuerzos para descifrar el disco tan sólo habían servido para predecir con exactitud la fecha de su muerte. Su mano, en cambio, tocó el saquito de cuero que le había entregado el Uija-tao. Lo sacó para contemplarlo. Una vez más necesitaba respuestas y pensó que quizá por eso el anciano adivino le había facilitado la pipa. Pero ésta había quedado destrozada durante la batalla, y no se iba a lamentar por eso, porque le había salvado la vida.

Estudió uno de los braseros que iluminaban la terraza y consideró la posibilidad de improvisar un nuevo recipiente para fumar. La rechazó de inmediato, el Uija-tao le había hecho ver que el recipiente y los símbolos e inscripciones que lo decoraban eran tan importantes como la mezcla. Abrió la bolsita de cuero y tomó una pizca de su contenido con sus dedos. Apenas era un polvillo marrón verdoso, pero el anciano le había dicho…

Le había dicho que era el bosque.

Ése era el motivo por el que Uucil Abnal había sido rodeada por un bosque artificial, comprendió. Los árboles, las plantas, incluso los insectos formaban parte de una gran máquina para leer el chu'lel . Una máquina semejante en su función al disco dorado… Observó detenidamente aquella mixtura oscura. ¿Era posible? ¿Podría utilizarla para comunicarse con el chu'lel , tal y como había hecho al tomar el hongo? El adivino le había advertido que no sobreviviría a una nueva inmersión, que no estaba preparado, pero ya no tenía más alternativas. En el transcurso del día siguiente el cometa caería sobre la Tierra.

Volcó el contenido de la bolsa en la palma de la mano y, sin pensarlo más, se lo llevó a la boca. Tosió mientras intentaba mantener la boca cerrada. La parte más ligera de la mixtura era un polvillo que se le metió en los pulmones. El resto formó una espesa masa en su boca que le fue imposible tragar. Era lo más amargo que había probado nunca. La boca se le llenó de saliva, la notaba fluir abundante, intentando diluir aquel sabor acre. Volvió a toser. Apretó los dientes para no escupir aquella cosa y se le escaparon los mocos. Se limpió con el dorso de la mano y echó la cabeza hacia atrás. Con un verdadero esfuerzo de voluntad se obligó a tragar, y la masa de polvillo y saliva se arrastró hacia su estómago. Le provocó arcadas y tuvo que respirar lentamente para tranquilizarse y no vomitarla.

Bueno, ya está hecho. Miró a su alrededor. Nada había cambiado. Tan sólo notaba el estómago pesado y un horrible sabor en la boca.

Buscó uno de los muros de la azotea para apoyar la espalda y se sentó a esperar. La noche avanzaba y la mixtura no le producía ningún efecto. Notaba la pared estucada detrás de él y la luz que desprendían los braseros diseminados por toda la ciudad seguía brillando. El rumor de la gente no cesaba… Pero había un nuevo sonido. Lisán se esforzó por escucharlo, por separarlo del resto. Inclinó la cabeza. Era como un roce armónico, como el que produciría una fídula al ser frotadas sus cuerdas. Pero era casi imperceptible…

Una conversación entre dos hombres se interpuso, silenciando la música. Paseaban por la calle frente al palacio y hablaban en náhuatl , por lo que no podía entenderlos, pero sus palabras le llegaban con nitidez… De repente pudo verlos, como si estuviera junto a ellos. Dos mexica jóvenes conversaban con gestos contenidos y sin apenas mover los brazos. De la espalda de cada uno de ellos surgía un largo tentáculo por el que circulaban partículas brillantes a gran velocidad…

Lisán dio un respingo y se golpeó en la cabeza contra el muro estucado cuando intentó apartarse de ellos. Seguía sobre la terraza, en la misma posición, pero ahora descubrió que estaba en el interior de una bolsa gelatinosa y brillante, recorrida por miríadas de motas luminosas. Un tentáculo estaba prendido al único orificio de la membrana que lo envolvía y parecía querer absorberlo, como si un gigante chupara con fuerza desde el otro extremo de aquel tubo. Intentó sujetarse, pero no tenía donde clavar los dedos en el interior de aquella especie de placenta viscosa.

Al final lo tragó. El andalusí gritó desesperado mientras recorría el tubo velozmente, con la cabeza por delante. Era tan estrecho que se iba deformando a su paso para darle cabida a su cuerpo. Al cabo de un rato, el tentáculo lo escupió y fue a caer desde una gran altura sobre un caldo pegajoso y brillante. Se hundió por un momento y logró ganar la superficie. Chapoteó. No era difícil flotar en él, pues su densidad era muy alta. Tomó un puñado con la mano y, al mirarlo más de cerca, comprobó que aquel fluido estaba formado por una inmensa masa de partículas luminosas que vibraban y se movían dotadas de la apariencia de la vida.

Y descubrió algo horroroso: ¡su cuerpo se estaba disolviendo en él!

Sus manos, sus brazos, sus piernas se estaban descomponiendo en aquellas motas de luz, y huían en todas las direcciones para fundirse con el magma que lo rodeaba. Miró a su alrededor desesperado, buscando una manera de salir de allí.

Una embarcación navegaba a través de aquel océano inconcebible y se dirigía hacia donde él estaba. Su cubierta parecía una selva de mástiles con todas sus velas desplegadas, y su afilado casco brillaba como hecho de oro. Cuando estuvo más cerca, Lisán apreció más detalles. El casco estaba cubierto por escamas metálicas, de modo que se asemejaba al vientre de un pez dorado. Y en su proa viajaba un hombre muy alto, con el rostro cubierto por una tupida barba gris.

– Talos… -Su voz fue apenas un murmullo desabrido, como si sus cuerdas vocales también se estuvieran diluyendo.

Alguien lanzó un cabo y Lisán logró sujetarse con fuerza a él. Fue arrastrado un trecho, hasta que reunió la fuerza suficiente para trepar por aquel casco cubierto de escamas metálicas. Cruzó sobre la borda y se quedó paralizado durante un instante, contemplando cómo sobre la cubierta de aquella nave se afanaba una tripulación de espectros. Todos eran medio transparentes y a todos les faltaba algún miembro o una parte del rostro.

Lisán entrechocó sus manos para asegurarse de que su carne había recuperado parte de su solidez. Luego caminó entre aquellos fantasmas hasta la proa. El hombre que había supuesto que era Talos el Rojo se volvió hacia él y lo miró. Y Lisán reconoció aquellos ojos.

– Eres el Mujer Serpiente -musitó-. Pero… tu cuerpo es otro.

Talos asintió.

– Un cuerpo no puede durar para siempre. He habitado en el interior de muchos… Tantos que se podría poblar Tenochtitlán con todas las carcasas vacías que he ido dejando atrás.

La música había regresado. Lisán alzó la vista y comprendió al fin cuál era su origen. La cubierta azul del cielo había desaparecido y ahora podía ver las diferentes esferas de cristal que sujetaban a los astros y giraban lentamente sobre sus cabezas. El roce de las esferas contra su eje era el origen de aquella fantástica melodía.

– Todo ha sido dispuesto en los cielos, ¿no es cierto? -dijo el andalusí señalando la esfera de los cometas-. Mañana llegará el fin de todo.

– Sabes eso porque tienes algo que me pertenece.

– ¿El disco dorado? Lo siento, pero ya no está conmigo.

– Entiendo.

Talos le dio la espalda y pareció olvidarse de él, pero Lisán lo rodeó y se enfrentó de nuevo al inmortal.

– ¿Eso es todo? -dijo-. Quiero algunas respuestas, quiero saber por qué los habitantes de los mundos de hielo buscan nuestra destrucción… ¡Mírame!

Talos clavó los ojos en él, haciendo que el andalusí se arrepintiera de haber gritado.

– Te das demasiada importancia, hombrecillo -dijo-. Para los Ronceros no eres nada. Ni siquiera un fragmento de vida que merezca ser medido u observado. Ellos son seres eternos. Habitan la oscuridad helada, donde el tiempo transcurre al ritmo que marcan los astros del cielo. En su escala, tu presencia es tan breve que les cuesta aceptar que existas.

«Los Ronceros» , pensó Lisán, y una imagen del libro de Dante acudió a su mente: las almas de los perezosos se apretaban unas contra otras lejos del sol, en el infierno helado…

– Si somos tan insignificantes, ¿por qué quieren acabar con nosotros?

El ÿinn sonrió con desprecio.

– Te sigues dando una importancia que no tienes… Es a «nosotros» a quienes buscan destruir. Desde mucho antes de que tu especie viera la luz.

– ¿A vosotros? ¿Por qué?

Talos alzó la vista hacia el cielo, donde seguían girando las esferas.

– El único propósito de la vida es procesar conocimientos. La vida es sabiduría que pervive, crece y se multiplica. Cada criatura viviente es una inmensa biblioteca, siempre ávida de aumentar su contenido y almacenarlo para la próxima generación. La vida cambió este mundo para que pudiera albergar una mente capaz de aprovechar la proximidad y la energía del Sol para acelerar estos procesos. Y esa mente poderosa, a la que llamáis «chu'lel» , nos engendró a nosotros como sus órganos manipuladores. Fuimos la primera generación de seres dotados de inteligencia y voluntad que habitó la Tierra. Cuando los Ronceros se dieron cuenta de nuestra existencia, ya habíamos colonizado toda su superficie.

– ¿Y qué hicieron ellos?

– Eso es algo que ya debes de saber. Destruyeron nuestra civilización y desde entonces la guerra continúa. Han nacido otras criaturas, para habitar los mundos que existieron después del nuestro, y todas han sido exterminadas. Los Ronceros están limitados por la lentitud con que discurren sus mentes, pero son implacables y saben cómo calcular su próximo movimiento durante centenares de miles de años. Éste es el momento en el tiempo en el que están a punto de vencer, pero nosotros aún tenemos una oportunidad de sobrevivir…