La Nuit de Mme. Lucienne es su obra más perfecta, un clásico, una variación del Fantasma de la ópera, lo definitivo en el género "teatro dentro del teatro". El perspectivismo se hace vertiginoso, infinito, y ni siquiera la aniquilación final lo clausura.

Les escáliers du Sacre Coeur, por último, auto sacramental en verso, para mí la más sublime y conmovedora de sus obras. Comienza y termina con Gigi y Fifi, las "viejas travestis" del cuento; ellas sobreviven a la aniquilación final (que incluye un rayo celestial para hacerla completa) y repitiendo el esquema de La Cité des Rats se quedan con el niño que han tenido los amantes. El niño mágico, el hijo de los dos amigos…

Aquí en la cumbre de su arte, que es su magia, Copi renuncia a sus poderes de taumaturgo. No hay transformaciones: los amantes son un muchacho y una chica que se aman, tienen un hijo, y mueren. Gigi y Mimi no fueron coronadas reinas y diosas en el país del príncipe Kouloto, son dos patéticos viejecitos que siguen vestidos de mujer buscando clientes en las pissotiéres, y cuando se encuentran al comienzo salen uno de la cárcel, otro del hospital… No ha habido transformaciones. Pero viendo toda su obra en retrospectiva, vemos que la renuncia estuvo ahí desde el comienzo. Tiene razón Laiseca: la grandeza y la eficacia de un mago se mide por su renuncia al uso de la magia. El mago de verdad, el más grande, es el más pobre y desamparado de los mortales. Porque entre su magia y su persona se interpone el olvido, en la forma del mundo.