Cumple su objeto porque aisla al culpable de la sociedad contra la cual delinquió. Nada tiene de opuesto a la naturaleza; lo que hace es devolverlo a ella. La descripción del criminal es enviada a todos los pueblos, villorrios, a los lugares más remotos donde exista el menor rastro humano. Estricta prohibición de recibirlo. Se lo mete engrillado en una canoa en la que se ponen víveres para un mes. Se le indica los lugares donde podrá encontrar más bastimentos mientras pueda seguir bogando. Se le da la orden de alejarse, de no volver a pisar jamás tierra firme. A partir de ese momento, únicamente a él le incumbe su suerte. Libro a la sociedad de su presencia y no tengo que reprocharme su muerte. Todo lo que está por debajo de la línea de flotación de esa canoa, no vale la sangre de un ciudadano. Me guardo pues de derramarla. El culpable irá bogando de orilla a orilla, remontando o bajando el ancho río de la Patria, librado a su entera voluntad-libertad. Prefiero corregir y no imponer un castigo que no sea ejemplarizador. Lo primero conserva al hombre y, si él mismo se empeña, lo mejora. Lo segundo lo elimina, sin que el castigo le sirva de escarmiento a él ni a los demás. El amor propio es el sentimiento más vivo y activo en el hombre. Culpable o inocente.

Un autor de nuestros días ha tejido una leyenda sobre esta condena del destinado que va bogando sin término y encuentra al fin la tercera orilla del río. Yo mismo, para establecerla aquí, me inspiré en una historia narrada por un libertino en la Bastilla, que solía repetirme un prisionero francés en las siestas del tórrido verano paraguayo. Yo tomo lo bueno donde lo encuentro. A veces, los más depravados libertinos cumplen sin quererlo una función de higiene pública. Este noble degenerado, preso en la Bastilla, reflejó en su utopía de la imaginaria isla de Tamoraé la isla revolucionaria del Paraguay, ejemplar realidad que ustedes calumniaron.

Sin duda El Supremo alude a la narración sadiana La isla de Tamoé, conocida en el Paraguay, un siglo antes de ser publicada en la propia Francia y en el resto del mundo, mediante la versión oral del memorioso Charles Andreu-Legard, compañero del marqués en la Bastilla y en la Sección de Picas; después prisionero del Dictador Perpetuo, durante los primeros años de la Dictadura, según consta en los comienzos de estos Apuntes.

La alteración del nombre de la isla imaginaria Tamoé por el de Tamoraé, es un error de El Supremo, inconsciente, o quizás deliberado. El vocablo tamoraé significa, en guaraní, aproximadamente: ojal á -así-sea. En sentido figurado: Isla o Tierra de la Promesa. (N. del C.)

En los días de su época, poco antes de su expulsión, los cuclillos suizos se llamaron a total silencio y humildad. Mandé llamar a Rengger. Vea usted, don Juan Rengo, con sus hierbas ha hecho de mí un león herbívoro. ¿Qué debo hacer con usted? Debo premiarlo con la destitución. Desde hoy deja de ser mi médico de cámara. Limítese a no seguir envenenando a mis soldados y prisioneros. Ayer murieron treinta húsares más a causa de sus purgantes. A este paso me va a dejar usted sin ejército. Le he pedido que en las autopsias buscara usted en la región de la nuca algún hueso oculto en su anatomía. Quiero saber por qué mis compatriotas no pueden levantar la cabeza. ¿Qué hay de eso? No hay ningún hueso, me dice usted. Debe haber entonces algo peor; algún peso que les voltea la cabeza sobre el pecho. ¡Búsquelo, encuéntrelo, señor mío! Por lo menos con el mismo cuidado que pone en buscar las más extrañas especies de plantas e insectos.

En cuanto a la mariposa fúlgida que lo tiene a usted alucinado, la hija de Antonio Recalde, déjela donde está. Usted sabe muy bien que aquí a los extranjeros europeos, no solamente a los españoles, les está absolutamente prohibido casarse con mujer blanca del país. No se admiten demandas de esponsales ni aun alegando estupro. La ley es una para todos y no puede haber excepciones. Me dice que usted desea abandonar el país, lo mismo que su compañero Longchamp. Me pide usted autorización para la boda y luego para la partida. ¡Imposible, don Juan! Alega usted apuro. La prisa no es buena consejera. Lo sé por experiencia. Aun en el caso de que no rigiera esta prohibición, no sería bueno casar a la niña Retardación con el doctor Apuro. Alega usted que esta prohibición es absurda y significa la muerte civil de los europeos. No se suicide, pues, mi señor don Juan Rengo, que no resucitará usted civilmente por más médico que sea. Búsquese usted una de las tantas hermosas mulatas o indias que son el orgullo de este país. Despósela usted. Saldrá ganando dos veces, se lo asegura uno que bien conoce el paño que corta. Vea, seré indiscreto. Le pregunto: ¿Cuántas veces ha visitado usted a la hija de don Antonio Recalde?

No me conteste. Lo sé. Muchas. Casi todas las noches desde hace tres años. Este prolongado noviazgo, romance, amartelamiento, o como quiera llamarlo, demuestra la firmeza de sus sentimientos. Prueba también que, si en verdad el caballero Juan Rengo tiene apuro, este apuro se ha tomado su tiempo no en vanos galanteos, supongo. Me he de permitir hacerle, no obstante, otra pregunta. ¿Ha llegado usted por ventura a conocer la más notoria particularidad de esa hermosa muchacha? No; claro que no. Salvo que su amor es realmente tan grande que pase por alto el pequeño detalle. Y si es así, yo estaría inclinado a otorgar a usted la dispensa. Imagino sus encuentros. La encantadora hija de Antonio Recalde ha recibido siempre a usted, sentada mesa por medio, el espeso tapete cubriéndole las extremidades, ¿eh? ¿Ha llegado a saber usted, tal vez alguien se lo ha murmurado, cuál es el apodo de la bella Recalde? No, no lo sabe, me doy cuenta de ello. Yo se lo diré: La apodan la Patona. Inmensos pies. Casi una vara de longitud y media de ancho. Probablemente, los pies más grandes que doncella alguna gaste en el mundo de la realidad y de la fábula. Y lo mejor es que siguen creciendo. No paran de crecer. Si usted, don Juan, está dispuesto a llevarse en su colección estas plantas en cuarto crecien-re, firmaréle la dispensa. Vayase. Piénselo. Venga luego a comunicarme su decisión. No volvió. Pocos días después los dos suizos se embarcaban rumbo a Buenos Aires. La hija de Recalde malogró su boda; el país ganó dos maulas menos.

Mala persona no es el protomédico. Corazón irreprochable. No anda en perversidad de boca. Incapaz de decir una media mentira; mas tampoco la mitad de una verdad en momento oportuno. Incapaz de doblez se dobla de puro blando de modo que cualquiera puede blandir su ingenua voluntad sobornándolo por astucia aunque no con oro. Hombrecito-cacharro trasuda por todos los poros el agua de su inconmensurable simpleza. Lejos de calmar mi sed la agrava. Cuando me encuentro en tal estado ni a este viejo-niño soporto. Me encarnizo con mi propio mal. Abandono mi cuerpo a sus muchos sufrimientos. Pues si bien el dolor sufrido es igual al que se teme sufrir, cuanto más el hombre se deja dominar por el dolor, más éste lo atormenta. El sufrimiento físico no me atormenta. Puedo dominarlo, sacármelo de encima, más fácilmente que la camisa. Me atormenta lo que pasó en aquella tormenta. Dolor de otra especie. Partióme de un mandoblazo; me hizo doble empequeñeciéndome a menos de la mitad: la que va decreciendo rápidamente. Dentro de poco no quedará más que esta mano tiranosauria, que continuará escribiendo, escribiendo, escribiendo, aun fósil, una escritura fósil. Vuelan sus escamas. Se despelleja. Sigue escribiendo.

Estoy sudando hasta debajo de las uñas. La lengua seca entre los dientes. Un va-y-viene-errante, el ataque. Me espía, me acecha.

El herbolario me observa fijamente. La cabeza gacha por ese hueso clandestino de la nuca que impide a los paraguayos mantenerla erguida. Calcula que se está cumpliendo el avance de la demolición. ¡Completo reposo! ¡Dormir! ¡Dormir, Señor! Usted sabe que no duermo, Estigarribia. El sueño es la concentración del calor interior. El mío ya no produce evaporación. Mi pensamiento es el que sueña despierto una materia cabellosa, corpórea. Visiones más reales que la propia realidad. ¡Tal vez ha llegado el momento de elegir un sucesor, nombrar un designatario! ¿Es todo lo que se le ocurre? ¿Es éste el postrero homenaje que viene a rendir a su joven enfermo? Sólo tengo veintiséis años de enferma-edad.

No puedo elegir un designatario, como usted dice. No me he elegido yo. Me ha elegido la mayoría de nuestros conciudadanos Yo mismo no podría elegirme. ¿Podría alguien reemplazarme en la muerte? Del mismo modo nadie podría reemplazarme en vida. Aunque tuviera un hijo no podría reemplazarme, heredarme. Mi dinastía comienza y acaba en mí, en YO-ÉL. La soberanía, el poder, de que nos hallamos investidos, volverán al pueblo al cual pertenecen de manera imperecedera. En cuanto a mis pocos bienes personales serán repartidos de la siguiente forma: La chacra de Ybyray a mis dos hijas naturales que viven en la Casa de Recogidas y Huérfanas; de mis haberes no cobrados que alcanzan la suma de 36.564 pesos fuertes con dos reales, se hará pagar un mes de sueldo a los soldados de los cuarteles, fuertes, fronteras y resguardos tanto del Chaco como de la Región Oriental. A mis dos viejas criadas 400 pesos, más el mate con la bombilla de plata a Santa; a Juana, que ya está más arqueada que un asa, mi vaso de noche, que le corresponde de hecho y de derecho por haberlo manipulado día y noche con más que sacrificada dedicación durante todo el tiempo que ha estado a mi servicio. A la señora Petrona Regalada, de quien dicen que es mi hermana, 400 pesos, además del vestuario, guardado en ese baúl. El resto de mis haberes no cobrados serán distribuidos asimismo a los maestros de escuela, a los maestros y aprendices músicos, a razón de un mes de sueldo a cada uno, sin nacer omisión de los indiecitos músicos que sirven en todas las bandas de los cuarteles tanto de la Capital como del interior. Quiero que se tengan bien vestidos y alimentados a esos indiecitos; los que por otra parte son los mejores y más disciplinados, por su instinto natural para la música. Quiero que sus instrumentos sean tan flamantes como los de las dotaciones de blancos y pardos. A los que formaron en mi escolta desde muchachuelos, debe dotárseles de tambores y pífanos nuevos, y si sobraran algunos reales, repartirlos a los que ya deben estar muy ancianos sin posibilidades de proveer sus necesidades por sus propios medios. Mi guitarra, al maestro Modesto Servín, organista y director del coro de Jagua-ron, con la expresión de mi afecto.