– No te preocupes. Ya deben de estar al llegar.
Llegaron, sí. Media hora después, en el todoterreno que nos llevaba hacia el puesto, aprovechando que Chamorro había subido a otro vehículo y que los dos GRS que nos acompañaban no estaban muy al corriente del caso, me permití hacerle a Nava una proposición no del todo ortodoxa.
– No lo hagas. No le eches mierda encima. Está muerta.
– Por eso mismo, Vila. Qué más le da. Y no voy a decir nada más que la verdad. Así que puedo hacerlo con la conciencia bien tranquila.
– Apiádate de sus padres.
– Lo siento por ellos. Pero yo tengo una hija. Acepto que piense que su padre no fue tan honrado como debía. Pero no que es un desalmado.
– Sabes que no te va a servir de nada.
– Me sirve para lo que te acabo de decir. Y tú no deberías estar pidiéndome esto. Tu misión es que resplandezca la verdad y la justicia. Pues nada, aquí sí que puedes contar conmigo. Y no me incites al mal…
– No vas a hacerle bien a nadie, acusándola. No será nunca un hecho probado de una sentencia. Sólo algo que quedará insidiosamente ahí.
– No te canses, Vila. No tengo más remedio. Ella hizo lo que hizo, y sus padres tendrán que afrontarlo. Mi hija va primero. Lo siento.
Comprendí no sólo que no había ninguna posibilidad de convencerle, sino que en la práctica, iba a ser muy difícil arreglar que ella quedara al margen. Por otra parte, recordé que también Iván tenía una madre, y Margarethe von Amsberg, algún derecho a saber la verdad. Pero por un momento, no pude evitarlo, pensé que tener a un culpable encarcelado ya la confortaría, y que la verdad pura (concediendo que fuera la que Nava decía que era) no le resultaba indispensable. En fin, quizá pensaba así porque era lo que quería pensar. Tanto daba, en todo caso. Lo que hubiera de ser, sería.
Llegábamos frente a la casa-cuartel cuando Nava, acaso presintiendo que no volveríamos a estar solos, me dijo en voz baja:
– Aunque de esto sí que no pienso contar nada, quiero que sepas que lo sé. Y quiero que sepas también, porque es justo, que lo sé porque lo he adivinado. Ella nunca me lo dijo. Lo que eso signifique, tú lo interpretarás.
También sabía otra cosa Nava: que yo no iba a preguntarle qué era eso que sabía. Así que nada le pregunté. Y nunca volvimos a hablar de ello.