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»Hizo una lista muy precisa con algunos objetos que estaban en el Museo de Bagdad. No eran muchos, una veintena, pero de gran valor. Fue un gran negocio y eso es lo que le ha llevado a él y a sus amigos a preparar uno mayor. Tienen información, George tiene la mejor información de los planes del Pentágono. Al fin y al cabo es un "halcón" con conexiones importantes en la Administración norteamericana. Les conoce a todos. Así que a George no le ha costado saber la fecha exacta en que comenzará la guerra. ¿Sabes en qué consiste esta operación?

Ahmed se calló esperando a que Clara tuviera que pedirle que continuara. Pero ella permaneció en silencio mirándole fijamente sin pestañear.

– Es un robo a gran escala. Alfred Tannenberg se va a llevar todo lo que hay valioso en este país. Sus hombres van a entrar en los museos más importantes de Irak, no sólo en el de Bagdad. ¿Quieres saber quién les ha facilitado una lista de piezas únicas cuyo valor es incalculable? Yo. Yo he preparado esa lista con objetos que son… son patrimonio de la humanidad. Pero que terminarán en los museos secretos de unos millonarios caprichosos que ansían beber en la misma copa que Hammurabi. Pero puesto que van a entrar a por esas piezas, estatuas, tablillas, sellos, copas, frescos y hasta obeliscos, aprovecharán para llevarse todo lo que encuentren. Digamos que les he preparado un par de listas, una de objetos únicos, otra de objetos importantes.

– Es… es imposible -acertó a decir Clara.

– Es muy fácil. El 20 de marzo comenzará la guerra, ¿no te lo ha dicho tu abuelo? Pues bien, ese día sus hombres entrarán en los museos y saldrán con rapidez. Cada grupo tiene que dirigirse a una frontera, las de Kuwait, Turquía, Jordania, y entrar en esos países, donde otros equipos estarán esperando para llevar la carga a su lugar de destino. Enrique ya tiene piezas comprometidas a importantes compradores, lo mismo que Frank, y por supuesto George. Otras piezas las guardarán y las irán sacando de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda. No tienen prisa, aunque bien pensado los cuatro son demasiado viejos.

– Pero en medio de los bombardeos…

– ¡Ah, eso hace las cosas más fáciles! Cuando empiece la guerra nadie se preocupará por guardar los museos, todo el mundo intentará salvar el pellejo. Los hombres de Alfred son muy buenos, son los mejores ladrones y asesinos de Oriente Próximo.

– ¡Cállate!

– No grites, Clara, no te pongas histérica -respondió Ahmed con la voz tan tranquila como helada.

Clara se levantó del sillón y empezó a andar por la exigua habitación. Sentía una necesidad imperiosa de correr, de salir de allí. Pero se contuvo. No, no haría nada de lo que Ahmed esperaba que hiciera o dijera. Se volvió hacia él mirándole con odio por haberle pisoteado su mundo, el mundo irreal y falso en el que estaba instalada desde su infancia por decisión de su abuelo.

– Has dicho que la guerra comenzará el 20 de marzo.

– Así es. George nos lo ha hecho saber. Ese día no deberías estar aquí, si es que tienes ganas de vivir.

– ¿Cuándo tendríamos que irnos de aquí?

– No lo sé, tu abuelo no me lo ha dicho.

– ¿Cómo saldrás de Irak?

– Tu abuelo ha prometido sacarme, sólo él puede hacerlo.

Se quedaron en silencio. Clara sintió que había envejecido de golpe y sintió odio hacia Ahmed. Se preguntó cómo podía haber querido a ese hombre que la miraba con frialdad a la espera de su reacción.

No había intentado rebatir nada de cuanto le había dicho porque sabía que era verdad. Por eso le había escuchado sin decir ni una palabra, absorbiendo toda la información que había estado siempre ante sus ojos por más que el cariño a su abuelo la cegara.

Pensó que tanto le daba lo que hiciera o hubiera hecho su abuelo. Le quería igual, no le reprochaba nada, y decidió en lo más íntimo de su ser que le defendería de quienes como Ahmed o Yasir ansiaban verle muerto.

Ahmed la observaba moverse de un lado a otro de la habitación y creía que en cualquier momento la vería derrumbarse sin poder contener las lágrimas. Se sorprendió al ver que Clara se dominaba y asumía el control de sí misma, sin dar una oportunidad al sinfín de emociones que pugnaban por aflorar.

– Espero que tú y Yasir estéis a la altura de lo que mi abuelo os ha encomendado. Desde luego, estaré atenta para que no deis ningún paso en falso; si lo hacéis…

– ¿Me estás amenazando? -preguntó Ahmed sin ocultar su sorpresa.

– Sí, así es, te estoy amenazando. Supongo que no te sorprenderá viniendo de una Tannenberg.

– ¿Quieres hacerte un lugar en el gran negocio de la delincuencia?

– Ahórrate las ironías y no te equivoques conmigo. Creo que no me conoces, Ahmed, me subvaloras, y ése puede ser un error que puedes pagar caro.

El hombre no salía de su asombro. Realmente le parecía que aquella mujer con la que había dormido en los últimos años era una perfecta desconocida. Y la creyó, sí; al escucharla hablar como lo hacía, supo que esa mujer sería capaz de todo.

– Siento haberte dado un disgusto, pero ya era hora de que supieras la verdad.

– No seas cínico, y ahora, descansa si quieres. Me voy a dormir al cuarto de Fátima, aquí apesta, apesta a ti. Márchate en cuanto puedas, y cuando la operación termine, procura no cruzarte en mi camino. Yo no seré tan generosa como mi abuelo.

Clara salió de la habitación cerrando la puerta suavemente. No sentía nada, absolutamente nada por Ahmed, sólo lamentaba los años perdidos a su lado.

Fátima se sobresaltó al oír los golpes secos en su puerta. La mujer se levantó de la cama y entreabrió la puerta.

– ¡Clara! ¿Qué te pasa?

– ¿Puedo dormir aquí?

– Métete en mi cama, yo me tumbaré en el suelo.

– Hazme un sitio, cabemos las dos.

– No, no, la cama es muy pequeña.

– No discutas, Fátima, me echaré sobre la cama a tu lado, siento haberte despertado.

– ¿Has discutido con Ahmed?

– No.

– Entonces, ¿qué ha pasado?

– Ahmed ha querido hacerme daño explicándome… explicándome en qué consisten algunos de los negocios de mi abuelo. Robos, asesinatos… ¿creería que iba a dejar de querer a mi abuelo? ¿Tan poco me conoce?

– Niña, las mujeres no debemos meternos en los negocios de los hombres, ellos saben lo que tienen que hacer.

– ¡Qué tontería! Te quiero mucho, Fátima, pero nunca he entendido tu sumisión sin límites a los hombres. ¿Tu marido robaba o mataba?

– Los hombres matan, ellos saben por qué.

– ¿Y a ti no te importa vivir con hombres que matan?

– Las mujeres cuidamos a los hombres y tenemos sus hijos, les procuramos bienestar en casa, pero no vemos, ni oímos, ni hablamos, o no seríamos buenas esposas.

– ¿Es tan fácil como lo dices? No ver, ni oír, callar…

– Es como debe ser. Desde que el mundo existe los hombres pelean. Por la tierra, por la comida, por sus hijos, y mueren y matan. Las cosas son así y ni tú ni yo las vamos a cambiar, además, ¿quién las quiere cambiar?

– Tu hijo está muerto, le mataron y yo te vi llorar.

– Le lloro a diario, pero así es la vida.

Clara se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Estaba agotada, pero la conversación con Fátima le daba tranquilidad. La vieja criada parecía conforme con las tragedias que deparaba la vida.

– ¿Tú sabías que mi abuelo tiene negocios… negocios en los que a veces es necesario matar?

– Yo no sé nada. El señor hace lo que tiene que hacer, él sabe mejor que nosotras lo que es necesario.

Las venció el sueño hasta que el primer rayo de sol se coló por una rendija de la ventana.

Fátima se levantó y al cabo de un rato entró con una bandeja que colocó ante Clara.

– Desayuna deprisa, el profesor Picot quiere verte.

Cuando llegó a la excavación hacía rato que los miembros de la misión estaban trabajando. Marta se acercó a ella con restos de arcilla en la mano.

– Mira esta arcilla, aquí hubo un incendio. Hemos encontrado restos que indican que el templo sufrió un incendio, no sé si fortuito o provocado. Es curioso, pero esta mañana parece que estamos de suerte, hemos podido despejar el perímetro de otro patio y han quedado a la vista unos cuantos escalones, y armas, espadas y lanzas quebradas, carcomidas por la tierra. Pienso que quizá este templo fue atacado, arrasado en alguna contienda.

– Normalmente respetaban los templos -replicó Clara.

– Sí, pero en ocasiones las necesidades de dinero llevaron a algunos reyes a enfrentarse con el poder religioso. Por ejemplo, durante el reinado de Nabónides su necesidad de dinero le llevó a introducir cambios en las relaciones entre el poder real y el religioso. Suprimió al escriba del templo, lo sustituyó por un administrador real, el resh sharri , cuya autoridad estaba por encima de la del sacerdote administrador del templo, el qipu , y del shatammu , el responsable de las actividades comerciales.

»O pudo suceder que en alguna invasión o guerra entre reyes, el templo sufriera la misma suerte que otros recintos o ciudades.

Clara escuchaba con atención las explicaciones de Marta, por la que sentía un gran respeto, no sólo por sus conocimientos sino por cómo era. La envidiaba por el respeto que le tenían cuantos trabajaban en la misión, incluido Picot, que la trataba siempre como a una igual.

Pensó que ella no se había ganado en la vida que la respetaran lo mismo que a Marta, al fin y al cabo, se dijo, no había nada en su biografía digno de destacar, absolutamente nada, salvo un apellido, Tannenberg, que en algunos lugares de Oriente era respetado y temido. Pero el respeto y el temor eran para su abuelo, ella sólo se beneficiaba de ser su nieta.

– ¿Lo ha visto el profesor Picot?

– ¿Yves? Sí, claro, y hemos decidido emplear más hombres en este sector, hoy trabajaremos hasta tarde; en realidad, el tiempo que nos quede tenemos que aprovecharlo.

Fabián, sujeto por una cuerda y sostenido por un aparato con poleas manejado por unos obreros bajo la mirada atenta de Picot, se deslizaba por un hueco que parecía conducir a alguna estancia desconocida, donde todo era oscuridad.

– Ten cuidado, parece hondo -le decía Picot.

– No te preocupes, seguid soltando la cuerda, ya veremos adónde conduce esto.

– Sí me preocupo, y enciende ya la linterna. Si abajo hay espacio también iré yo.

Fueron bajando a Fabián lentamente hasta que se perdió en la profundidad de un agujero oscuro que parecía ser otra planta inferior del templo; o acaso sólo era un pozo, no lo sabrían hasta que el arqueólogo no saliera de nuevo a la luz. Picot parecía nervioso y volvió a asomarse por el agujero llamando a Fabián.