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– Usted no se parece a su abuelo -afirmó el sacerdote.

– Yo creo que sí; mi padre decía que era tan tozuda como mi abuelo.

– No, no me refiero a la tozudez, me refiero a su alma, su alma no es como la de su abuelo.

– Pero usted no conoce a mi abuelo -protestó Clara-; no sabe cómo es.

– He llegado a conocerla a usted.

– ¿Y qué piensa de mí?

– Que es una víctima. Víctima de un sueño, el de su abuelo. Un sueño que no le ha permitido a usted tener sus propios sueños, y que ha determinado su vida de tal manera que está prisionera sin saberlo.

Clara le miró fijamente y se levantó. No estaba enfadada con Gian Maria, no podía estarlo, todo lo que le había dicho sentía que era verdad, y además el sacerdote le había hablado con afecto, sin pretender ofenderla, casi tendiéndole la mano para guiarla entre las tinieblas.

– Gracias, Gian Maria.

– Buenas noches, Clara, que descanse.

Fátima la esperaba en la puerta de la casa y le hizo un gesto para que permaneciera en silencio; luego la condujo al cuarto de su abuelo, donde Samira, la enfermera, estaba poniendo una inyección a su abuelo bajo la atenta mirada del doctor Najeb.

– Ha hecho un esfuerzo superior al previsto para demostrar que está bien -susurró el médico.

– ¿Ha tenido alguna crisis? -quiso saber Clara.

– Apenas llegado al cuarto ha sufrido un desmayo. Menos mal que Samira estaba aquí esperando para ponerle una inyección antes de dormir, si no, no sé qué habría pasado -explicó el doctor Najeb.

Samira ayudó a Fátima a acostar al anciano y éste tendió la mano hacia Clara, que se sentó a su lado.

– Te has esforzado demasiado; no dejaré que lo vuelvas a hacer -le riñó mientras le acariciaba la mano.

– Estoy bien, sólo cansado. Esos hombres son como hienas, venían a comprobar si ya estaba muerto para lanzarse sobre mí. He tenido que demostrarles que si se acercan serán ellos los que mueran.

– Abuelo, ¿no deberías de confiar en mí?

– Confío en ti, eres la única persona de quien me fío.

– Entonces explícame cuál es esa operación tan importante, dime qué quieres que se haga, y yo les haré cumplir tus órdenes. Puedo hacerlo.

Alfred Tannenberg cerró los ojos mientras apretaba la mano de su nieta. Durante un segundo tuvo la tentación de explicar a Clara el alcance de la operación Adán, y así poder descansar, pero no lo hizo porque sabía que si en ese momento ponía a su nieta al frente del negocio, sus amigos y enemigos lo interpretarían como una señal de su debilidad. Además, se dijo, Clara no estaba preparada para tratar con hombres para los que la vida y la muerte eran una raya fácil de traspasar, siempre y cuando se tratara de la muerte de los demás.

– Doctor, quiero quedarme solo con mi nieta.

– No debe cansarse…

– Salgan.

Fátima abrió la puerta, dispuesta a hacer cumplir la orden de Tannenberg. Samira salió la primera, seguida del doctor Najeb, luego Fátima cerró la puerta tras ella.

– Abuelo, no te esfuerces…

– Los norteamericanos atacarán el 20 de marzo. Tienes quince días para encontrar la Biblia de Barro .

Clara se quedó callada ante el impacto de la noticia. Una cosa era creer que iba a haber guerra y otra muy distinta saber con exactitud el día que iba a comenzar.

– Entonces es inevitable.

– Lo es, y gracias a la guerra ganaremos mucho dinero.

– ¡Pero, abuelo…!

– Vamos, Clara, eres una mujer, y supongo que ya has aprendido que no hay negocio más rentable que el de la guerra. Yo he tenido siempre las manos metidas en guerras. Hemos levantado nuestra fortuna gracias a la estupidez de los demás. Leo en tus ojos que no quieres que te diga la verdad, bien, dejémoslo. No debes decir a nadie que el 20 comenzará la guerra.

– Picot se quiere marchar.

– Que se vaya, no importa, sólo que hay que procurar que se quede unos días más, que salgan de aquí el 17 o el 18. Hasta entonces podéis trabajar.

– ¿Y si no encontramos las tablillas?

– Habremos perdido. Habré perdido el único sueño que he tenido en mi vida. Mañana hablaré con Picot. Quiero proponerle algo para que todo este trabajo no haya sido inútil y sobre todo para salvarte.

– ¿Nos iremos a El Cairo?

– Ya te lo diré. ¡Ah, y ten cuidado con ese marido tuyo! No te dejes engatusar.

– Ahmed y yo hemos terminado.

– Sí, pero es mucho lo que tengo, mucho lo que vas a heredar y yo me estoy muriendo. Puede que intente una reconciliación; mis amigos se fían de él, le saben un hombre capaz, por lo que no les importaría que me sustituyera al frente del negocio si me muero.

– ¡Por Dios, abuelo!

– Niña, tenemos que hablar de todo, no hay tiempo para sutilezas. Y ahora déjame dormir. Mañana ofrece a los hombres doble paga para que se empleen a fondo, tienen que seguir desenterrando ese maldito templo, hasta que encuentren la Biblia de Barro.

Cuando salió del cuarto de su abuelo, Clara encontró a Samira y a Fátima esperando.

– El doctor ha dicho que le vigile esta noche -explicó Samira.

– Le he dicho que yo me puedo quedar… -se quejó Fátima.

– Tú no eres enfermera-le respondió suavemente Clara.

– Pero le sé cuidar, llevo haciéndolo cincuenta años.

– Por favor, Fátima, vete a descansar. Esta casa no funciona sin ti, y si no duermes esto será un caos.

Abrazó a la vieja criada e hizo una seña a Samira para que entrara en el cuarto de su abuelo. Luego se dirigió a su habitación.

Ahmed estaba sentado sobre el camastro leyendo. Se dio cuenta de que no se había puesto el pijama, sólo un pantalón corto y una camiseta.

– Buenas noches, Clara.

– Buenas noches.

– Pareces agotada.

– Lo estoy.

– Te he buscado, pero me han indicado que estabas hablando con el sacerdote.

– Nos hemos sentado a fumar un cigarro.

– ¿Os habéis hecho amigos?

– Sí, es una buena persona, y no he conocido a muchas en mi vida.

– Tu abuelo está peor, ¿no?

– No, y me extraña que tengas esa impresión.

– Bueno, alguna noticia ha llegado de El Cairo.

– Supongo que Yasir es el portador de esas noticias, pero son falsas. Mi abuelo no ha empeorado, si es lo que quieres saber.

– Desde luego, sigue teniendo la cabeza en su sitio, pero se le ve… no sé, más frágil de aspecto, más delgado.

– Si tú lo dices… los últimos análisis son estupendos, de manera que no hay cuidado de que le pase nada.

– No te pongas a la defensiva.

– No estoy a la defensiva, sé que te gustaría ver desaparecer a mi abuelo, que se muriera, pero no te va a dar ese gusto.

– ¡Clara!

– Vamos, Ahmed, que nos conocemos bien. Me ha costado verlo, pero es evidente que odias a mi abuelo. Supongo que en el fondo te irrita ser su empleado.

Ahmed Huseini se levantó bruscamente y cerró los puños. Clara le miro desafiante, sabiendo que no se atrevería a alzarle la mano porque eso sería tanto como firmar su sentencia de muerte.

– Creí que íbamos a poder separarnos civilizadamente y sin hacernos daño -replicó Ahmed cruzando el pequeño cuarto para coger una botella de agua mineral.

– Nuestra separación no tiene nada que ver con la verdad.

– ¿Y cuál es la verdad, Clara?

– Que eres un empleado de mi abuelo, que te has tenido que quedar en Irak porque te va a pagar una buena cantidad por tu colaboración en este último negocio con sus amigos Enrique, Frank y George.

– Hace años que trabajo para tu abuelo, eso no es una novedad para ti. ¿Qué es lo que me reprochas?

– No te reprocho nada.

– Sí, sí que lo haces, pero no terminas de decirme qué es. Supongo que estamos todos nerviosos por la guerra.

– ¿Por qué no te has ido ya?

– ¿Quieres saber la verdad?

– Sí.

– Bien, quizá es hora de que empecemos a decirnos en voz alta ciertas cosas que siempre hemos callado. No me he ido porque tu abuelo me lo ha impedido. Me amenazó con hacerme detener por la Mujabarat. Lo habría hecho sin problemas, sólo tenía que levantar el teléfono para enviarme al infierno. Alfred Tannenberg tiene mucho poder en este país. Así que acepté sus condiciones. No lo hice por dinero, no te equivoques, sino por sobrevivir.

Clara le escuchaba sin mover un músculo. Comprendió que Ahmed estaba dispuesto a decirle lo que había callado durante muchos años, y veía en sus ojos rabia, tanta que supo que iba a intentar derrumbar el pedestal donde ella tenía situado a su abuelo.

– ¿Sabes en qué consiste este último negocio? Te lo diré, estoy seguro de que tu abuelo te lo oculta, y que tú además procuras no saberlo. Siempre has preferido vivir en la ignorancia para que nada enturbie tus sentimientos hacia él.

»Tu abuelo hizo su fortuna gracias al arte. Es el mayor saqueador de tesoros de Oriente Próximo.

– ¡Estás loco!

– No, no lo estoy. Es la verdad. Algunas de las misiones arqueológicas que ha financiado han sido con un único propósito: quedarse con lo más valioso que se pudiera encontrar. Tampoco ha tenido grandes problemas en corromper a funcionarios que apenas ganan para llegar a fin de mes y que han hecho la vista gorda, permitiendo que los ladrones se llevaran piezas de determinados museos. ¿Te sorprende? Es un negocio muy lucrativo, que mueve millones de dólares y que ha hecho ricos a tu abuelo y a sus respetabilísimos amigos. Ellos venden piezas únicas a clientes únicos. Tu abuelo se encarga de esta parte del mundo, Enrique de la Vieja Europa y Frank de América del Sur. George es el núcleo del negocio. Lo mismo vende una talla románica desaparecida de una ermita de Castilla que una tabla de una catedral sudamericana. En el mundo hay gente muy caprichosa, que ve algo y lo quiere, y sólo es cuestión de dinero que lo pueda obtener. El grupo de los amantes del arte caprichosos no es muy extenso, pero son muy generosos a la hora de pagar. Estás pálida, ¿quieres agua?

Ahmed buscó la botella de agua mineral y llenó un vaso que le entregó a Clara. El hombre saboreaba la situación. Llevaba años reprimiendo la indignación por la actitud infantil de su mujer, que prefería no oír ni ver lo que sucedía a su alrededor. Clara se limitaba a vivir, arrasando lo que se interponía en su camino, cogiendo lo que le apetecía, siempre desde una calculada ignorancia que le hacía parecer inocente respecto a los negocios sucios de Alfred Tannenberg.

– Tu abuelo no me ha dejado marchar porque me necesitaba para esta última operación. Sin mí le resultaría más difícil, y por tanto no me dejó opción. Te diré en qué consiste. ¿Recuerdas la primera guerra del Golfo? Tu abuelo supo con antelación el día exacto en que los norteamericanos iban a empezar a bombardearnos e ideó un plan muy ingenioso. Cuando empezaran a caer las bombas, sus hombres entrarían en determinados museos y se llevarían unas cuantas piezas de valor.