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Durante la siguiente hora Tannenberg le dio una lección de táctica y estrategia militar. Desplegó un mapa en el que indicó dónde deberían situarse las fuerzas de apoyo de Mike y cómo y por dónde deberían desplazarse hasta las bases norteamericanas de Kuwait y Turquía, la ruta para llegar hasta Ammán e incluso una vía alternativa para llegar a Egipto.

– ¿Y por dónde entrarán sus hombres, señor Tannenberg?

– Eso no se lo voy a decir. Contárselo a usted sería tanto como poner un anuncio en internet.

– ¿Desconfía de mí? -preguntó Mike Fernández.

– Yo no me fío de nadie, pero en este caso no se trata de desconfianza. Usted le contará a Paul Dukais el plan, y si yo le digo por dónde entrarán mis hombres lógicamente le dará esa información. Y no tengo la menor intención de que esa información esté al alcance de cualquiera. Éste es mi negocio, amigo mío, entrar y salir por las fronteras de Oriente Próximo sin ser advertido por nadie. De manera que con lo que le he contado tiene la información que precisa, no necesita saber más.

Mike esperaba esa respuesta; sabía que el viejo se mostraría inflexible y que no le sacaría nada, pero decidió insistir.

– Sin embargo, usted me ha dado las coordenadas dónde deben esperar mis hombres…

– Así es, pero si de esas coordenadas intenta sacar conclusiones se equivocará, así que allá usted.

– Bien, señor Tannenberg, ya veo que tratar con usted no será fácil.

– Se equivoca, es muy fácil, yo sólo espero que cada uno sepa lo que tiene que hacer. Usted haga su parte, yo haré la mía y asunto concluido. Esto no es una excursión para hacer amigos, de manera que no hace falta que me cuente cómo van a convencer sus jefes a los chicos del Pentágono para que les presten sus aviones, ni yo tampoco le contaré cuántos hombres míos participarán en esta operación ni por dónde entrarán o saldrán. Pero sí le diré los hombres que usted necesita.

– ¿Me lo dirá usted? -preguntó con ironía el ex coronel Fernández.

– Sí, se lo diré, porque usted no tiene ni idea de cómo llegar desde los puntos que le he dicho hasta las bases norteamericanas. De manera que a sus hombres les escoltarán algunos de mis hombres, sobre todo para asegurarse de que todo llega bien.

– ¿Y cuántos hombres debo traer?

– No más de veinte, y a ser posible que hablen algo más que inglés.

– ¿Se refiere a árabe?

– Me refiero a árabe.

– No estoy seguro de que en eso podamos complacerle… -Inténtenlo.

– Se lo diré al señor Dukais.

– Él ya sabe cómo deben de ser los hombres para esta misión, por eso le ha elegido a usted.

* * *

Mientras bajaban por la escalerilla del avión sintieron el calor seco del desierto. Marta sonrió feliz. Le gustaba Oriente. Fabián sintió que le faltaba el aire y aceleró el paso camino de la terminal del aeropuerto de Ammán.

Esperaban ante la cinta transportadora el equipaje cuando un hombre alto y moreno se dirigió hacia ellos hablándoles en un español más que perfecto.

– ¿El señor Tudela?

– Sí, soy yo…

El hombre le tendió la mano y le dio un apretón firme y resuelto.

– Soy Haydar Annasir. Me envía Ahmed Huseini.

– ¡Ah! -fue todo lo que acertó a decir Fabián.

Marta no dio importancia a que Haydar no la hubiese saludado y le tendió a su vez la mano ante el asombro de éste.

– Yo soy la profesora Gómez, ¿cómo está usted?

– Bienvenida, profesora -respondió Haydar Annasir, haciendo una ligera inclinación mientras estrechaba la mano de Marta.

– ¿La señora Tannenberg no ha venido? -preguntó Marta.

– No, la señora Tannenberg se encuentra en Safran, les espera allí. Pero antes debemos de retirar todo lo que han traído de la aduana. Déme los recibos y me ocuparé de recoger todos los bultos y que los trasladen al camión -precisó Annasir.

– ¿Iremos directamente a Safran? -quiso saber Fabián.

– No. Les hemos reservado habitación en el Marriot para que descansen esta noche, mañana cruzaremos la frontera de Irak e iremos a Bagdad y de allí en helicóptero nos trasladarán a Safran. Espero que dentro de dos días puedan reunirse ustedes con la señora Tannenberg -fue la respuesta de Haydar Annasir.

Tuvieron que cumplimentar todos los trámites de la aduana, aunque sin problema alguno, ya que la presencia de Haydar era suficiente para que los funcionarios no pusieran ninguna traba. Vieron que los contenedores eran instalados directamente en tres camiones que les esperaban en la zona de carga del aeropuerto. Luego ellos se dirigieron hacia el hotel. Haydar les anunció que regresaría a la hora de la cena para acompañarles; mientras tanto, si lo deseaban, podían descansar. Al día siguiente saldrían al amanecer, a eso de las cinco de la mañana.

– ¿Qué te ha parecido el personaje? -preguntó Fabián a Marta mientras tomaban una copa en el bar.

– Amable y eficaz.

– Y habla un español perfecto.

– Sí, seguramente ha estudiado en España; esta noche nos contará en qué universidad y qué.

– A ti al principio no te ha hecho caso.

– Sí, se ha dirigido a ti; tú eres el hombre y por tanto tenía que tratar contigo. Ya se le pasará.

– Pues me ha sorprendido que no le soltaras alguna impertinencia por desdeñarte.

– No lo ha hecho con mala intención. Es producto de la educación que ha recibido. No creas que vosotros sois mejores -respondió riéndose Marta.

– Bueno, nos hemos reciclado y hecho un enorme esfuerzo por estar a la altura de las chicas, que ya sabemos que sois el superhombre.

– Seguramente Nietzsche pensaba en su hermana cuando teorizó sobre el superhombre. Pero hablando en serio, ya estoy acostumbrada a que esto suceda cuando vengo a trabajar a Oriente. Dentro de unos días se rendirá a la evidencia y sabrá que la jefa soy yo.

– Vaya, acabas de hacerte con el poder, gracias por decírmelo.

Bromearon un rato mientras apuraban el whisky con hielo esperando a Haydar Annasir. Éste apareció a las ocho y media en punto, tal y como les había anunciado.

«No está mal», pensó Marta examinándole con ojo crítico mientras cruzaba el bar en dirección a ellos.

Haydar llevaba un traje azul oscuro de buen corte y una corbata de Hermés con un dibujo de elefantes.

«La corbata con los elefantes es un poco antigua, pero es elegante», se dijo a sí misma Marta mientras procuraba no dejar escapar la más leve sonrisa para no desconcertar a aquel hombre envarado que no sabía qué terreno pisaba con estos dos extranjeros.

Les llevó a cenar a un restaurante situado en la zona residencial de Ammán donde sólo había occidentales. Hombres de negocios de paso por la capital hachemí que compartían mesa con hombres de negocios y políticos jordanos.

Fabián y Marta dejaron que fuera Haydar quien encargara la cena al maître, y no hicieron en ningún momento alarde de que hablaban árabe.

– Siento curiosidad por saber dónde aprendió usted español -preguntó Fabián.

Haydar pareció incómodo con la pregunta pero respondió educadamente.

– Soy licenciado en Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. El Gobierno español ha tenido siempre una generosa política de becas para que los estudiantes jordanos pudiéramos estudiar en su país. Viví en Madrid seis años.

– ¿En qué años? -quiso saber Marta.

– Del ochenta al ochenta y seis.

– Una etapa muy interesante -insistió Marta esperando que Haydar dijera algo más.

– Sí, coincidí con el final de su Transición y el primer Gobierno socialista.

– ¡Qué jóvenes éramos entonces! -exclamó Fabián.

– Dígame, ¿trabaja usted para la señora Tannenberg? -preguntó Marta directamente.

– No, no exactamente. Trabajo para su abuelo. Dirijo las oficinas del señor Tannenberg en Ammán -respondió Haydar no sin cierta incomodidad.

– ¿El señor Tannenberg es arqueólogo? -siguió preguntando Marta, haciendo caso omiso de la indudable incomodidad de Haydar.

– Es un hombre de negocios.

– ¡Ah! Había creído entender que estuvo hace años en Jaran y allí encontró las tablillas que tanto revuelo han organizado en la comunidad arqueológica -apuntó Fabián.

– Lo siento, pero no lo sé. Trabajo para el señor Tannenberg pero desconozco cualquier otra actividad que no sea la de sus negocios actuales -insistió esquivo Haydar.

– ¿Y es una indiscreción preguntarle cuáles son los intereses del señor Tannenberg?

La pregunta de Marta pilló de improviso a Haydar, que no esperaba que se atrevieran a someterle a ese interrogatorio.

– El señor Tannenberg tiene distintos negocios, es un hombre respetado y considerado, al que sobre todo le gusta la discreción -respondió con cierto enfado Haydar.

– ¿Su nieta es una arqueóloga conocida en Irak? -insistió Marta.

– Conozco muy poco a la señora Tannenberg; sé que es una persona solvente en su trabajo y está casada con un reputado profesor de la Universidad de Bagdad. Pero estoy seguro de que todas estas preguntas se las podrán hacer a ella cuando lleguen a Safran.

Fabián y Marta se miraron llegando al acuerdo tácito de no continuar preguntando más. Habían sido extremadamente descorteses con su anfitrión. Aquello era Oriente, y en Oriente nadie preguntaba directamente sin correr el riesgo de ofender.

– ¿Se quedará usted con nosotros en Safran? -preguntó Fabián.

– Estaré a su disposición durante el tiempo que dure la excavación. No sé si deberé quedarme todo el tiempo en Safran o en Bagdad. Estaré allí donde me consideren necesario.

Cuando les dejó en la puerta del hotel, les recordó que a la mañana siguiente les recogería a las cinco. Los camiones con la carga ya habían salido para Safran.

– Le hemos puesto en un apuro -afirmó Fabián mientras se despedían en la puerta del ascensor.

– Sí, ha pasado un mal rato. Bueno, no me importa. Yo estoy intrigada por saber cómo y cuándo ese Tannenberg excavó en Jaran, ya sabes que yo también he excavado en esa zona. Antes de salir busqué todas las expediciones arqueológicas que se han hecho a Jaran y en ninguna figura ningún Tannenberg.

– Vete tú a saber si ese misterioso abuelo ha excavado alguna vez en otro lugar que no sea en el jardín de su casa. Lo mismo compró esas tablillas a algún ladrón.

– Sí, también lo he pensado. Pero me pasa como a tu amigo Yves: me intriga el abuelo de Clara Tannenberg.