Si entiendo bien, le explicaba esa teoría a sus consultantes y luego les fijaba un programa…

¡Efectivamente! Establecía un programa, un acto o una serie de actos para realizar en la vida en un tiempo dado: cinco horas, doce horas, veinticuatro horas… Un programa elaborado en función de su dificultad, destinado a romper el personaje con el cual se habían identificado para ayudarlos a restablecer los lazos con su naturaleza profunda. A un ateo, le hice adoptar durante semanas la personalidad de un santo. A una madre indiferente, le asigné el deber de imitar durante un siglo el amor maternal. A un juez, le di la tarea de disfrazarse de vagabundo para ir a mendigar frente a la terraza de un restaurante. De sus bolsillos, tenía que extraer puñados de ojos de cristal sacados de muñecas. Creaba de este modo un personaje destinado a implantarse en la vida cotidiana y a mejorarla. Es en ese estadio donde mi búsqueda teatral fue adquiriendo poco a poco una dimensión terapéutica. De director me transformé en consejero teatral, dándole instrucciones a las personas para tomar su lugar en cuanto personaje en la comedia de la existencia.

Confieso cierto escepticismo en cuanto a los efectos de esa terapia teatral, aunque la idea en sí sea muy interesante. ¿Cómo una madre indiferente podría decidir adoptar el personaje de una madre amante y, sobre todo, conseguirlo a lo largo de toda su existencia?

En primer lugar, no olvides que todos los consultantes sufrían de estar sometidos a su doble. Si se me acercaban, era precisamente porque se sentían mal en su función y presentían la naturaleza radicalmente distinta del Original en ellos. El proceso se fundaba, pues, en un deseo real de cambiar. La madre indiferente, por ejemplo, sufría de no poder transmitir mucho amor a su hijo. Por lo demás, creo en las virtudes de la imitación, en el buen sentido de la palabra. Un santo avanzará por la vía de la «imitación de Jesucristo». ¿Por qué un ateo harto de su incredulidad no podría comenzar a imitar a un santo?

¿Por qué no?, efectivamente. Ahora bien, toda imitación de ese tipo -que equivale a lo que se denomina una ascesis o práctica espiritual- realmente no es tan fácil de llevar a cabo día a día…

De acuerdo. Pero si la madre fuera un poco menos indiferente gracias a este proceso y el ateo diera un paso hacia la santidad, ¿acaso no sería algo de por sí maravilloso?

El acto onírico

La interpretación de los sueños ocupa un lugar preponderante en el quehacer del artista-chamán-director teatral-clown místico en la búsqueda de esa otra forma de locura que es la sabiduría.

Sí, aunque la interpretación de los sueños es una práctica tan vieja como el mundo. Con el tiempo, sólo han cambiado las formas de interpretación, desde el sistema simplista que consiste en atribuir sistemáticamente un significado simbólico concreto a tal o cual imagen hasta el concepto de Jung, según el cual no se trata de explicar el sueño, sino de seguir viviéndolo, mediante el análisis, en estado de vigilia, a fin de ver adonde nos conduce. La etapa siguiente, situada más allá de toda interpretación, consiste en entrar en el sueño lúcido, en el que sabes que estás soñando, conocimiento que te da la posibilidad de trabajar sobre el contenido del sueño.

Es la práctica que se ha dado a conocer gracias a Carlos Castaneda…

Él la popularizó, pero no la inventó. En realidad, el primer libro consagrado al sueño lúcido, que yo sepa, se publicó en Francia: Les rêves et les moyens de les diriger, de Hervey de Saint-Denis. Ya en 1867, este autor acertaba en lo esencial de la cuestión, como podrás apreciar en este fragmento que quiero leerte:

Ya que un sueño es como un reflejo de la vida real, los hechos que parecen ocurrir en él siguen generalmente, incluso en su incoherencia, ciertas leyes cronológicas coherentes con la secuencia normal de todo hecho verdadero. Quiero decir que si, por ejemplo, sueño que me he roto el brazo, me parecerá que lo llevo en cabestrillo o haré uso de él con precaución, o si sueño que se cierran los postigos de una habitación, me parecerá que se ha interceptado la luz y que alrededor de mí se hace la oscuridad. Por lo tanto, imaginé que, si en sueños hacía el ademán de ponerme la mano sobre los ojos, obtendría, en primer lugar, una ilusión semejante a lo que me ocurriría verdaderamente estando despierto si hacía el mismo ademán, es decir, que haría desaparecer las imágenes de los objetos que me parecía ver delante de mí. Luego me pregunté si, después de producir esta interrupción de la visión, no podría mi imaginación evocar más fácilmente los nuevos objetos en los que yo tratara de fijar el pensamiento. La experiencia demostró que el razonamiento era correcto. La colocación, en el sueño, de una mano delante de mis ojos borró en ese momento la visión de un campo que antes había tratado inútilmente de cambiar sólo mediante la fuerza de la imaginación. Estuve sin ver nada durante un instante, exactamente como me habría ocurrido en la vida real. Hice entonces un nuevo llamamiento enérgico al recuerdo de la famosa irrupción de los monstruos y, como por arte de magia, este recuerdo, nítidamente colocado ahora en el foco de mi pensamiento, se dibujó de pronto claro, brillante, tumultuoso, sin que, antes de despertarme, tuviera yo percepción de la manera en que se había operado la transición… Si conseguimos establecer de modo terminante que la voluntad puede conservar, durante el sueño, la fuerza suficiente para dirigir la trayectoria de la mente a través del mundo de las ilusiones y las reminiscencias (como durante el día dirige al cuerpo a través de los acontecimientos del mundo real), podremos deducir que cierto hábito de ejercer esta facultad, unido al de tomar conocimiento, en sueños, de su verdadero estado, llevarán poco a poco, al que persista en el esfuerzo, a resultados concluyentes. No sólo reconocerá, en primer lugar, la acción de su voluntad consciente en la dirección de los sueños lúcidos y tranquilos, sino que pronto descubrirá la influencia de esta misma voluntad en los sueños incoherentes y apasionados. Los sueños incoherentes se coordinarán notablemente bajo esta influencia; y en los sueños apasionados, llenos de deseos tumultuosos o pensamientos dolorosos, el resultado de este conocimiento y esta libertad de espíritu adquiridos será la facultad de ahuyentar las imágenes desagradables y favorecer las ilusiones felices. El temor a las visiones desagradables disminuirá en la medida en que se aprecie su iniquidad, y el deseo de ver aparecer imágenes gratas será más activo al reconocer la capacidad de evocarlas; el deseo será pronto más fuerte que el temor y, puesto que la idea dominante es la que hace aparecer las imágenes, el sueño agradable será el que prevalezca. Tal es, al menos, la manera en que me explico, teóricamente, un fenómeno experimentado por mí de forma constante.

Apasionante, ¿verdad? No sé si Castaneda se inspiraría en este libro, o sus descubrimientos coinciden con los del autor casualmente. Lo cierto es que este texto de finales del siglo XIX muestra con claridad el método que luego explicaría Carlos. Fue André Bretón quien me recomendó su lectura.

¿Comenzó a tener sueños lúcidos después de haberlo leído o ya le era familiar esa experiencia?

Yo tuve la gran suerte de tener mi primer sueño lúcido a los diecisiete años. En ese sueño yo estaba en un cine en el que se proyectaba una película de dibujos animados, digna de Dalí. De pronto me vi sentado en el centro de la sala y supe que estaba soñando. Miré hacia la salida, pero, como no era más que un adolescente carente de toda cultura espiritual o psicoanalítica, pensé: «Si cruzo esa puerta, entraré en otro mundo y moriré». ¡Y sentí pánico! Mi única solución era despertarme, por lo que hice enormes esfuerzos por salir del sueño, hasta el momento en que sentí que ascendía desde las profundidades hacia mi cuerpo, que parecía estar situado en la superficie. Me reintegré a mi envoltura y desperté. Así fue mi primera experiencia, y me pareció francamente aterradora. A partir de entonces, empecé a familiarizarme con el sueño lúcido.

¿ Cómo se puede estar seguro de que se está soñando? Al fin y al cabo yo también podría decidir ahora, mientras hablamos, que estoy soñando…

Al comienzo yo hacía una comprobación. Me apoyaba con las dos manos en el aire, como en una tabla invisible, y me impulsaba. Si ascendía era porque estaba soñando. Luego hacía un looping, y me ponía a trabajar en mi sueño. Puedo leerte un sueño lúcido que anoté en mi cuaderno amarillo en 1970 y que fue especialmente importante para mí, ya que en él puse en práctica por primera vez la técnica que he descrito:

Estoy solo en una casa desconocida. Todo me parece completamente real pero, sin saber por qué ya que nada me lo indica, pienso: «Quizás esté soñando… Si estoy soñando, puedo volar…». Hago un esfuerzo, me apoyo en el aire con las palmas de las manos, y me lanzo hacia arriba. Floto en la habitación. «¡Es un sueño!», me digo. Decido aprovechar la oportunidad para perfeccionar mi vuelo, y no sólo verme volar sino sentirme volar. Doy una vuelta de campana, subo y bajo. Quedo satisfecho. Decido planear por toda la casa. Vuelo por un pasillo y llego a un salón oscuro. En un rincón veo a dos niños de unos cinco años. Avanzo hacia ellos para verlos más nítidamente: no son niños sino dos gnomos viejos, flacos y arrugados. Se ríen y se esconden. Son los espíritus de la casa. Tienen un aire inquietante. Me evitan. Desaparecen entre las sombras y se ríen de mí. No me atrevo a buscarlos. El sueño me absorbe, pierdo la lucidez… Viajo en un autobús sin conductor ni pasajeros. Miro por la ventanilla y veo un bosque petrificado. Me digo: «Probablemente es un sueño. Voy a comprobarlo». Vuelo, salgo del autobús atravesando el cristal y planeo en el bosque. Otra vez pierdo mi lucidez. Ahora me encuentro en un sótano, ante una ventana opaca. No tardo en darme cuenta de que sueño, y me digo: «Seguro, esto es un sueño». Intento salir volando por la ventana, pero no lo logro. Tengo la sensación de que las paredes tienen varios metros de espesor. Pero debo atravesarlas. Siento que es imposible. Me obligo a intentarlo. Atravieso la pared sin dificultad y salgo al espacio: afuera hay un cielo azul, floto entre las nubes. Mientras me dejo llevar por una brisa suave, pienso: «Debo aprovechar este sueño para ver a mi Dios interior…». De pronto, siento que me invade un profundo cansancio que, evidentemente, antecede a un gran miedo. Me doy explicaciones: «Es una prueba demasiado dura, aún no estoy preparado para ese encuentro, lo dejaré para otro día». Y despierto. Por una parte me siento contento de haber descubierto una técnica que me permite saber si sueño, pero, por otra, estoy irritado a causa de mi debilidad y mi falta de valor. En mi cuaderno de sueños escribo este comentario: «Creo que ha llegado el momento de ir más allá en el sueño lúcido. Correr riesgos. Pero todavía tengo miedo de morir, no me atrevo… Pude haber entrado en mi inconsciente hasta hallar al Dios interior; confiar en El… Debí perseguir a los gnomos, hacerles frente, hablarles sin turbarme por sus mofas, establecer contacto real con ellos, conocer sus secretos. Debí crear mundos, atravesar la muerte, llegar al centro de mi ser, vencer monstruos y terrores… Deseo ser más valiente la próxima vez y dominar mi miedo. También tengo que encontrar aliados y aceptarlos, no hacer siempre todo el trabajo yo solo».