8. Una mujer presiente que pronto va a morir, que la persiguen por la calle para envenenarla o estrangularla. Nos cuenta que su hermana, que se llamaba como ella, había muerto estrangulada cuando aún era bebé mientras su madre ofrecía una fiesta a sus amigos. Viendo en ese acontecimiento el origen de sus temores, le proponemos el siguiente acto: debe vestirse de bebé y ofrecer una fiesta a la que deben acudir sus padres, al igual que en la fiesta donde murió su hermana. Cuando todos los invitados estén presentes, debe leer el acta de su propia defunción, decirles a sus padres que le quiten el collar que llevará puesto esa noche (ella siempre usa collares muy apretados en torno al cuello), y lanzarlo a las llamas de la chimenea. Luego debe bañarse con agua bendita -su familia era muy católica- y reaparecer en la fiesta vestida con otra ropa, leer su acta de nacimiento con un nuevo nombre, y bailar en la fiesta junto a sus invitados.

Al realizar este acto la persona no solamente se liberó de sus miedos, sino que esa misma noche encontró -con su nueva personalidad- al que es ahora su marido.

9. Una persona que no podía tener relaciones sexuales desde hacía años pensaba que «extrañas voces como agujas» penetraban los poros de su piel. No podía tomar el metro ni ningún transporte público por miedo a que las «ondas cerebrales» de la gente la penetraran, provocándole un dolor agudo. Después de un tiempo de tratamiento sin que los síntomas mejoraran, muere su padre. A los pocos meses ella se acuerda de que su madre, quien hasta ese día ejercía un poder total sobre su hija, le había dicho cuando era niña que ella podría penetrarla «con una aguja» para desflorarla. La paciente queda en un estado semiletárgico después de la aparición de tal recuerdo. Cuando recupera la consciencia, le prescribimos el siguiente acto: debe fabricar durante la siguiente luna llena un objeto de arte en el que se vean distintos tipos de vaginas penetradas por agujas. Luego debe regalárselo a su madre, y nunca más volver a verla. Para nuestra sorpresa y su bienestar, ella realizó el acto inmediatamente, porque se acercaba la luna llena (que simboliza a la madre). Diseñó objetos que representaban múltiples vaginas, de niñas y adultas, penetradas por agujas de todos los tamaños y formas. Agujas que también podían ser voces o miradas. Se lo dio a su madre al día siguiente y nunca más ha vuelto a verla. Desde entonces no ha vuelto a tener problemas para utilizar los transportes públicos ni para tener relaciones sexuales y ha conocido el orgasmo.

10. Un joven viene a consultarnos porque le transpiran y le tiemblan las manos, lo que no le permite estrechar la mano de la gente, dificultándole enormemente la vida, lo cual le ha llevado a intentar suicidarse. Me cuenta que sus padres lo obligaron de niño a usar guantes, incluso en verano, como castigo a un robo que había cometido. Le decimos que le robe un guante a su padre y otro a su madre, que los utilice durante un mes en verano y estreche la mano a toda la gente con los guantes puestos; también le indicamos que después los queme, haga una crema con las cenizas y se unte las manos con ella todas las mañanas durante un año. Así lo hizo, y desde entonces no ha vuelto a tener tales problemas.

11. Una paciente dice estar «poseída por una imagen negra, una sombra» que la persigue. Nos cuenta que la relación con su madre es desastrosa, pues desde su infancia le ha oído decir que es horrible y que está loca. Su padre siempre estuvo ausente. En su adolescencia tuvo que ser hospitalizada a causa de manías persecutorias o de crisis psicóticas en las que creía ser la Virgen María o estar poseída por espíritus. Los psicofármacos y los tratamientos psiquiátricos clásicos sólo habían logrado que desaparecieran los trastornos de personalidad, pero dieron lugar a esa especie de sombra negra que la perseguía, imagen que su madre le había inculcado desde que era niña.

Ella nos cuenta que su madre se viste siempre con un abrigo negro. Para liberarla de su influjo, le decimos que se dé un masaje por todo el cuerpo con una foto de su madre, que luego se vista con sus ropas, sobre todo el abrigo negro, y que pasee toda la mañana por donde su madre lo hace regularmente. Al mediodía (momento en que el sol, símbolo paternal, está en su apogeo) debe quemar esas ropas, hacer un paquete con las cenizas y lanzarlas al Sena sin mirar hacia atrás. Luego, ha de ir a comer su pastel preferido y hacerse unas fotos, en las que podrá comprobar que no había ninguna sombra siguiéndola.

Desde ese momento no necesitó tomar más medicamentos, pues desapareció la angustia que tenía. Semanas después dejó la casa de su madre para ingresar en un convento, desde donde me escribe regularmente para decirme que se encuentra muy feliz. Había olvidado decirme que el pastel que se comió después de tirar las cenizas de la imagen de su madre era un pastel que llaman «religiosa», en francés.

12. Un niño de 8 años que acude a un centro de hospitalización diurna para infantes con conflictos de tipo psicótico, se queja porque siente una enorme angustia ligada a su cuerpo, en especial ganas de arrancarse los ojos o clavarse un cuchillo, pero sobre todo porque tiene una pesadilla recurrente que no lo deja dormir, en la que se le aparece un monstruo que lo quiere devorar. La única manera que él ha encontrado para calmarse es acostarse en la cama de su madre, pero eso perturba las relaciones familiares.

A través de las entrevistas con el niño y sus padres, nos enteramos de que éste había sido víctima de abusos sexuales por parte de un medio-hermano mientras se encontraban en la casa de la madre del niño, ya que sus padres están divorciados. Él se había sentido muy desprotegido por ella, ya que había sufrido los abusos en repetidas ocasiones estando la madre en casa, aunque ella no se había percatado.

Durante un largo tiempo, a este hermanastro se le prohibió permanecer en el municipio donde vivía nuestro consultante. Las angustias volvieron durante una visita ilegal que aquél hizo a su familia, encubierto por el padre. Comprendimos que el trauma vivido volvía a florecer, y sobre todo el sentimiento de desamparo en relación a sus padres.

Como el niño en cuestión, durante el tratamiento, comenzaba a manifestar un gran interés por la botánica y la germinación de plantas en general, le propusimos el siguiente acto a sus padres y a él: debía pedir al padre que le regalara una semilla de una planta que diera frutos y que la madre preparara la tierra que sembrar en un macetero. El niño debía confeccionar con plastilina el monstruo que lo perseguía en sueños. Luego, la madre debía acompañar al niño mientras éste enterraba el monstruo insultándolo y colocar sobre él la planta.

Inmediatamente después del acto las angustias desaparecieron y el niño ha ido desarrollando una gran capacidad cognitiva, destacando su excelencia en todas las ramas, especialmente en ciencias naturales. Ha recuperado la confianza y ya no necesita dormir con su madre. El uso de la plastilina le ha permitido modelar y dar cuerpo a las imágenes que lo aterrorizaban, y eso ha apaciguado su angustia. La transmisión de la capacidad de reproducción, por parte del padre, al hacerle entrega de la semilla (los frutos representan los ojos), y el hecho de enterrar el monstruo perseguidor -una representación del hermanastro que abusó-, han hecho que la cólera contenida se transforme en una corriente creativa, despertando la curiosidad intelectual y la capacidad de creación en nuestro consultante.

Encontré a Alejandro Jodorowsky en el año 1996, durante un taller sobre psicomagia y psicogenealogía que él impartía en Chile para psiquiatras y psicólogos. Yo lo seguía y admiraba desde hacía tiempo por su fascinante carrera como creador y artista de vanguardia. En ese tiempo yo tenía dudas en torno a optar por ser poeta o terapeuta, ya que los dos eran caminos vitales para mí. Buscaba un camino que pudiera conciliar las dos vías. Jodorowsky había ido desde el arte a la terapia con toda la capacidad de invención que eso implica. Cuando llegó mi turno en el taller, le planteé mi dilema y me dijo: «Tú ya estás iniciado, ahora necesitas que alguien te confirme». Inmediatamente escribió en mi pecho con su dedo lo que para mí se convirtió en un tatuaje indeleble: «Poeta y psicoterapeuta». Desde ese momento me di cuenta de que podía seguir los dos caminos sin necesidad de renunciar a ninguno de mis deseos, como había hecho mi padre dejando la música para dedicarse completamente a la ingeniería. Si los dos caminos eran importantes para mí, podía seguir ambos y que se retroalimentaran entre sí.

Luego me sugirió: «Ya has leído muchos libros, ahora tienes que ir a buscar las fuentes vivas…». Entonces le prometí ir a trabajar con él. «Pero antes publica tu libro de poesía», me dijo. Publiqué mi libro Vía Láctea, que fue editado un día antes de mi partida a Francia. Llegué con él a París, y se lo dejé a Alejandro en su casa. Unos días después llamé a su secretaría, quien me puso en contacto directamente con él: «¿Dónde estás?», me preguntó. «Aquí en la tierra», le contesté. Me leyó el tarot unos días después en un café donde él comenzaba su nueva temporada. Sacó tres cartas: el Carro, la Torre [o Maison Dieu] y el Juicio… Yo tenía en mis manos el libro Arcano 17 de André Bretón.

Desde entonces fuimos estableciendo poco a poco una relación de confianza, de enseñanza y de amistad. Él me ha mostrado infinitas cosas, entre otras el tarot y la psicomagia; yo he aportado humildemente mi pasión por la poesía y la terapia de la locura. Poco a poco he ido aplicando las leyes de la psicomagia a la terapia de los locos. Un camino que comienza y que empieza a rendir sus primeros frutos.

Martín Bakero