En este acto, yendo en el sentido inverso del síntoma, hemos hecho aparecer los bichos temidos, sacándolos de lo imaginario para hacerlos reales. Luego, poco a poco, hicimos que las cucarachas fueran desapareciendo, retornándolas de lo real a lo imaginario, al igual que los temores del consultante.

2. Un adolescente de 14 años fue hospitalizado en un servicio de psiquiatría. Se le diagnosticó esquizofrenia catatónica paranoide. Su delirio consistía en no querer crecer, y se arrancaba el vello que le estaba saliendo mientras permanecía frente al espejo haciendo extrañas contorsiones y muecas con su cuerpo. Se arrancaba los pelos del bigote, la barba, las axilas, el pubis, no sin gran dolor y sangre de sus heridas. El equipo de profesionales decidió aplicar un tratamiento con neurolépticos (antipsicóticos), y probó más tarde el electroshock cuando éstos se mostraron ineficaces. El nuevo tratamiento sólo logró «embrutecer» al paciente y hacerle perder algunas facultades cognitivas. El delirio manifestaba ser más fuerte que los tratamientos de la psiquiatría clásica. El adolescente participaba en un taller de poesía. Continuamente se le prestaban libros que desde luego perdía sin acordarse apenas de cuál había sido la impresión de su lectura, en gran parte debido al electroshock que por entonces se le suministraba dos o tres veces por semana. Como era el menor del pabellón, todos (psiquiatras, psicólogos, enfermeros, internos) se preocupaban mucho de su trastorno. Un día le hicimos llegar el libro de Osear Wilde El retrato de Dorian Gray, cuya trama trata de un individuo que no quiere envejecer. Unos días después de haber leído el libro, se pide a la familia que le compre tela, pinturas y todos los implementos necesarios para que el joven pinte su autorretrato. Al terminar el retrato, debía escribir al pie: «Aquí está mi retrato que no envejecerá… Ahora yo puedo crecer tranquilo». Al mes siguiente fue dado de alta, y si bien continúa con controles mensuales en el hospital, pudo volver al colegio, que había abandonado un año antes de su hospitalización. Actualmente sigue pintando, y ha terminado sus estudios.

En este caso vemos cómo el sujeto, a través del acto psicológico, se identifica con el personaje que no envejece, logrando a través de esta ficción poética volver a habitar el mundo.

3. Un guarda de un taller de reparación de automóviles, al acercarse a los 50 años, comenzó a sufrir una angustia considerable, un total abatimiento psíquico y físico que lo anulaba como sujeto, y otros síntomas propios de una potencial psicosis en vías de actualizarse. La única actividad que parecía a veces interesarle era jugar con unos alambres haciendo figuritas. Hablando con él, nos dimos cuenta de que había practicado ese juego desde muy pequeño. Como toda la gente a su alrededor consideraba absurda esa actividad en un hombre ya adulto y padre de familia, le habían prohibido tal ocupación. Le propusimos que la retomara e ignorase las críticas de los demás, ya que era la única labor que lo mantenía interesado y ligado a la vida, sin la cual seguramente se habría suicidado o habría sucumbido a una crisis psicótica. Le indicamos que diariamente inventara una nueva figura de alambre. En un primer momento debería regalarlas. La producción de estos «pequeños juguetes imposibles», como él los llamaba, aumentó exponencialmente, y comenzó a repartirlos entre la gente que visitaba el taller donde trabajaba. Sus angustias fueron disminuyendo al cabo de los meses. En vista de la evolución, le propusimos que como pago por las pequeñas figuritas «imposibles» -cuya descripción presentaba como desafío a la gente-, comenzara a pedir el alambre que necesitaba para seguir creando. Entró así en una nueva relación simbólica con el mundo, relación que, en un momento anterior, él y los demás habían creído perdida irremediablemente. Hoy, es un hombre alegre y muy sociable. Gran parte de su angustia ha desaparecido.

El proceso activo de creación reactiva en este caso el deseo en el sujeto, quien, siguiendo nuestra indicación, comienza a vender las figuritas de alambre, convirtiéndose en un artesano muy cotizado en su medio. Logra así superar las prohibiciones de su círculo familiar, y realiza un deseo infantil, que se transforma en el puente entre los otros y su mundo interior. Frente a la angustia de perder para siempre la unión con el mundo, ese puente pudo reconstruirse, gracias a esta actividad artesanal inducida por nuestras indicaciones psicomágicas.

4. Una joven de 16 años había perdido la audición y los exámenes médicos practicados no revelaban ninguna lesión. Sus padres nos consultan desesperados sin saber qué hacer por su hija. Asombrados, oímos que el padre es pianista y la madre cantante de ópera. Nos damos cuenta de que su hija había optado por la sordera, al sentirse marginada de la música que sus padres adoran. Se aproximaba el cumpleaños número 17 de su hija, y su familia no sabía qué hacer para esta fecha. Ante la inquietud de los padres, les planteamos un acto: debían acudir a un artesano que les enseñase a fabricar pendientes. Luego, durante 16 días, realizarían dos aros con forma de clave de sol. El día del cumpleaños de su hija (17 días después de comenzar a hacer los aros, que equivalían a los 17 años de vida de la muchacha) debían regalarle los pendientes colocando la madre uno de ellos en la oreja izquierda y el padre otro en la derecha. Así lo hicieron, y su hija recibió feliz y contenta los presentes, y nos vino a visitar portando los aros cual dos talismanes. Lentamente ha ido recuperando la audición. Incluso ha comenzado a comprar discos de música… y los escucha, a veces junto a sus padres.

En este caso vemos la negación de unos padres a que su hija acceda al mundo de la música (reservado sólo para ellos, como profesionales). Habían privado a su hija de participar de su deseo y de identificarse con la sublimación de los padres: esta prohibición genealógica hizo que su cuerpo respondiera con una sordera. Al aceptar los padres el hecho de que su hija (so) portara la música en sus oídos, ella pudo recobrar la audición.

5. Una paciente cree ser perseguida por el espíritu de su ex amante. Sufre una crisis, y en su delirio comienza a elaborar una especie de pequeños libros hechos con pelos de su pubis, naipes, fotos, uñas, sangre y otros elementos corporales. Su familia se siente obligada a llamar a una ambulancia ante lo extraño de tal situación, y ella misma relata este episodio con una sensación de extrañeza total, calificando ese momento de «completamente delirante». Tuvo que ser hospitalizada unos días. Como ese fantasma comenzaba a reincidir, le advertimos que la crisis podría reaparecer si no tomábamos medidas psicomágicas.

Le proponemos repetir el momento del delirio -prescripción del síntoma antes de que se produzca, para así controlarlo-, que reprodujera la elaboración de los libros y todos los rituales delirantes que había vivido, una vez al día durante 10 días (el tiempo que había durado su último ataque), pero esta vez tenía que filmarlo y enviarlo a la persona que ella creía que la perseguía.

Desde que lo hizo no ha vuelto a tener esos temores paranoides, y se ha dedicado, cada vez que algo la inquietaba, a hacer filmes en escenarios que reflejan sus temores. Ella ha pasado de ser «víctima» de sus temores a representarlos en escena, haciéndose así activa y responsable de su propio devenir.

6. Otro caso en el que utilizamos la visión y su prolongación técnica, la cámara, fue el de una consultante que padecía psicosis histérica. Ella afirmaba mantener contacto con espíritus del pasado que le confiaban secretos de la humanidad, que no la dejaban vivir tranquila y que la dejaban embarazada con sus voces. En su árbol genealógico aparecían muchos sujetos que habían querido ser cineastas y que habían fracasado en tal iniciativa. Esta persona trabajaba como diseñadora de moda, pero era una labor que le aburría enormemente. Lo que a ella le interesaba inconscientemente era la posibilidad de hacer filmes, de situarse en una posición creadora en torno a la imagen en movimiento. Poco después su estado se agravó y comenzó a sufrir pánico, desvanecimientos, pérdidas de consciencia, parálisis y otros accidentes que podrían haber sido fatales. Ante la imposibilidad de continuar el proceso terapéutico a través de la palabra, le dijimos que si no venía a la próxima sesión con una película realizada, la hospitalizaríamos y le haríamos tomar muchos medicamentos.

A la sesión siguiente ella acudió con una hermosa película acerca de un árbol en un jardín, donde mostraba cómo la gente se acercaba y entraba en contacto con ese árbol que podríamos interpretar como una metáfora de su propio estado psicológico. Desde ese día, puede filmar todos los mensajes que ella cree recibir del pasado, y recientemente ha ganado un premio en un concurso de cine experimental.

7. Un hombre de 28 años vivía desde hacía diez años en hospitales psiquiátricos. Su diagnóstico era de esquizofrenia paranoide y, su síntoma principal, que escuchaba voces. A los médicos que lo trataban no les interesaba el contenido de las voces; se contentaban con administrarle medicamentos para que las voces desaparecieran, cosa que nunca se logró. Sin embargo la angustia de desintegración, los manierismos esquizoides y la manía persecutoria aumentaban. Lo conocimos en ese entonces, cuando nadie en el sector de la psiquiatría sabía qué hacer con él. Organizamos un taller de voz para él y otros esquizofrénicos que sufrían escuchando voces. Nuestra idea era que pasaran, de meros sujetos pasivos «sufrientes» de la psicosis, a ser activos, actores inspirados de sus propios miedos. Esta persona escuchaba constantemente las voces de los personajes de dibujos animados que había visto en su niñez. Le propusimos que una vez al día, durante un año, se vistiera con las ropas de cuando era niño, e imitase ante un micrófono las voces de sus personajes persecutorios.

Para él no se trataba de imitar, sino verdaderamente de encarnar a estos personajes. A veces se entregaba a la repetición de esas voces que lo amenazaban con mucho dolor y dificultad. Poco a poco fue identificando a los distintos personajes que hablaban en su cabeza y, a medida que comenzaba a nombrarlos, la experiencia se hacía más alegre y gozosa. A los ocho meses el hospital decidió darle el alta, pero en cada revisión nos recitaba las voces de aquellos personajes, expresando una alegría y libertad sin límites. Hasta el momento no ha necesitado volver a ser hospitalizado, está casado y trabaja; su principal distracción es grabar las voces que él «escuchaba cuando era niño» y mostrárselas a sus amigos.