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No sé si te das cuenta, pero aquí hay una cosa que no encaja. Después de tanto rato de aguantar esa chamba tan jodida, yo tenía que manejar alguna información. ¿O qué tú crees que no se me torcían los ojitos cada vez que veía los cheques, los estados de cuenta, la cantidad de lana que pasaba frente a mí? Como dice mi madre: La cabra tira al monte. Una cosa es que yo quisiera ponerme a mano con mis papás, y otra que no pensara emparejarme con la vida. Porque bueno, carajo, la vida ya me estaba debiendo una lana. No cualquier cosa, pues. No cien mil dólares, ni siquiera doscientos. Dije: Una Lana, y ésa no la tenían más que Paul y el Nefas.

Me pasé la mañana del día siguiente depositando cheques, transfiriendo dinero y las arañas, el caso es que a la una de la tarde ya lo tenía todo en cheques de caja. Fui a no sé cuántos bancos, vestida como señorona de Polanco, en un coche que había alquilado con todo y chofer. Ya en la tarde tiré los cheques que quedaban y comencé a sufrir, a arrepentirme, a preguntarme cuanto iban a tardar Ferreiro y Paul en ver que les faltaba una chequera. O también: cuánto me iba a durar el gusto de ser rica, con todo ese dinero en cash debajo de la cama. Y ya ves: sigo aquí, metida en este cuarto tan rascuache, acostada sobre un montón de lana, contándole mi vida a la pinche grabadora, mirando mi equipaje y muriéndome de miedo.

Por eso te decía, tienes que asesinar a la tal Rosalba. Ya lo he pensado no sé cuántas veces y no veo otra salida: si no me dan por muerta, no voy a estar tranquila en ningún lado. Y me van a agarrar, además. Yo sé que ellos no pueden hacer la denuncia, porque esa cuenta es poco menos que clandestina. ¿Qué van a denunciar? ¿Un desfalco en Publishop? No jodas, no hay por dónde. Pero aunque no me creas le tengo miedo al Nefas, y sobre todo a sus pinches amigos. Hay noches en que despierto empapada en sudor, aterrada: sueño que viene tras de mi ese tal Bruce Jáuregui, que me alcanza y me curte la cara a navajazos. Entonces digo: Puta madre, si encontraran un cuerpo desmembrado yo podría esfumarme tranquilamente con mí lana. Porque ya es mía, ¿ajá? No más nos falta el cuerpo, la zalea, yo qué voy a saber. No porque tenga mi ni menos pesadillas voy a echarme pa atrás, ahora que estoy metida hasta el cuello en el perol. Y como según yo Rosalba ya es difunta, olvídate de que les siga pagando a mis papás. ¿Querían que fuera perra? Pues ya estuvo, y se chingan. Ahora ya solo falta que me entierren.

Y ahí es donde entras tú, Diablo Guardián. Ya sé que es un abuso, que es como si te pido que me laves el Corvette amarillo y luego no te dejo ni tomarte una foto con él. Por eso no te estoy pidiendo nada a ti, ni a Pig, ni al mudo. Estoy hablando con mi Diablo Guardián, y a mi modo también le estoy rezando. Voy a empezar de nuevo, no me imagino cómo pero si sé con qué. Y necesito que me cubras las espaldas, que le hagas a Violetta el milagro de matar a Rosalba a como dé lugar, que no la desampares ni de noche ni de día. Y que la dejes ir, Diablo Guardián. Violetta va a saltar y no puede caerse. Menos ahora, con todo este equipaje.

O sea que te dejo aquí, rezándote. Y ahora cierra los Ojos, novelista. Concéntrate en mi voz, mándame un beso grande, imagíname sola con todo mi equipaje. Ahora dime, querido, ¿sabes el bulto que hacen dos millones de dólares? ¿Te imaginas de menos todo lo que pesan?