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Bésame, Corvette

If love was red then she was colour blind

SAVAGE GARDEN, To the Moon and Back

Por más que me aburriera seduciendo momias de escritorio, creo que es el mejor trabajo que he tenido. Antes de eso tenía que pelear sola, con mis armas, sin nadie que me ayudara, o hasta con todos en contra. En New York sobrevives por eso, porque peleando contra todos haces músculo. La policía, el Nefas, los empleados, las camareras, no había uno solo de mi lado, ¿ajá? Así sobreviví, y a eso me acostumbré: nadie me debía nada, no me iban a ayudar hasta que me tomara la molestia de obligarlos. Siempre armé mis movidas en lo oscuro, contra todas las reglas, mi chamba era ilegal hasta entre los ilegales, y de repente me acomodan en un puesto oficialmente ejecutivo donde al final hago lo mismo de siempre, sólo que ahora con el apoyo de la empresa y la cooperación del cliente. Me dan sueldo de secretaria y trabajo de poco menos que recepcionista, pero me sueltan los Big Bucks por debajo del agua para que yo putee con bandera de ejecutiva. ¿No te parece de lo más brillante? Sí, por supuesto, si de veras te crees que los Big Bucks me tocaban a mí.

Me habían dado un coche de la agencia. Ni modo que la ejecutiva favorita del cliente llegara en taxi, ¿ajá? No era como mi Intrepid, pero qué le iba a hacer. Teníamos dos clientes grandes, que al mes ya eran mis novios. Bastante veteranos, by the way. Nefastófeles quería todo el tiempo meter su cuchara, pero no había espacio. No podía controlarme, cómo crees. Tendría que haberse incrustado en media cama. De repente le daba por exigirme así, muy firmemente, que me quedara hasta más tarde en la Oficina, y eso podía significar dos cosas: tenía ganas de encamarme o de cachetearme. Entonces yo le hablaba a uno de mis novios y le decía: Sácame de aquí. Diez minutos después, ya estaba el güey hablando con Nefastófeles: Licenciado Ferreiro, me urge muchísimo revisar el plan de medios. Como quien dice: Me están dando ganitas de gastar menos. Y una cosa como ésas no se puede permitir, o sea que en ese momento salía la ejecutiva con el plan de medios bajo el brazo y el plan de ataque abajo del ombligo. Nefastófeles tenía mucha razón creyendo que mi personita podía mejorar la relación con los clientes, pero era demasiado ególatra para creer que además de eso podía comerle el mandado. ¿Cómo iba a ser posible que la pirujita suburbial se entendiera mejor que él con los clientes? ¿Qué no era yo una limosnera perniabierta como me dijo tantas veces en New York? Pobrecito. Me diseñó una cárcel a prueba de fugas y en dos meses ya estaba conmigo adentro. Me había invitado a jugar en un tablero con las reglas bien puestas, pero igual esas reglas también tenía que respetarlas él. No podía agarrarme a patadas delante de Paul, y menos de mis papás. Ya le había dicho a medio mundo que yo era una persona muy profesional. Y al poco rato sus clientes me tenían yo no sé si cariño, pero de menos mucha preferencia. Sobre él, ¿ajá? Un día descubrí que yo era la persona mejor ubicada para negociar con los clientes, la que los agarraba en una situación más pinche comprometida. Ni Paul, ni Nefastófeles, ni nadie más podía pelear contra eso. Son leyes naturales, darling: Abajo de la cama, todo triunfo es relativo.

¿Sabes lo que era vivir en el cuarto de la sirvienta y ver que el Chivo Viejo salía muy temprano con mi coche? Era un puto tormento kampucheano, pero también servía de acicate. Vivía en una situación tan rascuache que no había por dónde conformarme. Tenía que hacer algo para estar mejor, necesitaba cuando menos cobrarme con alguien.

Te dije que no me faltaba dinero, ¿ajá? Pues sí, pero no. Era mentira, claro. A mí toda la vida me falta cash, y si un día ves que me sobra, espera diez minutos, por favor. Estaba hecha una prángana, dormí como criada, trabajaba de puta, ¿quieres que le siga? Me sentía fugitiva, delincuente, asesina, buscona. Por eso dije: Aguanto cualquier cosa, pero me quedo aquí. Primero me le hincaba a mi papá, antes que permitir que me corriera. Me había vuelto docilita, hasta obediente.

No quería contártelo porque es de lo más pinche bochornoso, pero si me lo callo no me vas a entender. El día que llegué con Nefastófeles a casa de mis papás, yo estaba preparada para que me metieran al manicomio. O para que me cachetearan y me sacaran a patadas. Ciento catorce mil seiscientos noventa dólares: de ese tamaño era el rencor que me tenían. Menos los treintaitantos mil que ya les había pagado. Menos los quince y medio en que me tomaron el Intrepid. Me seguían faltando más de sesenta. Aunque por otra parte, ésa era bronca de ellos: si no me perdonaban, iba a ser mucho más difícil que les pagara. Los muy zonzos creían que de verdad Ferreiro moría por mí, según ellos estaban negociando mi próxima petición de mano. Por eso el pinche Nefastófeles tenía esa seguridad. Él me daba trabajo, yo les seguía pagando, luego venía la boda y vámonos todos a Bosques de las Lomas, ¿verdad? Yo pensaba: Qué asco de sujeto, pero por otra parte el plan me fascinaba. Antes de yo sentarme a discutir con mis papás, mi dizque pretendiente ya les había bajado los calzones. No podían negarse, carajo, no eran tan estúpidos. Pero igual cuando estuve frente a la puerta de la casa también a mí se me cayeron los calzones. Quería que nos fuéramos, casi le supliqué a Ferreiro que no tocara el timbre.

Cuando vi a mi mamá sentí las piernas flojas, pero antes de que abriera yo la boca para decir perdóname, ya me estaba diciendo hijita chula. Un escenón. Y con mi papá igual. Mis hermanos ni siquiera bajaron, pero igual Yo tampoco pregunté por ellos. Hubo dos cosas que ablandaron mucho a mis papás: la primera, todo el dinero que les había depositado en su cuenta, y la segunda el Intrepid. Les di las llaves y les dije: Es suyo. Qué te cuento, les chispeaban los ojitos. ¿Sabes qué comentó mi mamá? Dijo: Voy por mi abrigo y salimos a darle el estrenón. Ya después se sintieron tan patrones que me mandaron a vivir a la azotea. ¿Sabes por qué a las gatas les dicen gatas? Ésta es la historia verdadera de Rosa del Alba Rosas: La Princesa Micifuza. Una conmovedora historia de superación gatuna.

Lo que ni Nefastófeles ni mis papás sabían era que hasta ser criada tiene sus ventajas. Número uno: A nadie de la casa le importa lo que pienses. Número dos: Ni siquiera te creen capaz de pensar algo. Número tres: Se fijan en lo que dices sólo cuando los haces reír. La criada es una intrusa con licencia, una fuereña folclórica, una merodeadora a sueldo… Todo eso lo pensaba para no maldecir mi suerte, ¿ajá? También para encontrarle un chiste a la joda de vida que llevaba. Finalmente, yo tenía claro que en cualquier momentito iba a brincar el chango. Nunca sabes de qué árbol, pero al final brinca. Aparentemente todo el mundo me iba a tener muy vigilada, pero acuérdate que Yo estaba en el lugar de la criada. ¿Quién vigila a la criada y estrena coche al mismo tiempo? No tenía mucha idea de cómo iba a ser mi vida, pero era obvio que necesitaba ingeniármelas para abrir no sé, grietas, huecos, whatever. Pensé: Lo único seguro es que no voy a aguantar esto por más de cinco meses. O sea medio año ni hablar, ¿ajá? Pero ¿sabes en qué nos parecemos mucho mi familia y yo? Somos apestosísimamente sobornables.

Nunca nadie me ha sobornado tanto como la rutina. Todo los días ensayas la misma obra, un día te la aprendes y ahí poco a poquito vas torciéndola a tu gusto. O te la van torciendo a su antojo, que es lo que pasa cuando te la crees. Otra ventaja de vivir como gatita es que nadie te obliga a creer en nada. Al día siguiente de la reconciliación, llegué con mis maletas y me trataron como mierda todos. Pensé: Ok, soy una animada. Está bien, no hay problema. Entre menos burros, más olotes. Ya vendría la mía y entonces sí: arrieros íbamos a pinche ser.

Pero una se acostumbra a todo. Te digo, la rutina te corrompe. Ferreiro y mis papás sólo me trataban bien cuando estaban juntitos. Ése era todo el show de los tres: ¡Cuánto queremos a la nena! Y al final bien, porque sus atentísimas hipocresías garantizaban que Ferreiro y mis padres solamente se decían falsedades, generalmente conmigo en medio. O sea que yo era la única persona en este mundo que conocía las mentiras de los tres. ¿Quién cuida sus palabras cuando había con la criada? Nefastófeles no, mis papás menos. Ninguno se tomaba la molestia de mentirme, pero bien que me usaban para engañarse entre ellos. Ahora súmale mi trabajo con los clientes, que al ratito de conocerme me adoraban. Ya no podía andar por el mall de Caesars Palace, pero estaba ganando libertad a carretadas. Por un lado, en mi casa les tenía sin cuidado si yo entraba o salía. Por el otro, mis clientes-novios me ayudaban a escabullirme de Nefastófeles. Me la pasaba bien, me metía lana extra, mediocre todo pero muy tranquila: como que cada día iba pensando menos en el muerto. Se me había ido el miedo, creo que la rutina me lo había espantado. ¿Tú sabes cuánto tiempo sobrevive la rutina sin el miedo? Por más sobornadísima que de repente me sintiera, era obvio que no me iba a quedar así. No me caía mal tener un par de horarios, pero el chiste de la rutina es irle robando espacios. O sea meterle zancadillas, no dejar que te agarre sino agarrarla tú y hacerle una súper mamita de puerco. Ella te soborna, tú le tuerces la muñeca. Y se la quiebras, si se llega a ofrecer, pero no te quiebras tú. No puedes estirar la mano para ver si te sobornan. No es lo mismo comerte la mierda que te sirven, que decir: Por favor, denme más mierda. Al que te soborna le gusta que le beses los pies. O la mano, o el culo, porque es tu patrón. Se está poniendo en el lugar de tu dueño. Ok, yo me dejaba corromper, pero también hacía lo mío para corromper a los otros. Estaba sobornando a mis papás, y también a mis clientes-novios. Con distinta moneda, eso sí. Pero por otra parte Ferreiro estaba sobornando a esas mismas personas, y hasta a mí. Si yo dejaba que la rutina terminara de emputecerme, no iba a pasar jamás de ser la chalana del Nefas, ni la miau de mi casa, ni el colchón de los clientes. Me acuerdo que pensaba: Let’sface it, Violetta: más tarde o más temprano te le vas a poner al brinco a Nefastófeles. Era cosa de timing, nada más. Una se sienta encima de la rutina como si fuera la banqueta de una avenida. De pronto ve camiones, taxis, pipas, motos, bicicletas, trolebuses y dice: No, ahí no quiero irme. Luego pasa un Jaguar, un Ferrari, un Porsche, y una vuelve a decir: No. Digo, mal no está, pero eso no es exactamente lo que quiero. ¿Sabes por qué me quedo en la banqueta? ¿Por qué no quiero moverme de aquí, por más que pasen coches y camiones que según esto van para allá? Porque estoy esperando a un Corvette amarillo. Convertible, con vestiduras negras, hocicón. ¿Te has fijado que el Corvette es el coche más hocicón del mundo? Deja el tamaño: el rugido. Un motorón detrás de un hocicote. Según Violetta, eso tenía que ser el amor.