Изменить стиль страницы

Pablo pensó en Marta con una sonrisa durante los dos días siguientes. Casi deseaba que ella lograse sus proyectos de fuga y embarque, por el regocijo que le suponía pensar en la cara de los Camino cuando se les presentase a bordo su sobrina, con aquella cara emocionada e inocente que tenía siempre y que desarmaba. Pero estos pensamientos del pintor surgían sólo de tarde en tarde. Sus propias preocupaciones y fastidios eran muy grandes y lo absorbían.

El viernes 5 de mayo, Pablo se despertó, sudando, en su cama. Por la ventana abierta vio el mar en calma chicha, de un color rojizo bajo un cielo sucio y polvoriento.

No corría ni un soplo de aire. Su patrona le informó que había venido un tiempo de Levante. Esto quiere decir que se paran los vientos de la isla y sólo llega el soplo del desierto africano. Le informó también que por fortuna este tiempo no duraría. Quizás a la mañana siguiente ya habría pasado.

– Quiera Dios que no venga una plaga de langosta como otras veces pasa.

Aquel tiempo tuvo a Pablo desganado y rabioso con él mismo. Le pareció, mientras el insoportable día se deslizaba, que había sido absurdo el venir a esta isla de Gran Canaria y el pasar en ella tantos meses inútiles. Inútil también aquella tontería de haber vivido unos días en las cabañas de los pescadores. Era un histrión ante él mismo. No tenía nada que hacer con los pinceles en la mano. Jamás sería un gran artista, jamás… La ciudad le parecía aburrida, pequeña, miserable, agotadora. Su aventura con Honesta Camino se le representó como lo más estúpido a que se había dejado llevar en la vida. Y, en fin, no veía la hora de salir de aquel rincón del mundo.

Por la tarde le llamaron los Camino para invitarle a cenar, y su ánimo, repentinamente, cambió algo. Aceptó. La casa de los Camino era antigua y fresca. Honesta tenía las suficientes virtudes domésticas para que la cena fuese agradable y bien presentada, y los vinos de las bodegas de José eran muy buenos.

Pensó que había tenido un acierto al ir allí cuando se encontró sentado a la mesa entre todos ellos.

La conversación, a pesar del calor, que aplanaba, se hizo muy animada porque todos estaban emocionados con el final de la guerra y con la idea de volver a aquella ciudad, Madrid, perdida tantos años.

Pablo pensó que a él no le esperaba nadie en Madrid, y que allí no estaba su vida. Al impulso de estos pensamientos empezó a echar demasiado vino en su vaso. Entonces sintió que por debajo de la mesa Hones le rozaba con su pie.

Cuando la cena estaba terminando ocurrió algo inesperado que les conmocionó a todos. En el piso de abajo sonó el timbre del teléfono, y Matilde, que acudió a él, oyó la voz de don Juan el médico. Al parecer telefoneaba desde la finca del Monte.

– Ha ocurrido una desgracia muy grande… Teresa ha muerto repentinamente… Sí, la pobre Teresa, la mamá de Marta…

Don Juan pedía que hicieran el favor de subir todos allí, al campo, aquella noche. También les pedía que fueran a buscar a su ama de llaves, que, como ellos sabían, era la madre de Pino; ya que Pino, pobre criatura, estaba muy afectada por todo aquello y la necesitaba.

Pablo sintió que Honesta, en el nerviosismo del momento en que Matilde apareció con aquellas noticias, se apoyaba en él, como para no caer desvanecida…

– Ven con nosotros, Pablito, por Dios…

Pablo pensó que en realidad no podía hacer nada mejor aquella noche que acompañar a estos amigos en unas circunstancias así. Pero estaba tan atontado aquel día, que le parecía estar entre las brumas de un curioso sueño, y se sorprendió cuando se vio metido en un coche de alquiler con todos los Camino y con la madre de Pino, una mujer inmensa y suspirante, subiendo al campo en la noche de más calor que recordaba haber sufrido durante su estancia en la isla de Gran Canaria.