– Se trataría de secuestrar a una muchacha -soltó Elionor.

– No…, no os entiendo -balbuceó el caballero tras unos instantes de silencio.

– Me habéis entendido perfectamente -replicó Elionor-. Se trataría de secuestrar a una muchacha y, además…, desflorarla.

– ¡Eso está castigado con la muerte!

– No siempre.

Elionor lo había oído decir. Nunca había querido preguntar, y menos ahora, con su plan en la mente, por lo que esperó a que el dominico despejara sus dudas.

– Buscamos a alguien que la rapte -le soltó. Joan abrió los ojos desmesuradamente-. Que la viole. -Joan se llevó la mano al rostro-.Tengo entendido -prosiguió- que los Usatges disponen que si la muchacha o sus padres consienten el matrimonio, no hay pena para el violador. -Joan seguía con la mano en el rostro, mudo-. ¿Es eso cierto, fra Joan? ¿Es eso cierto? -insistió ante el silencio del fraile.

– Sí, pero…

– ¿Lo es o no lo es?

– Lo es -confirmó Joan-. El estupro está penado con el destierro perpetuo si no ha habido violencia y con la muerte si la ha habido. Pero si se consiente el matrimonio o el violador propone un marido que acepte, de igual valor que el de la muchacha, no hay pena.

Elionor esbozó una sonrisa que trató de ocultar tan pronto como Joan volvió a dirigirse a ella, tratando de disuadirla. Elionor adoptó la postura de una mujer deshonrada.

– No lo sé, pero os aseguro que no hay barbaridad que no esté dispuesta a afrontar para recuperar a mi esposo. Buscamos a alguien que la rapte -repitió-, que la viole y después consentimos el matrimonio. -Joan negó con la cabeza-. ¿Qué diferencia hay? -insistió Elionor-. Podríamos entregar a Mar en matrimonio, aun en contra de su voluntad, si Arnau no estuviese tan cegado… tan obcecado con esa joven. Vos mismo la entregaríais en matrimonio si Arnau os lo permitiese. Lo único que haríamos sería contrarrestar la perniciosa influencia de esa mujer sobre mi esposo. Seríamos nosotros quienes elegiríamos al futuro esposo de Mar; igual que si la entregásemos en matrimonio, pero sin contar con la aquiescencia de Arnau. No se puede contar con él, está loco, fuera de sí por esa joven. ¿Conocéis a algún padre que obre igual que Arnau y permita a una hija envejecer en soltería? Por más dinero que tenga. Por más noble que sea. ¿Conocéis a alguno? Hasta el rey me entregó a mí en contra… sin contar con mi opinión.

Joan fue cediendo ante las razones de Elionor, que aprovechó la debilidad del fraile para insistir una y otra vez en su precaria situación, en el pecado que se estaba cometiendo en aquella casa… Joan prometió pensarlo… y lo hizo. Felip de Ponts obtuvo su aprobación, con condiciones, pero la obtuvo.

– No siempre -repitió Elionor.

Los caballeros estaban obligados a conocer los Usatges .

– ¿Sostenéis que la muchacha consentiría en el matrimonio? ¿Por qué no se casa entonces?

– Sus tutores consentirían.

– ¿Por qué no se limitan a entregarla en matrimonio?

– Eso no os incumbe -le cortó Elionor. «Ésa -pensó- será mi tarea… y la del frailecillo.»

– Me pedís que rapte y viole a una muchacha y me decís que el motivo no es de mi incumbencia. Señora, os habéis equivocado conmigo. Seré deudor pero soy caballero…

– Es mi pupila. -Felip de Ponts se quedó sorprendido-. Sí. Os estoy hablando de mi pupila, Mar Estanyol.

Felip de Ponts recordó a la muchacha que había prohijado Arnau. La había visto en alguna ocasión en la mesa de cambio de su padre y hasta había compartido con ella una agradable conversación un día que fue a visitar a Elionor.

– ¿Queréis que rapte y violente a vuestra propia pupila?

– Me parece, don Felip, que me he expresado con bastante claridad. Puedo aseguraros que no habrá castigo a vuestro delito.

– ¿Qué motivo…?

– ¡Los motivos son cosa mía! Bien, ¿qué decidís?

– ¿Qué ganaría?

– La dote sería lo suficientemente cuantiosa para enjugar todas vuestras deudas y, creedme, mi marido sería muy generoso con su pupila. Además, ganaríais mi favor, y ya sabéis lo cerca que estoy del rey.

– ¿Y el barón?

– Yo me ocuparé del barón.

– No entiendo…

– No hay nada más que entender: la ruina, el descrédito y el deshonor, o mi favor. -Felip de Ponts tomó asiento-. La ruina o la riqueza, don Felip. Si os negáis, mañana mismo el barón ejecutará vuestra deuda y adjudicará vuestras tierras, vuestras armas y vuestros animales. Eso sí os lo puedo asegurar.

44

Transcurrieron diez días de angustiosa incertidumbre hasta que Arnau tuvo las primeras noticias acerca de Mar. Diez días durante los cuales paralizó cualquier actividad que no fuera la de investigar qué le había sucedido a la muchacha desaparecida sin dejar rastro. Mantuvo reuniones con el veguer y con los consejeros para instarlos a que pusieran todo su empeño en averiguar lo sucedido. Ofreció cuantiosas recompensas por cualquier información sobre la suerte o el paradero de Mar. Rezó lo que no había rezado en toda su vida, y al final, Elionor, que dijo haber recibido la información de un mercader de paso que buscaba a Arnau, le confirmó sus sospechas. La muchacha había sido secuestrada por un caballero llamado Felip de Ponts, deudor suyo, quien la retenía a la fuerza en una masía fortificada cercana a Mataró, a menos de una jornada a pie al norte de Barcelona.

Arnau mandó a aquel lugar a los missatges del consulado. Mientras, él acudió a Santa María a seguir rezando a su Virgen de la Mar. Nadie se atrevió a molestarlo e incluso los operarios frenaron el ritmo de trabajo. Postrado de rodillas bajo aquella pequeña figura de piedra que tanto había significado a lo largo de su vida, Arnau trató de alejar las escenas de horror y pánico que lo habían asaltado durante diez días y que ahora volvían a rondar su mente entreveradas con el rostro de Felip de Ponts.

Felip de Ponts asaltó a Mar en el interior de su propia casa, la amordazó y golpeó hasta que la muchacha, exhausta, cedió en su oposición. La introdujo en un saco y se sentó con ella en la parte trasera de un carro cargado con arneses que conducía uno de sus criados. De tal guisa, como si viniera de comprar o reparar sus bridas y monturas, cruzaron las puertas de la ciudad sin que nadie desconfiara del caballero. Ya en su masía, en el interior de la torre fortificada que se alzaba en uno de sus extremos, el caballero deshonró a la muchacha, una y otra vez, con más violencia y lascivia a medida que se percataba de la belleza de su rehén y de su obstinación por proteger su cuerpo, que ya no su virginidad. Porque Felip de Ponts se comprometió con Joan que robaría la virtud de Mar sin desnudarla siquiera, sin mostrarle su propio cuerpo, empleando la fuerza exclusivamente necesaria para ello y así lo hizo la primera vez, la única en que debía acercarse a Mar, pero la lujuria pudo más que su palabra de caballero.

Nada de lo que entre lágrimas y con el corazón encogido llegó a imaginar Arnau en el interior de Santa María, podía compararse con lo que sufrió la muchacha.

La entrada de los missatges en el templo paralizó por completo las obras. Las palabras del oficial resonaron como lo hacían en la corte de justicia del consulado:

– Muy honorable cónsul, es cierto.Vuestra hija ha sido secuestrada y se halla en poder del caballero Felip de Ponts.

– ¿Habéis hablado con él?

– No, muy honorable. Se ha hecho fuerte en la torre y ha negado nuestra autoridad aduciendo que no se trataba de un asunto mercantil.

– ¿Sabéis algo de la muchacha?

El oficial bajó la mirada.

Arnau clavó las uñas en el reclinatorio.

– ¿Que no tengo autoridad? Si quiere autoridad -masculló entre dientes- la tendrá.

La noticia del secuestro de Mar se extendió con rapidez. Al día siguiente, al alba, todas las campanas de las iglesias de Barcelona empezaron a repicar con insistencia y el «Via fora !» se convirtió en un grito unánime en boca de todos los ciudadanos: había que rescatar a una barcelonesa.

La plaza del Blat, como en tantas otras ocasiones, se convirtió en el punto de reunión del sometent , el ejército de Barcelona, adonde fueron acudiendo todas las cofradías de la ciudad. Ni una sola faltó y, bajo sus pendones, se congregaban los cofrades debidamente armados. Esa mañana Arnau se despojó de sus ropas lujosas y vistió de nuevo aquellas con las que luchó bajo las órdenes de Eiximèn d'Esparça primero y contra Pedro el Cruel después. Seguía utilizando la maravillosa ballesta de su padre, que no había querido sustituir y a la que acarició como nunca lo había hecho; al cinto, el mismo puñal con el que años atrás dio muerte a sus enemigos.

Cuando Arnau se presentó en la plaza, más de tres mil hombres lo aclamaron. Los abanderados izaron los pendones. Espadas, lanzas y ballestas se elevaron sobre las cabezas de la muchedumbre al son de un «Via fora !» ensordecedor.Arnau no se alteró. Joan y Elionor, tras Arnau, palidecieron. Arnau buscó entre el mar de armas y pendones, sobre las cabezas; los cambistas no tenían cofradía.

– ¿Entraba esto en vuestros planes? -le preguntó el dominico a Elionor en el estruendo.

Elionor tenía la mirada perdida en la muchedumbre. Barcelona entera apoyaba a Arnau. Blandían al aire sus armas y aullaban. Todo por una mujerzuela.

Arnau distinguió el pendón. La multitud fue abriéndole paso mientras se dirigía al lugar en el que se reunían los bastaixos .

– ¿Entraba esto en vuestros planes? -preguntó de nuevo el fraile. Los dos miraban la espalda de Arnau. Elionor no contestó-. Se comerán a vuestro caballero. Arrasarán sus tierras, destrozarán su masía y entonces…

– ¿Qué? Entonces, ¿qué? -gruñó Elionor con la vista al frente.

«Perderé a mi hermano. Quizá todavía estemos a tiempo de arreglar algo. Esto no puede salir bien…», pensó Joan.

– Hablad con él…-insistió.

– ¿Estáis loco, fraile?

– ¿Y si no acepta el matrimonio? ¿Y si Felip de Ponts lo cuenta todo? Hablad con él antes de que la host se ponga en marcha. Hacedlo. ¡Por Dios, Elionor!

– ¿Por Dios? -En esta ocasión Elionor volvió el rostro hacia Joan-. Hablad vos con vuestro Dios. Hacedlo, fraile.

Ambos llegaron al pendón de los bastaixos . Allí encontraron a Guillem, sin armas, como esclavo que era.

Arnau miró a Elionor con el ceño fruncido cuando se percató de su presencia.

– También es pupila mía -exclamó ella.