Hitler hizo una pausa a fin de que calasen sus palabras.

– Hay que hacer frente a la invasión con toda la furia de nuestro potencial y acabar con ella en la misma línea de mar. Si ello no es posible y si los anglosajones consiguen establecer una cabeza de playa temporal, debemos estar preparados para desplegar de nuevo nuestras fuerzas, lanzar un contraataque masivo y arrojar de nuevo al mar a los invasores. -Hitler cruzó los brazos-. Para lograr ese objetivo, sin embargo, hemos de conocer el orden de batalla del enemigo. Tenemos que averiguar cuándo pretende dar el golpe. Y, lo que es más importante, dónde. ¿Herr mariscal?

Gerd von Rundstedt se puso en pie y avanzó cansinamente hacia el mapa, con la mano derecha cerrada en torno al enjoyado bastón de mariscal de campo que siempre llevaba consigo. A Rundstedt, al que se conocía como «el último caballero alemán», Adolf Hitler lo había despedido y vuelto a llamar al servicio activo más veces de las que Canaris, e incluso su propio estado mayor, podía recordar. Rundstedt detestaba el mundo fanático de los nazis y había sido el propio mariscal de campo quien bautizara a Hitler como «el pequeño cabo bohemo». La tensión de los cinco largos años de guerra empezaba a asomar en los delgados rasgos aristocráticos de su rostro: Habían desaparecido del mismo los precisos y rígidos gestos que caracterizaban a los oficiales del Estado Mayor General de los días del Imperio. Canaris no ignoraba que Rundstedt bebía más champán del que era aconsejable y que necesitaba trasegar grandes cantidades de whisky para poder dormir por la noche. Se levantaba regularmente a la nada castrense hora de las diez de la mañana y el cuadro de mandos de su cuartel general de Saint-Germain-en-Laye raramente convocaba sus reuniones antes del mediodía.

Pese a lo avanzado de sus años y al descenso de su moral, Rundstedt era aún el mejor soldado alemán, un estratega y táctico brillante, como demostró a los polacos en 1939 y a los franceses y británicos en 1940. Canaris no envidiaba la posición de Rundstedt. Sobre el papel presidía una inmensa y poderosa fuerza en el oeste: millón y medio de hombres, incluidos los trescientos cincuenta mil soldados de primera de las Waffen SS, diez divisiones panzer y dos divisiones de elite, Fallschirmjäger, de paracaidistas. Si se desplegaban rápida y correctamente, los ejércitos de Rundstedt aún serían capaces de ocasionar a los aliados una derrota abrumadora. Pero si el anciano caballero teutón se equivocaba, si desplegaba incorrectamente sus fuerzas o cometía errores tácticos una vez iniciada la batalla, los aliados establecerían su precioso punto de apoyo en el Continente y la guerra en el frente del oeste estaría perdida.

– En mi criterio, la ecuación es simple -empezó Rundstedt-. El este del Sena, en el paso de Calais, o el oeste del Sena, en Normandía. Cada uno tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

– Adelante, herr mariscal de campo.

Rundstedt continuó en tono rutinariamente monótono.

– Calais es el eje estratégico de la costa del Canal. Si el enemigo se asegura una cabeza de playa en Calais, puede volverse hacia el este y encontrarse a unos pocos días de marcha del Ruhrgebeit, nuestra zona industrial. Los estadounidenses quieren que por Navidad la guerra haya concluido. Si logran desembarcar en Calais, es posible que vean cumplido su deseo. -Rundstedt hizo una pausa para permitir que captasen la advertencia y luego reanudó su informe-. Hay otra razón que hace de Calais el punto militar lógico, es el punto más estrecho del Canal. El enemigo estará allí en condiciones de lanzar hombres y material con cuatro veces más rapidez que en Normandía o Bretaña. Recuerden que el reloj empezará a correr para el enemigo en el instante en que empiece la invasión. Tendrán que desembarcar tropas, armas y suministros a un ritmo fulminante. En la zona del paso de Calais hay tres excelentes puertos de gran calado -Rundstedt señaló cada uno de ellos golpeándolos ligeramente con la punta del bastón, trasladándola costa arriba-, Boulogne, Calais y Dunkerque. El enemigo necesita puertos. Creo que el primer objetivo de los invasores será conquistar un puerto importante y volver a abrirlo al tráfico lo antes posible, porque sin un puerto así el enemigo no podrá aprovisionar a sus tropas. Y si no puede aprovisionar a las tropas, está muerto.

– Impresionante, herr mariscal de campo -dijo Hitler-. Pero,¿por qué no Normandía?

– Normandía entraña muchos problemas para el enemigo. La distancia a través del Canal es mucho mayor. En numerosos puntos se yerguen altos acantilados entre las playas y la tierra firme. El puerto más próximo es el de Cherburgo, en el extremo de una península fuertemente defendida. Puede que les llevase varios días arrebatarnos Cherburgo. E incluso aunque lo conquistaran, el enemigo sabe que se lo dejaríamos inutilizado antes de entregarlo. Pero el argumento más lógico contra el golpe por Normandía es, según mi criterio, su situación geográfica. Está demasiado lejos hacia el oeste. Aunque el enemigo lograse desembarcar en Normandía, correría el riesgo de quedar inmovilizado y aislado estratégicamente. Tendría que luchar contra nosotros a través de toda Francia, antes de alcanzar suelo alemán.

– ¿Su opinión, herr mariscal de campo? -restalló Hitler.

– Tal vez los aliados pongan en práctica alguna jugarreta -dijo Rundstedt cautelosamente, mientras acariciaba el bastón con los dedos-. Un desembarco de diversión, quizá, como usted mismo ha sugerido, mi Führer. Pero el golpe real se produciría aquí. -Rundstedt punteó en el mapa-. En Calais.

– ¿Almirante Canaris? -preguntó Hitler-. ¿Qué clase de información posee usted en apoyo de esa teoría?

Como las exposiciones formales sobre el mapa no eran lo suyo, Canaris continuó sentado. Se llevó la mano al bolsillo de la pechera de la chaqueta, donde guardaba la cajetilla de tabaco. Los hombres de las SS se removieron nerviosos. Al tiempo que sacudía la cabeza, Canaris sacó despacio los cigarrillos y los expuso para que los vieran. Encendió uno con toda la morosidad del mundo y proyectó la bocanada de humo hacia Himmler, perfectamente sabedor de que al Reichsführer le fastidiaba el tabaco. Himmler le fulminó con la mirada, a través de la nube de humo azul, aunque se esforzó en que los ojos no trasluciesen el menor atisbo de emoción. Con todo, un lado del rostro se contrajo nerviosamente.

Canaris explicó que la Abwehr estaba reuniendo y analizando tres tipos de informes de los servicios de inteligencia relacionados con los preparativos de la invasión: fotografías aéreas de tropas enemigas en el sur de Inglaterra; comunicaciones inalámbricas del enemigo captadas por la Funkabwehr , el servicio de escucha; y datos enviados por agentes que operaban en el interior de Gran Bretaña.

– ¿Y qué le dicen esos informes, herr almirante? -el tono de Hitler fue brusco.

– Nuestra información inicial tiende a sustentar las apreciaciones del mariscal de campo: que los Aliados tratan de dar su golpe en Calais. De acuerdo con nuestros agentes se ha producido una creciente actividad enemiga en el sureste de Inglaterra, justo frente a paso de Calais, en la costa británica del Canal. Hemos escuchado transmisiones por radio relativas a una nueva fuerza llamada Primer Grupo de Ejército de los Estados Unidos. También hemos estado estudiando la actividad aérea del enemigo en el noroeste de Francia. Ha volado durante mucho más tiempo sobre Calais, en operaciones de bombardeo y reconocimiento, que sobre Normandía o Bretaña. Uno de nuestros agentes en Inglaterra posee una fuente dentro del Alto Mando aliado. Ese agente transmitió anoche un informe. Ha llegado a Londres el general Eisenhower. Norteamericanos y británicos intentan mantener en secreto su presencia, por el momento.

A Hitler pareció impresionarle el informe del agente. Canaris pensó: «Si supiera la verdad». Que en aquellas mismas fechas, a escasos meses de la batalla más importante de la guerra, era muy probable que las redes del servicio de inteligencia de la Abwehr estuvieran a punto de quedar hechas trizas. Canaris echaba a Hitler la culpa de ello. Durante los preparativos de la Operación Seelöwe -la abortada invasión de Gran Bretaña-, Canaris y su estado mayor volcaron espías sobre Inglaterra con temeraria superabundancia. Se arrojó por la ventana toda precaución a causa de la desesperada necesidad de obtener informes sobre las defensas costeras las posiciones de las tropas británicas. Los agentes se reclutaron con precipitación, se adiestraron mal y se equiparon peor. Canaris sospechaba que la mayoría de ellos fueron a caer directamente en manos del MI-5, lo que infligió un daño permanente a unas redes cuyo establecimiento había costado años de penosa labor. Eso no podía reconocerlo ahora, porque hacerlo representaría firmar su propia sentencia de muerte.

Adolf Hitler volvía a pasear por la estancia. Canaris estaba convencido de que Hitler no temía la inminente invasión. Por el contrario, le alegraba. Tenía diez millones de alemanes en armas y una industria bélica que, a pesar del implacable bombardeo de los aliados y de la escasez de mano de obra y materias primas, continuaba produciendo asombrosas cantidades de armamento y suministros. Confiaba plenamente en su capacidad para rechazar la invasión y ocasionar a los aliados una derrota catastrófica. Al igual que Rundstedt, creía que el desembarco en el paso de Calais era estratégicamente lógico y era allí donde su Atlantikwall más parecía, a sus ojos, una fortaleza inexpugnable. Efectivamente, Hitler había intentado obligar a los aliados a desencadenar la invasión por Calais al ordenar que se situaran allí las rampas de lanzamiento de sus cohetes VI y V2. Sin embargo, Hitler también estaba enterado de que británicos y estadounidenses practicaron tretas engañosas durante toda la guerra y volverían a hacerlo como preludio a la invasión de Francia.

– Invirtamos los papeles -dijo Hitler finalmente-. Sí yo fuese a invadir Francia desde Inglaterra, ¿qué haría? ¿Utilizaría la ruta más evidente, la ruta que el enemigo espera que tome? ¿Lanzaría un asalto frontal sobre el trecho de costa mejor defendido? ¿O iría por otra ruta y trataría de sorprender al enemigo? ¿Emitiría por radio mensajes falsos y enviaría falsos informes a través de agentes del espionaje? ¿Efectuaría declaraciones engañosas a la prensa? La respuesta a estas últimas preguntas es afirmativa. Debemos esperar que los británicos traten de inducirnos a error e incluso que realicen un desembarco importante de diversión. Por mucho que deseara que intentasen desembarcar en Calais, debemos estar preparados para la posibilidad de una invasión en Normandía o Bretaña. Por consiguiente, nuestros panzers han de mantenerse seguros a cierta distancia de la costa hasta que hayan quedado claras las intenciones del enemigo. Entonces concentraremos nuestros blindados en el punto de ataque principal y arrojaremos al enemigo otra vez al mar.