Annotation

Faulkner a caballo, Conrad en tierra, Isak Dinesen en la vejez, Joyce en sus gestos, Stevenson entre criminales, Conan Doyle ante las mujeres, Wilde tras la cárcel, Turgueniev, Mann, Lampedusa, Rilke, Nabokov, Madame du Deffand, Rimbaud, Henry James, el gran Laurence Sterne... Hasta un total de veinte genios de la literatura resucitan en estas breves e insólitas biografías, que se leen como cuentos gracias a la precisión, amenidad y elegancia de la prosa de Javier Marías. Todos son extranjeros, todos están muertos y todos han sido tratados como personajes de ficción, con un afecto y una ironía no exentos de profundidad. El volumen se completa con seis retratos de Mujeres fugitivas, que vivieron y murieron por encima de sus posibilidades, con tanta intensidad como humor. Y lo corona Artistas perfectos, el contrapunto de las anteriores semblanzas: sus imágenes detenidas prescinden de anécdotas y caracteres para subrayar, en frases como relámpagos, la expresividad de los rostros, ademanes y gestos, espontáneos o artificiales, de los artistas que sólo en la posteridad alcanzan la perfección. Con un extraordinario material gráfico —retratos pertenecientes en su mayoría a la colección del autor—, Vidas escritas se ha convertido en la más divertida, melancólica y fascinante invitación a leer.

Prólogo

William Faulkner a caballo

Joseph Conrad en tierra

Isak Dinesen en la vejez

James Joyce en sus gestos

Giuseppe Tomasi di Lampedusa en clase

Henry James de visita

Arthur Conan Doyle ante las mujeres

Robert Louis Stevenson entre criminales

Ivan Turgneniev en su tristeza

Thomas Mann en sus padecimientos

Vladimir Nabokov en éxtasis

Rainer María Rilke a la espera

Malcolm Lowry en la calamidad

Madame du Deffand ante los idiotas

Rudyard Kipling sin bromas

Arthur Rimbaud contra el arte

Djuna Barnes en silencio

Oscar Wilde tras la cárcel

Yukio Mishima en la muerte

Laurence Steme en la despedida

MUJERES FUGITIVAS

ARTISTAS PERFECTOS

Bibliografía

Javier Marías

Vidas escritas

Prólogo

La idea inicial de este libro surgió de otro en el que tuve parte: en la antología de rarísimos relatos titulada Cuentos ú nicosy que publiqué en 1989 (Ediciones Siruela, Madrid), cada pieza iba precedida de una breve nota biográfica sobre los muy desconocidos autores. Tan desconocidos eran en su mayoría que a veces los datos de que disponía eran mínimos y no investigables, desde luego fragmentarios y a menudo tan extravagantes que parecían inventados, como creyó más de un lector que coherentemente dudó también de la autenticidad de los cuentos. La verdad es que si se leían todas seguidas, esas brevísimas biografías formaban un relato más, seguramente no menos único y espectral que los otros.

Creo, y creí entonces, que ello se debió no sólo a los dispersos y llamativos datos con que contaba acerca de esos autores malogrados y oscuros, sino a la manera de tratarlos, y pensé que lo mismo podía hacerse con los escritores más vigentes y renombrados, sobre los cuales, en cambio, el curioso puede saber hasta el último detalle, en consonancia con la época de erudición exhaustiva y tantas veces inútil en que llevamos viviendo casi un siglo. La idea era, en suma, tratar a esos literatos conocidos de todos como a personajes de ficción, que probablemente es la manera, por otro lado, en que todos los escritores desean íntimamente verse tratados, con independencia de su celebridad u olvido.

La elección de los veinte que aquí aparecen fue arbitraria (tres norteamericanos, tres irlandeses, dos escoceses, dos rusos, dos franceses, un japonés, una danesa, un italiano, un alemán, un checo, un polaco, un inglés de la India y un inglés de Inglaterra, si nos atenemos a sus lugares de nacimiento). Sólo me impuse como condición que todos estuvieran muertos, y descarté la posibilidad de ocuparme de españoles: por una parte, no quería invadir, ni siquiera tangencialmente, el territorio del que se nutren tantos de mis compatriotas expertos; por otra, son ya tan numerosas y variadas las ocasiones en que se me ha negado la españolidad por parte de algunos críticos y colegas indígenas (tanto en lo que se refiere a la lengua como a la literatura como casi a la ciudadanía) que a la postre, me doy cuenta, he llegado a sentir cierta inhibición a la hora de hablar de los escritores de mi país, entre los que sin embargo están algunos de mis preferidos (March, Bernal Díaz, Cervantes, Quevedo, Torres Villarroel, Larra, Valle-Inclán, Aleixandre, por no citar a los vivos) y entre los que me temo que pese a todo me voy contando. Pero es como si me hubieran convencido de que no tengo derecho a ello, y uno actúa según sus convencimientos.

Lo que se cuenta en este libro son vidas o retazos de vidas estrictamente: rara es la vez en que se emite algún juicio sobre las obras, y la simpatía o antipatía con que los personajes son tratados no se corresponde necesariamente con el aprecio o menosprecio que pueda sentir hacia sus escritos. Lejos de la hagiografía, y de la solemnidad con que a menudo se habla de los maestros artistas, estas Vidas escritasestán contadas principalmente, creo, con una mezcla de afecto y guasa. Lo segundo está presente sin duda en todos los casos; lo primero reconozco que falta en los de Joyce, Mann y Mishima.

No tiene mucho sentido intentar extraer conclusiones ni reglas sobre las vidas de los escritores en general a partir de estos retratos: lo que yo muestro en ellos es muy parcial, y precisamente en lo escogido y en lo omitido reside en parte el posible acierto o desacierto de estas piezas. Y si apenas hay nada inventado en ellas (esto es, ficticio desde su origen), sí hay algunos episodios o anécdotas «adornados». En todo caso, lo único que salta a la vista al leer sobre estos autores es que la mayoría fueron individuos calamitosos; y aunque seguramente no más que cualesquiera otros de cuyas vidas supiéramos, su ejemplo no invitará en exceso a seguir la senda de las letras. Por suerte, al menos —y esto merece ser destacado—, se ve que casi todos ellos se tomaban poco en serio, quizá con las salvedades antes mencionadas y privadas de mi afecto. Aunque aquí me cabe la duda de si la falta de seriedad que estos textos transmiten estaba realmente en los personajes o más bien en la mirada del presente biógrafo, improvisado, ocasional y sesgado.

Para el lector suspicaz que quiera comprobar algún dato o detectar «ornamentos», incluyo al final una Bibliografía a la mayoría de cuyos títulos, por lo demás, tendrá muy difícil acceso. La serie de «Vidas escritas» se fue publicando en la revista Claves de raz ó n pr á ctica(números 2 al 21), mientras que el texto llamado «Artistas perfectos», que cierra el volumen a modo de negativo (en él se habla sólo de rostros y gestos), apareció en la revista El Paseante(número 17). Agradezco a los directores de la primera, Javier Pradera y Femando Savater, la alentadora y suave tiranía que sobre mí ejercieron y a la cual sin duda se debe en buena medida la escritura de estas vidas.

JM

Febrero de 1992

P. D. Siete años y siete meses después

Esta nueva edición de Vidas escritas presenta pocos cambios respecto a la existente hasta ahora, pero no está de más consignarlos.