‘Si alguna vez me ocurriese una desgracia y ya no estuviera’, podría haberle dicho Deverne un día, ‘cuento contigo para que te ocupes de Luisa y los niños.’

‘¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres? ¿Te pasa algo? ¿A qué viene esto? No te estará pasando nada, ¿verdad?’, le habría contestado Díaz-Varela con inquietud y sobresalto.

‘No, no preveo que me pase nada, nada inminente ni tan siquiera próximo, nada concreto, estoy bien de salud y todo eso. Es sólo que quienes pensamos en la muerte, y nos paramos a observar el efecto que produce en los vivos, no podemos evitar preguntarnos de vez en cuando qué ocurriría tras la nuestra, en qué situación se quedarían las personas para las que significamos mucho, hasta dónde las afectaría. No hablo de la situación económica, eso está arreglado más o menos, sino del resto. Yo me imagino que los niños lo pasarían mal una temporada, y que a Carolina mi recuerdo le duraría toda la vida, cada vez más vago y difuso, y que por eso mismo sería capaz de idealizarme, porque uno puede hacer lo que quiera con lo vago y difuso y manipularlo a su antojo, convertirlo en el paraíso perdido, en el tiempo feliz en que todo estaba en su sitio y no faltaban nada ni nadie. Pero en fin, es demasiado pequeña para no zafarse de eso algún día, tirar adelante con su vida y crearse mil ilusiones, las que a cada edad le toquen. Sería una chica normal, con una ocasional estela de melancolía. Tendería a refugiarse en mi recuerdo cada vez que tuviera un disgusto o le salieran mal las cosas, pero eso lo hacemos todos en mayor o menor grado, buscarnos algún refugio en lo que existió y ya no existe. En todo caso la ayudaría que alguien real y vivo ocupara mi lugar, en la medida de lo posible, alguien que contestara. Tener cerca una figura paterna, a la que viera con frecuencia y ya estuviera acostumbrada. No veo a nadie más capacitado que tú para desempeñar ese papel sustitutorio. Nicolás me preocuparía menos: por fuerza me olvidaría, es muy niño. Pero también le vendría bien que tú anduvieras al quite de sus problemas, su carácter le traerá unos cuantos, bastantes. Pero sería Luisa la más desconcertada y desamparada. Claro que podría volver a casarse, sin embargo no lo veo muy factible, y desde luego no pronto, y cuanto menos joven fuera más difícil se le haría. Me imagino que sobre todo, pasada la desesperación inicial, pasado el duelo, y esas dos cosas duran mucho, sumadas, le daría una pereza infinita todo el proceso. Ya sabes: conocer a alguien nuevo, contarle la propia vida aunque sea a grandes rasgos, dejarse cortejar o ponerse a tiro, estimular, mostrar interés, enseñar la mejor cara, explicar cómo es uno, escuchar cómo es el otro, vencer recelos, habituarse a alguien y que ese alguien se habitúe a uno, pasar por alto lo que desagrada. Todo eso la aburriría, y a quién no, si bien se mira. Dar un paso, y luego otro, y otro. Es muy cansado y tiene inevitablemente algo de repetitivo y ya probado, para mí no lo quisiera a mis años. Parece que no, pero son muchos pasos hasta volver a asentarse. Me cuesta figurármela con una mínima curiosidad o ilusión, ella no es inquieta ni descontentadiza. Quiero decir que, si lo fuera, al cabo de un tiempo de haberme perdido podría empezar a ver alguna ventaja o compensación a la pérdida. Sin reconocérsela, claro, pero la vería. Poner fin a una historia y regresar a un principio, al que sea, si se ve uno obligado, a la larga no resulta amargo. Aunque estuviera uno contento con lo que se ha acabado. Yo he visto a viudos y viudas desconsolados que durante mucho tiempo han creído que jamás levantarían cabeza de nuevo. Sin embargo luego, cuando por fin se han rehecho y han encontrado otra pareja, tienen la sensación de que esta última es la verdadera y la buena y se alegran íntimamente de que la antigua desapareciera, de que dejara el campo libre para lo que ahora han construido. Es la horrible fuerza del presente, que aplasta más el pasado cuanto más lo distancia, y además lo falsea sin que el pasado pueda abrir la boca, protestar ni contradecirlo ni refutarle nada. Y no hablemos ya de esos maridos o mujeres que no se atreven a abandonar al cónyuge, o que no saben cómo hacerlo, o que temen causarle demasiado daño: esos desean secretamente que el otro se muera, prefieren su muerte antes que afrontar el problema y ponerle razonable remedio. Es absurdo, pero así es: en el fondo no es que no le deseen ningún mal y traten de preservarlo de todos con su sacrificio personal y su esforzado silencio (porque de hecho se lo desean con tal de perderlo de vista, y además el mayor e irreversible), sino que no están dispuestos a ocasionárselo ellos, quieren no sentirse responsables de la infelicidad de nadie, ni siquiera de la de quienes los atormentan con su mera existencia cercana, con el vínculo que los ata y que podrían cortar si fueran valientes. Pero, como no lo son, fantasean o sueñan con algo tan radical como la muerte del otro. “Sería una solución fácil y un enorme alivio”, piensan, “yo no tendría nada que ver en ello, no le causaría dolor ni tristeza alguna, él no sufriría por mi culpa, o ella, sería un accidente, una enfermedad veloz, una desgracia en los que yo no tendría arte ni parte; al contrario, yo sería una víctima a los ojos del mundo y también a los míos, pero una víctima beneficiada. Y sería libre.” Pero Luisa no es de estos. Está plenamente instalada, aposentada en nuestro matrimonio, y no concibe otra forma de vida que la que eligió y ya tiene. Tan sólo ansía más de lo mismo, sin ningún cambio. Un día tras otro idénticos, sin quitar ni añadir nada. Tanto es así que ni siquiera se le pasará por la cabeza nunca lo que a mí sí se me pasa, es decir, mi posible muerte o la suya, para ella eso no está en el horizonte, no cabe. Bueno, la suya para mí tampoco, me cuesta mucho más planteármela y no la considero apenas. Pero la mía sí, de vez en cuando, me vienen rachas, a cada uno le toca bregar con su vulnerabilidad y no con la de los otros, por muy queridos que sean. No sé, no sé cómo decirte, hay temporadas en que veo el mundo sin mí muy fácilmente. Así que si algo me pasara un día, Javier, si me sucediera algo definitivo, ella ha de tenerte a ti como repuesto. Sí, la palabra es pragmática e innoble, pero es la adecuada. Entiéndeme bien, no te asustes. No te pido que te cases con ella ni nada por el estilo, evidentemente. Tú tienes tu vida de soltero y tus muchas mujeres a las que no ibas a renunciar por nada, menos aún por hacerle un favor póstumo a un amigo que ya no iba a pedirte cuentas ni podría echarte nada en cara, estaría bien callado en el pasado que no protesta. Pero, por favor, mantente cerca de ella si yo alguna vez falto. No te retraigas por mi ausencia sino todo lo contrario: hazle compañía, dale apoyo y conversación y consuelo, ve a verla un rato a diario y llámala cuanto puedas sin necesidad de pretextos, como algo natural y que pertenece a su día. Sé una especie de marido sin serlo, una prolongación de mí. No creo que Luisa saliera adelante sin una referencia cotidiana, sin alguien a quien hacer partícipe de sus pensamientos y a quien contarle su jornada, sin un sucedáneo de lo que tiene ahora conmigo, al menos en algún aspecto. A ti te conoce desde hace tiempo, contigo no tendría que vencer sus resistencias como con cualquier desconocido. Hasta podrías contarle tus aventuras y entretenerla con ellas, permitirle vivir vicariamente lo que le parecería imposible volver a vivir nunca por su cuenta. Sé que es mucho lo que te pido y que para ti no habría grandes ventajas, casi tan sólo una carga. Pero también Luisa podría sustituirme a mí en parte, ser a su vez una prolongación de mí, en lo que a ti respecta. Uno siempre se prolonga en los más cercanos, y éstos se reconocen y juntan a través del muerto, como si su pasado contacto con él los hiciera pertenecer a una hermandad o a una casta. Digamos que no me perderías del todo, que me conservarías un poco en ella. Tú estás muy rodeado de tus variadas mujeres, pero tampoco tienes tantos amigos. No te creas que no me echarías de menos. Y ella y yo tenemos el mismo sentido del humor, por ejemplo. Son muchos años de gastarnos bromas a diario.’