Sus palabras producían el efecto de un sordo gruñido subterráneo en el espíritu del perro somnoliento. De pronto le aparecía la imagen de los estúpidos ojos amarillos de la lechuza, de pronto era el rostro repugnante del cocinero con su sucio gorro blanco; también estaba el altivo bigote de Filip Filipovich en la luz deslumbrante del comedor luego un trineo que pasaba rechinando y desaparecía inmediatamente, mientras que en su estómago, bañados por los jugos gástricos, terminaban de disolverse los restos de la rebanada de rosbif.

"Tendría éxito en las reuniones públicas", pensó confusamente Bola, "es un tipo de primera. ¡Además, no parece irle tan mal"!

—¡A la guardia! ¡Policía! (Filip Filipovich chillaba.) ¡Quiero un policía, un policía y nadie mas, con o sin gorra roja! Un policía por persona para moderar los entusiasmos vocales de nuestros ciudadanos. Usted dice que es la ruina. ¡Y yo, doctor, le digo que nada habrá cambiado en esta casa ni tampoco en ninguna otra casa, mientras no se hayan hecho callar a esos cantantes! Cuando dejen de dar sus conciertos, la situación de la casa mejorará de por si.

—Usted sostiene principios contrarrevolucionarios, Filip Filipovich —bromeó el mordido—; quiera Dios que nadie lo oiga.

—No hay peligro —respondió fogosamente Filip Filipovich—, ninguna contrarrevolución. A propósito, he ahí otro término que no tolero. Es imposible saber qué se oculta detrás. Por eso le digo: en mis palabras no hay contrarrevolución. Hay buen sentido y experiencia de la vida.

Tras esa frase, Filip Filipovich sacó de su cuello el extremo de la bella servilleta arrugada, a la que enrolló como una bola y colocó junto a una copa de vino medio llena. Inmediatamente el mordido se levantó y expresó su gratitud con un " merci

²En francés en el original (N. de la T.).

—Un instante doctor —lo detuvo Filip Filipovich sacando una billetera del bolsillo de su pantalón. Frunció el entrecejo, contó algunos billetes y se los tendió al mordido:

—Le debo 40 rublos por el día de hoy Iván Arnoldovich. Sírvase...

La víctima del perro agradeció cortésmente Y ruborizándose, deslizó el dinero en el bolsillo de su chaqueta.

—¿No me necesita esta noche, Filip Filipovich?

—No, se lo agradezco, amigo mío. Mañana no haremos nada. Primero, porque el conejo se murió y segundo, porque esta noche representan "Aída" en el Bolchoi. Hace mucho que no la escucho. Me agrada sobremanera... ¿Recuerda el dúo? ... Tari-rarin...

—¿Pero dónde encuentra tiempo, Filip Filipovich? —preguntó respetuosamente el médico.

—Quien jamás se apresura siempre encuentra tiempo para todo —explicó sentenciosamente el dueño de casa—. Evidentemente, si empezara a correr a todas las reuniones y a cantar como un ruiseñor durante todo el día en vez de ejercer mi profesión, jamás lograría nada. (Filip Filipovich hurgó en el bolsillo de su chaleco y sacó su reloj de repetición que, bajo sus dedos, desgrano algunas notas celestes.) Son las 8... Llegaré para el segundo acto... Estoy de acuerdo con la división del trabajo. En el Bolchoi se canta; yo, opero. Todo está bien así. Y no hay ruina... Ahora, Iván Arnoldovich escúcheme atentamente: en cuanto tenga un muerto utilizable, ponga los órganos en una solución fisiológica y ¡tráigalos inmediatamente aquí!

—No se preocupe, Filip Filipovich, los anátomopatólogos me lo prometieron.

—Perfecto. Entretanto vamos a poner a este mendigo neurasténico en observación, trataremos de conquistarlo. Espero que su flanco sanará pronto.

"Se preocupa por mí", pensó Bola. ¡"Excelente hombre! Ya sé quién es. Es el Encantador, el brujo, el mago de las fábulas de perro... No es posible que todo esto sea un sueño. ¿Y si fuese un sueño? (Se estremeció dormido.) Si despertase y de pronto: nada. Ya no habría pantalla de seda, ni calor, ni estómago lleno sino nuevamente el portal, el frío terrible, el asfalto helado, la gente mala, el hambre... Dios, qué horror..."

Pero nada de eso se produjo. El portal se desvaneció como una pesadilla y no volvió.

Evidentemente, la ruina no era tan amenazadora. Dos veces por día, los acordeones grises ubicados bajo las ventanas se llenaban de un suave calor que difundían a través de todo el departamento.

Era claro que Bola había ganado el premio mayor de una lotería canina. Dos veces por día, al menos, sus ojos se llenaban de lágrimas de gratitud para el Sabio de la Prechistienka. Y todos los espejos del vestíbulo y de la sala de espera reflejaban su imagen, satisfecho y resplandeciente.

"¡Qué hermoso soy! Tal vez sea un príncipe perro desconocido, incógnito", se decía al contemplar en la profundidad de los espejos su figura de pelambre color café y de aspecto complacido. "Es muy posible que mi abuela haya pecado con un terranova. Es cierto, tengo una mancha blanca sobre el hocico. Me pregunto de dónde proviene. Filip Filipovich es un hombre de buen gusto, no habría recogido al primer bastardo que encontrara.

En el término de una semana, el perro engulló tanto alimento como hambre había sufrido durante los últimos cuarenta y cinco días que había pasado en la calle. Y ello, sólo en lo concerniente a cantidad. Respecto a la calidad de lo que se comía en casa de Filip Filipovich, no valía la pena mentarlo siquiera. Aún sin tener en cuenta que Daría Petrovna compraba todos los días 18 kopecks de sobras de carnicería en el mercado de la Smolenskaia, basta con mencionar las comidas de la noche en el comedor, a las cuales él asistía, a pesar de las protestas de la elegante Zina. Durante esas comidas, la divinidad de Filip Filipovich quedó definitivamente consagrada; pues él se erguía sobre sus patas traseras y le mordisqueaba la chaqueta; había aprendido a reconocer la manera como Filip Filipovich tocaba la campanilla de la puerta... dos timbrazos breves y sonoros, timbrazos de patrón, y corría ladrando a recibirlo en el vestíbulo. El amo aparecía arrebujado en su abrigo de piel de zorro plateado, en el que brillaban millares de lentejuelas de nieve, oliendo a mandarina, a cigarro, a perfume, a limón, a agua de Colonia, a paño, y su voz resonaba por toda la casa como una trompeta de mando.

—¿Por qué despanzurraste la lechuza, maldito animal? ¿Qué te había hecho? Ea, te lo pregunto... ¿Y por qué rompiste el profesor Mechnikov?

—Hay que pegarle latigazos aunque sea por lo menos una vez, Filip Filipovich —decía Zina, indignada—, de lo contrario se volverá completamente insoportable. Mire lo que hizo con sus galochas.

—No pegaremos a nadie —se irritaba Filip Filipovich—. Recuérdalo: sé buena de una vez por todas. Tanto el hombre como el animal, sólo se deben tratar por medio de la persuasión. ¿Comió carne hoy?

¡Por Dios! Desvalijó la casa. ¡Vaya pregunta la que me hace, Filip Filipovich! Me sorprende que no reviente.

—Déjalo saciar su hambre... —¿Qué te había hecho la lechuza, bribón?

—¡Wuuuuuu! —lloriqueó Bola, servil, acostándose sobre el vientre con las patas separadas.

A pesar de sus protestas, fue arrastrado por el cuello a través del vestíbulo hasta el consultorio del doctor. Se lamentaba, mostraba los dientes, se aferraba a la alfombra, se paraba sobre las patas traseras como en el circo. La lechuza, en jirones, yacía sobre la alfombra en medio de la habitación; de su vientre desgarrado salían recortes de trapo rojo que olían a naftalina. Sobre la mesa se hallaban los trozos de un busto de yeso convertido en añicos.

—No limpié nada a propósito para que usted pudiese admirar el espectáculo —proclamó Zina indignadísima, Saltó sobre la mesa, el muy canalla, y ¡clac! ¡se le prendió de la cola! Antes de que yo tuviese tiempo de reaccionar, ya la había hecho pedazos. Póngale el hocico encima para que aprenda a arruinar las cosas.

Y empezaron los alaridos. El perro, que parecía estar pegado a la alfombra, fue llevado hasta la lechuza y le apoyaron el hocico encima; se echó a llorar amargamente y pensó: "Pégueme, pero no me expulse del departamento".