A los hombres hay que decirles que lo hacen todo muy bien. Y reírles las gracias. A Prudencia no le gustaba eso. Ella siempre creyó que la verdad tiene que ir por delante. A veces la verdad es demasiado mentira, o demasiado verdad. ¿Quién soporta ese peso sin enloquecer?

Se necesita mucha mano izquierda para llevar bien al marido y Prudencia andaba coja, no sólo de la pierna sino también de la mano. Digo yo que por eso entristeció. Empezó a languidecer cuando sospechó que su marido andaba con otra. Le entraron unos celos que se la comían por dentro. Los celos son muy dañinos. Al principio tienen hasta su gracia, después te van haciendo pequeña, pequeña, diminuta, hasta que desapareces y sólo queda de ti la obsesión. Te pasas el día buscando pelos, registrando bolsillos, oliendo la ropa y preguntando que si dónde has estado, que si con quién. Hasta que el otro se cansa y te manda a meterte en tus cosas. Natural.

Y es que una tiene que acostumbrarse a que los hombres son distintos a nosotras, y lo que no encuentran en casa lo buscan fuera.