Qué hacer cuando sólo se desea morir. Prudencia deseaba morir. La vida era para ella una sucesión de días idénticos. Los consumía como si fueran pequeñas dosis de una muerte pequeña. Ella sólo quería morir. Morir de una sola vez. Desde que sabía que su marido tenía una amante y, sobre todo, desde que supo que tenía el hijo que ella no le pudo dar. Y por eso estamos aquí.

Prudencia, estamos aquí por eso y por tu mala cabeza. Mira que te dije que a los hombres hay que tenerlos contentos. Si la primera vez que fingiste un dolor de cabeza te hubieras dado cuenta de lo que se nos venía encima, habrías hecho un esfuerzo por conservar lo tuyo.

Ahora ya nada tiene remedio.

Y si hubieras escuchado a tu suegro. Cuando te preguntó si alguna vez su hijo te había llamado mamá. Y tú te ofendiste tanto como si te arrancaran un secreto. Debías haberle aclarado que tu marido te dijo que en algunos países los hombres llaman mamita a sus mujeres cuando hacen el amor. Que eso fue lo que te contestó tu marido la primera vez, cuando le preguntaste por qué te llamaba de esa forma.

Pero te entró tanto susto que lo asustaste más aún, a tu suegro, que ya venía con la neura de unos celos terribles.

No debías haberlo echado de tu casa. Se acercó a ti porque se sentía muy solo, más que tú. Sí, aún más que tú. Él quería compartir contigo su dolor. Pensó que eras la única persona en el mundo capaz de comprenderle. Para ti, escucharle, responderle, era como admitir tus propias dudas y no estabas dispuesta a semejante escarnio. Sí, ya sé, fue duro también cuando te preguntó si tu marido te besaba en la boca, fue duro, y se te escapó una lágrima cuando le mirabas con los ojos fruncidos de rabia. Tú sufrías también, sufrías de furia y de vergüenza y le pediste que se fuera. Váyase, por Dios, váyase, ¿cómo se atreve?, ¿qué derecho tiene usted? La desesperación, Prudencia, ése era su derecho y su atrevimiento. Y se marchó. Llorando mientras te pedía perdón.

Se fue de tu casa peor que había llegado y te remuerde la conciencia desde entonces. No has de creer que fue por eso que tu suegro se quitó la vida.

Era tarde cuando le contestaste a sus preguntas. Te quedaste parada frente al féretro esperando una señal, porque le estabas contestando y necesitabas saber si él te escuchaba, si le servía de algo tu respuesta: No, no me daba besos en la boca. Desde hacía años, muchos años.