Por la mañana llamaron del hospital pidiendo autorización para trasplantar los órganos de Ulrike. Peter sugirió que consultaran con el doctor que la trataba. El médico descartó cualquier posibilidad.

Regresaron a verla, todos excepto Heiner, que se negó a permitir que lo que quedaba de Ulrike se instalara en él como su último recuerdo.

Maren se aferraba a su madre en silencio, había colocado una silla junto a la cama. Sentada, su cabeza a la altura del cuerpo de Ulrike, se acurrucaba en ella, abrazada a su brazo, le acariciaba la mano, la besaba, y volvía a hundir la cabeza. Blanca sostenía la otra mano de Ulrike, también la acariciaba, la besaba, miraba su oído despejado, como la noche anterior, y reprimía las palabras que habría querido decir.

—¿Por qué sabes que no puede oír? —le preguntó a Peter.

—No puede —contestó lacónico.

Ulrike respiraba rítmicamente. Respiraba. Blanca se acercó a su oído y lo besó.

—Ulrike, estamos aquí —imaginó que le decía—, a tu lado. We are here—se esforzaría en su precario inglés—, not are you alone.

Your English is still really bad. I mean bad—imaginó que contestaba riendo.

El médico habló con Peter y éste le dijo a Blanca que había que salir ya.

No sabían cómo sacar a Maren de allí, por fortuna Curt esperaba en la sala, no había querido entrar. Peter hizo tres intentos.

—Sólo un momento más, por favor, sólo un momento —imploraba Maren.

Se levantaba, se volvía a sentar, se abrazaba a su madre.

—Mamá, mamá.

Al fin Peter la cogió por los brazos y la levantó casi a la fuerza. Blanca la abrazó y la sacó de la habitación. Peter las siguió en silencio. En el pasillo, Curt acarició a su hermana, estaba sereno, silencioso. Una enfermera entregó a Blanca una bolsa de plástico con algo en su interior, hizo firmar a Peter unos documentos y consoló a Maren con una ternura poco habitual en los profesionales que ejercen tan cerca de la muerte, le rozó la mejilla y le secó las lágrimas mientras le hablaba dulcemente.

Volvían a casa. Blanca no sabía por qué. Respiraba cuando la dejaron. Respiraba. ¿Por qué se iban? No se atrevía a preguntar. ¿A quién? ¿Qué? ¿Ha muerto? ¿Era eso? La bolsa que Blanca llevaba en la mano era sin duda la ropa de Ulrike. Si se iban, con su ropa en una bolsa de plástico, era que había muerto. Pero respiraba cuando la dejaron. Respiraba.