Después de veintiún días decidió llamarle. Días largos en los que Blanca se obligó a no pensar en él. Intentaba olvidarle, y le recordaba al intentarlo. Al cumplir los veintiún días, se tambaleó su determinación de no verle más. Se rindió. La añoranza. Fue ella quien le invitó a comer.

Estuvieron hablando de Ulrike. Me llamarás, te espero, le dijo él mientras tomaban café. Me llamarás, repitió al despedirse. Blanca sintió que al decirlo le abría una puerta que ella tenía que volver a cerrar.

Caminaba por el parque para alejarse de Peter, cerrando la puerta a cada paso, decidida a que permaneciera cerrada. Vagaba por un paseo al borde del agua, sin mirar a nadie. Sin mirar, se sentó en un banco frente al estanque. Pensó en Ulrike y en Heiner, y deseó haber vivido un amor como el suyo, vivirlo alguna vez. La puerta que Peter le abría significaba que aún no le había perdido, mantenía la angustia de estar perdiéndole. Cerrar. Debía obligarse a la certeza de haberle perdido. El sol le daba en la cara.