Cuatro meses habían pasado desde la muerte de Ulrike. Y tres semanas desde que Blanca le dijera a Peter que había llegado el momento de su separación, esta vez, definitiva. Era mayo, y domingo. Hacía calor. Blanca paseaba por el parque recordando los ojos de Peter. Deseaba poder apartarse de él, desapegarse, desgajarse. No era la primera vez que lo intentaba. Conocía ya la desolación primera, esa que sigue a la decisión de ruptura y confunde el temor a la soledad con el dolor. Intentaba discernir ambos sentimientos, calibrar la proporción en la mezcla. Soledad. Dolor.