Querido Peter:

¿Aprenderás a vivir sin mí? Quizá habría sido mejor no saber nada de mi enfermedad y que la muerte nos encontrara despistados. Así no sentiría esta pena de dejarte. A veces no soporto la espera, esta imprecisión que disfrazo de esperanza demasiado a menudo, y que siempre acaba en la misma pregunta: ¿Cuándo? ¿Cuándo?

Todos los días me despierto pensando que no es justo. Por qué me ha tocado a mí. Precisamente ahora. Debe quedarte este consuelo. He sido feliz, por fin.

Antes pensaba que la propia muerte no duele, que duele la muerte de los demás, de la gente que quieres. Sin embargo, ahora sé que no es cierto, mi muerte me duele por vosotros y también por mí, no veros nunca más, no abrazaros jamás. Me doy cuenta de que morir es lo que pierdes, perderlo todo, definitivamente. Perder incluso lo que nunca has tenido. Las cosas que se deberían haber hecho, y ya no habrá tiempo de hacer.

Estoy sola. Todos estamos solos. Frente a la muerte siento más la soledad, aunque Heiner esté conmigo. Es muy importante para mí contar con el apoyo de Heiner, siempre a mi lado, también me da pena dejarle. Necesitará tu ayuda cuando me marche, su fortaleza es sólo fachada.

Ayer lo encontré de madrugada en la cocina de la casita del jardín, se había escondido para que yo no le viera llorar, no supe qué decirle y volví a la cama. Hay momentos en que nos permitimos ser frágiles, nos dejamos conducir por el llanto hacia ninguna parte y las lágrimas se llevan algo de nosotros, pero nos dejan justamente lo que deberían llevarse: nos dejan la compasión. Yo le compadezco, y él me compadece a mí. Pero ¿por quién lloramos?, no sé si Heiner sabe por quién llora; yo no sé si lloro por él, o por mí.

La muerte, a todos nos espera la muerte, confío en que me encuentre de mejor ánimo que hoy. Es difícil de aceptar, no tengo siquiera el consuelo de la religión, tú eres mi consuelo. Sé que quizá es injusto que te escriba esta carta, pero necesito saber que compartes conmigo mi desesperación, sólo a ti te la puedo mostrar. La esperanza es a veces dañina. Escribiendo me enfrento a la verdad, reconozco lo que pienso, lo que siento, lo que sé, y lo que quiero ignorar. Es mi forma de prepararme. No te preocupes, en ningún momento he dejado de luchar, ya ves, a pesar de haber leído La enfermedad y sus metáforas , utilizo la jerga militar, como los médicos, como si fuera el paciente quien tiene que «vencer» a la enfermedad, y no la medicina la que debe curar. Sigo el tratamiento con una docilidad que te asombraría, tu prima, la rebelde, se somete a tortura voluntariamente cada semana. Se me han caído las cejas, el pelo lo soporté mejor, pero no hay pelucas para las cejas. En la terapia de grupo los médicos nos prometen la salvación, luchar es ya una victoria, dicen, yo me indigno, no sólo por el lenguaje marcial, sino por los que se lo creen, pero me indigno aún más cuando me lo creo yo, porque después vienen los análisis y ésos no mienten, la enfermedad avanza, imparable, éste es mi caso, ésa es la verdad, para seguir con palabras de guerra: estoy invadida. Pero también es verdad que no todos somos iguales, Gertrud ha sanado. ¿Te acuerdas de Gertrud? Empezó conmigo la radioterapia, y después la quimio. Ha sanado. Estaba tan enferma como yo, y ella ha sanado. Ha tenido más suerte, o más fe en las flores de Bäalt, quién sabe, también a ella se las daba Heiner. Ha sanado. Ya no la veo, no quiero verla. Ha sanado, y yo no. Me llama para darme ánimos, quiere que nos veamos, pero no nos vemos, no quiero verla. Ella ha sanado, y yo no.

Mientras te escribo, Heiner está con sus esquejes. Cuidar de mi jardín se ha convertido en la pasión de su vida, y cuidarme a mí, las plantas le dan mejores resultados que yo. Últimamente me pongo histérica y la pago con él, pero tiene mucha paciencia, espera a que acabe la explosión y después me dice que los medicamentos alteran los biorritmos y que no me preocupe, ya ha pasado, me dice. Doy gracias por tener a mi lado a este tierno grandullón, aunque a veces no le soporte.

He dejado las cuentas de los bancos detalladas y cheques firmados, para que no tengáis problemas. El seguro de vida está en esta misma carpeta. También el testamento.

Me gustaría no dejar de escribir esta carta, porque mientras me lees estoy con vida para ti, pero hay que saber acabar, todo. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo dejar de hablar contigo intentando que no quede ninguna pregunta en el aire, porque no me podrás responder? ¿Cuál será la última palabra que te escriba? Tampoco esta vez te he dejado decir la última palabra, querido primo, como cuando éramos pequeños.

Debo pedirte un último favor: que seas mi cartero otra vez, como cuando te enviaba a entregarle mis notas de amor al vecino de enfrente. He escrito unas cartas para mis hijos, también para Heiner. No sé si a Maren y a Curt es mejor que se las des más adelante, quizá cuando haya pasado un poco de tiempo, no lo sé. También ahora al cartero le toca decidir el momento apropiado para la entrega, yo no lo sé, sólo sé que necesitaba escribirlas, despedirme de ellos.

Te querré hasta el último momento de mi vida, hasta el último momento de la tuya.

Le he pedido a Blanca que cuide de ti, cuida tú de Blanca.

Ulrike

Cuando Peter terminó de traducirle la carta, Blanca no pudo contener la emoción. Blanca, la última palabra que Ulrike escribió a Peter fue Blanca.