- Esta guerra -dijo Agustín- es una mierda.

- Sí que lo es -dijo Pilar-. Si no lo fuera, no estaríamos aquí.

- Sí -dijo Agustín-, estamos nadando en mierda desde hace un año. Pero Pablo es astuto. Pablo es muy astuto.

- ¿Por qué dices eso?

- Lo digo porque lo sé.

- Pero tienes que comprender -explicó Pilar- que es demasiado tarde para salvarnos sólo con eso, y él ha perdido todo lo demás.

- Lo sé -dijo Agustín-, y sé que tendremos que irnos. Tenemos que ganar para sobrevivir y es necesario volar el puente. Pero Pablo, para ser lo cobarde que se ha vuelto ahora, sigue siendo muy listo.

- Yo también lo soy.

- No, Pilar -dijo Agustín-; tú no eres lista; tú eres valiente, tú eres muy leal. Tú tienes resolución. Tú adivinas las cosas. Tienes mucha resolución y mucho coraje. Pero no eres lista.

- ¿Lo crees así? -preguntó la mujer, pensativa.

- Sí, Pilar.

- El muchacho es listo -dijo la mujer-. Listo y frío. Muy frío de la cabeza.

- Sí -dijo Agustín-; tiene que conocer su trabajo; si no, no se lo hubieran encargado. Pero no sé si es listo. Pablo sí que sé que es listo.

- Pero no vale para nada por culpa de su cobardía y de su falta de voluntad para la acción.

- Sin embargo, a pesar de todo, sigue siendo listo.

- ¿Y tú qué dices de todo esto?

- Nada. Trato de ver las cosas como puedo. En este momento hay que obrar con mucha inteligencia. Después de lo del puente tendremos que irnos de aquí en seguida. Todo tiene que estar preparado y tendremos que saber hacia dónde tenemos que encaminarnos y de qué manera.

- Naturalmente.

- Para eso no hay nadie como Pablo. Hay que ser muy listo.

- No tengo confianza en Pablo.

- Para eso, sí.

- No. Tú no sabes hasta qué punto está acabado.

- Pero es muy vivo. Es muy listo. Y si no somos listos en este asunto, estamos aviados.

- Tengo que pensar en todo eso -dijo Pilar-; tengo todo el día para pensar en todo eso.

- Para los puentes, el mozo -dijo Agustín-; tiene que saber cómo se hace. Fíjate lo bien que organizó el otro lo del tren.

- Sí -dijo Pilar-; fue él quien realmente lo decidió todo.

- Tú, para la energía y la resolución -dijo Agustín-; pero Pablo para la retirada. Oblígale a estudiar eso.

- Eres muy listo tú.

- Sí -dijo Agustín-; pero sin picardía. Pablo es quien la tiene.

- Con su miedo y todo.

- ¿Y qué piensas de eso de los puentes?

- Es necesario. Ya lo sé. Hay dos cosas que tenemos que hacer: salir de aquí y ganar la guerra. Los puentes son necesarios si queremos ganarla.

- Si Pablo es tan listo, ¿por qué no ve las cosas claras?

- Porque quiere que las cosas sigan como están, por flojera. Le gusta quedarse en la m… de su flojera; pero el río viene crecido. Cuando se vea obligado, se las compondrá para salir del paso. Porque es muy listo. Es muy vivo.

- Ha sido una suerte que el muchacho no le matara.

- ¡Qué va! El gitano quería que yo le matara anoche. El gitano es un animal.

- Tú eres también un animal -dijo ella-; pero muy listo.

- Nosotros somos muy listos los dos -dijo Agustín-; pero el verdadero talento es Pablo.

- Pero es difícil de aguantar. No sabes cómo está de acabado.

- Sí, pero tiene talento… Mira, Pilar, para hacer la guerra todo lo que hace falta es inteligencia; pero para ganarla hace falta talento y material.

- Voy a pensar en eso cualquier rato -dijo ella-; pero ahora tenemos que marcharnos. Es tarde. -Luego, elevando la voz:- Inglés -gritó-. Inglés. Vamos. Andando.

Capítulo diez

- Descansemos -dijo Pilar a Robert Jordan-. Siéntate, ¡María, que vamos a descansar.

- No, tenemos que seguir -dijo Jordan-; descansaremos cuando lleguemos arriba. Tengo que ver a ese hombre.

- Ya le verás -dijo la mujer de Pablo-. No hay prisa. Siéntate, María.

- Vamos -dijo Jordan-. Arriba descansaremos.

- Yo voy a descansar ahora mismo -replicó la mujer de Pablo. Y se sentó al borde del arroyo. La muchacha se sentó a su lado, junto a unas matas; el sol hacía brillar sus cabellos. Sólo Robert Jordan se quedó de pie, contemplando la alta pradera, atravesada por el torrente. Había abundancia de matas por aquella parte. Más abajo, inmensos peñascos surgían entre heléchos amarillentos, y más abajo todavía, al borde de la pradera, había una línea oscura de pinos.

- ¿Falta mucho desde aquí hasta donde está el Sordo? -preguntó Jordan.

- No falta mucho -contestó la mujer de Pablo-. Está a la otra parte de estas tierras; hay que atravesar el valle y subir luego hasta el bosque, de donde sale el torrente. Siéntate y olvida tus penas, hombre.

- Quiero ver al Sordo y acabar con esto.

- Yo quiero darme un baño de pies -dijo la mujer de Pablo. Se desató las alpargatas, se quitó la gruesa media de lana que llevaba y metió un pie dentro del agua-. ¡Dios, qué fría está!

- Debiéramos haber traído los caballos -dijo Robert Jordan.

- Pero me hace bien -dijo la mujer-; me estaba haciendo falta. ¿Y a ti qué es lo que te pasa?

- Nada, sólo que tengo poco tiempo.

- Cálmate, hombre; tenemos tiempo de sobra. Vaya un día; y qué contenta me siento de no estar entre pinos. No puedes figurarte cómo se harta una de los pinos. ¿Tú no estás harta de los pinos, guapa?

- A mí me gustan los pinos -dijo la muchacha.

- ¿Qué es lo que te gusta de los pinos?

- Me gusta el olor y me gusta sentir las agujas debajo de mis pies. Me gusta oír el viento entre las copas y el ruido que hacen las ramas cuando se dan unas contra otras.

- A ti te gusta todo -dijo Pilar-; serías una alhaja para cualquier hombre si fueses mejor cocinera. Pues a mí los pinos son algo que me harta. ¿No has visto nunca un bosque de hayas, de castaños, de nogales? Esos son bosques. En esos bosques todos los árboles son distintos, lo que les da fuerza y hermosura. Un bosque de pinos es un aburrimiento. ¿Qué dices tú a eso, inglés?