- Pero dices que las otras estallan siempre.

- Yo no he dicho eso -contestó Pilar-. Se lo has preguntado a otro. Yo no he visto nunca un siempre en estos artefactos.

- Explotaron todas -afirmó Eladio-. Di la verdad, mujer.

- ¿Cómo sabes tú que explotaron todas? Era Pablo el que las arrojaba. Tú no mataste a nadie cuando lo de Otero.

- Ese hijo de la gran puta -reiteró Agustín.

- Calla la boca -dijo Pilar, irritada. Luego continuó-: Todas valen, inglés; pero las dentadas son más sencillas.

«Valdría más que probase una en cada carga -pensó Robert Jordan-. Pero las dentadas deben de salir con más facilidad y son más seguras.»

- ¿Vas a arrojar bombas, inglés? -preguntó Agustín.

- ¿Cómo no? -fue la respuesta de Jordan.

Pero agachado allí, eligiendo las granadas, pensaba: «Es imposible; no sé cómo he podido engañarme a mí mismo. Hemos estado todos perdidos desde el momento en que atacaron al Sordo, como lo estuvo el Sordo desde que dejó de nevar. Lo que pasa es que no quiero reconocerlo. Hace falta seguir adelante con un plan que es irrealizable. Eres tú quien lo ha concebido y ahora sabes que es malo. Ahora, a la luz del día, sabes que es malo. Puedes perfectamente tomar uno de los dos puestos con la gente que tienes. Pero no puedes tomar los dos. No puedes estar seguro de tomarlos, quiero decir. No te engañes. No te engañes ahora a la luz del día. Pretender tomar los dos es imposible. Pablo lo ha sabido siempre. Probablemente tuvo siempre la intención de hacer la faena, pero supo que estábamos fritos cuando el Sordo fue atacado. No puede montarse una operación contando con milagros. Vas a hacer que los maten a todos y tu puesto no va a volar siquiera si no dispones de algo más de lo que tienes ahora. Harás que mueran Pilar, Anselmo, Agustín, Primitivo, ese cobarde de Eladio, ese sinvergüenza de gitano y ese bueno de Fernando, y tu puente no volará. ¿Te imaginas que se obrará un milagro y que Golz recibirá el mensaje que le lleva Andrés y que lo detendrá todo? Si no se obra un milagro, vas a hacer que mueran todos por orden tuya. María también. Vas a matarla a ella también con tus órdenes. ¿No podrías sacarla de aquí, por lo menos a ella? Maldito sea Pablo.

»No, no te enfades. Enfadarse es tan malo como tener miédo. Pero en lugar de acostarte con tu amiguita deberías haberte ido a caballo por la noche con la mujer por esas montañas y tratar de reunir toda la gente que hubieses encontrado. Sí, y si me hubiese ocurrido algo, no estaría ahora aquí para volar el puente. Sí, eso es. Esa es la razón de que tú no hayas ido. Y no podías enviar a nadie, porque no podías correr el riesgo de perderle y tener uno de menos. Tenías que conservar lo que tenías e imaginar un nuevo plan. Pero tu plan apesta. Apesta, insisto. Era un plan bueno para la noche y ahora es de día. Los planes hechos de noche no valen a la mañana siguiente. Lo que se piensa durante la noche no vale para el día. De manera que ahora sabes que todo eso no vale nada.

»¿Y qué pasa si John Mosby era capaz de salir adelante de peripecias que parecían tan difíciles como ésta? Naturalmente que sí. Incluso más difíciles. Y además, no desestimes el elemento de la sorpresa. Piensa en ello. Piensa que si la cosa tiene éxito no será un mal trabajo. Pero no es así como hay que trabajar. No basta con que sea posible; es menester que sea seguro. Naturalmente, tienes razón; pero mira lo que ha ocurrido. Todo esto anduvo mal desde el comienzo y estas cosas agrandan el desastre, al igual que va agrandándose una bola de nieve que rueda cuesta abajo sobre la nieve húmeda.»

Desde el suelo, en donde estaba agachado cerca de la mesa, levantó sus ojos hacia María, que le sonrió. El le devolvió la sonrisa de dientes para fuera y escogió cuatro granadas más, que se metió en los bolsillos. «Podría destornillar los detonadores y valerme de ellos por separado -pensó-. No creo que la dispersión de los fragmentos pueda ser un obstáculo. Se producirá inmediatamente, al mismo tiempo que la explosión de la carga, y no la dispersaré. Al menos yo creo que será así. No, estoy seguro de que será así. Un poco de confianza -se dijo-. ¡Y tú que pensabas anoche lo maravillosos que erais tú y tu abuelo y que tu padre era un cobarde! Ten ahora un poco de confianza en ti, hombre.»

Sonrió de nuevo a María, aunque la sonrisa no iba más lejos de la superficie de su piel, que sentía tensa en las mejillas y en la boca.

«Ella te encuentra maravilloso. Yo me encuentro detestable. ¿Y la gloria y todas esas tonterías que se te habían ocurrido? Se te ocurren ideas estupendas, ¿eh? Tenías el mundo perfectamente estudiado y clasificado. Al diablo con todo ello. Cálmate; no te enfades. Aunque eso es también una salida. Siempre quedan salidas para todo. Pero lo que ahora tienes que hacer es tragar mecha. Es inútil renegar de todo lo que ha sucedido sencillamente porque ha llegado el momento en que vas a salir perdiendo. No hagas como esa serpiente que cuando le rompen el espinazo se muerde la cola. Y no tienes el espinazo roto todavía, cerdo. Espera que te despellejen antes de echarte a llorar. Aguarda que comience la batalia para montar en cólera. Hay muchas ocasiones para ello en una batalla. En una batalla, hasta puede serte de provecho.»

Pilar se acercó a él con la mochila.

- Aquí está. Ha quedado muy segura -dijo-. Estas granadas son muy buenas, inglés. Puedes tener confianza en ellas.

- ¿Cómo te encuentras, Pilar?

Ella le miró y movió la cabeza, sonriendo. Jordan se preguntó hasta qué profundidad de su rostro alcanzaba su sonrisa. Le pareció que hasta una hondura considerable.

- Bien -dijo ella-. Dentro de la gravedad.

Luego dijo, agachándose junto a él:

- ¿Qué piensas, ahora que la cosa comienza de veras?

- Que somos muy pocos -respondió en seguida Robert Jordan.

- Yo pienso lo mismo -dijo ella-; muy pocos.

Luego añadió, siempre en voz baja:

- La María puede guardar los caballos. No hace falta que me quede yo para eso. Les pondremos trabas. Son caballos de batalla y el tiroteo no los asustará. Yo iré al puesto de abajo y haré todo lo que debería haber hecho Pablo. De ese modo seremos uno más. o…

- Bueno -dijo él- suponía que tú lo harías así.

- Vamos, inglés -le dijo Pilar, mirándole a los ojos-, no te preocupes; todo irá bien. Recuerda que no esperan un golpe semejante.

- Sí -contestó Robert Jordan.

- Otra cosa, inglés -siguió Pilar, todo lo quedito que le permitía su vozarrón-. Eso de la mano…

- ¿Qué es eso de la mano? -preguntó él, molesto.

- No te enfades, oye. No te enfades, muchacho. A propósito de eso de la mano… Todo eso no son más que trucos de gitana, para darme importancia. Eso no es verdad.

- Déjalo ya -dijo él fríamente.