Rubín no podía soportar oír a otros durante largo rato. En cada, conversación era él quien impartía los tesoros de inspiración que llevaba dentro. Iba a interrumpir, pero Nerzhin lo tomó con sus cinco dedos de su over-ally lo sacudió para impedirle hablar.

—En nuestros pobres cueros y de nuestros miserables camaradas, aprendemos la naturaleza de la saciedad. La saciedad no depende para nada de cuántocomemos, pero de cómocomemos. Lo mismo sucede con, la felicidad, exactamente lo mismo. Levushka, la felicidad no depende de cuantas bendiciones externas le hemos arrancado a la vida. Depende solamente de nuestra actitud hacia ellas. Hay un dicho sobre esto en la ética taoista: —Aquel que sea capaz de contentarse, siempre será satisfecho.

Rubín hizo una mueca irónica —Eres un ecléctico. Arrancas plumas brillantes de todos lados y las entremezclas en tu cola.

Nerzhin sacudió la cabeza. El pelo le cubrió la frente. El tema le interesaba y en ese momento parecía de 18 años.

—No trates de mezclar las cosas, Levka. Esa no es la forma de hacerlo. No saco mis conclusiones de la filosofía que he leído, pero sí, de los cuentos que he oído de gente de carne y hueso, en la prisión. Y después, cuando tengo que formular mis propias conclusiones, ¿por qué tengo que descubrir América por segunda vez? En el planeta de la filosofía, todos los países han sido descubiertos hace tiempo. Hojeando los filósofos de la antigüedad, encuentro allí mis más nuevos descubrimientos —¡No interrumpas!— Iba a darte un ejemplo. Si en un campo de concentración —más aun en una sharashka— se produjera un milagro; como un domingo no laborable o franco, ese día el alma se deshelaría. Y aunque nada en mi situación externa hubiese mejorado, sin embargo, el yugo de la prisión se me habría alivianado un poco; y si tuviese una verdadera conversación y leyese una página sincera; estaría en la cúspide de la ola. No habré llevado una vida "verdadera", pero lo habría olvidado. Estaría liviano, suspendido, tirado allí en mi cucheta alta, mirando al cielorraso. Muy cercano tal vez, liso, el yeso de mala calidad. Y temblando con el gozo total de la existencia me dormiría en perfecta beatitud. Ningún presidente, ningún primer ministro podría dormir tan satisfecho con su domingo.

Rubín sonrió benignamente. Esta sonrisa trasuntaba asentimiento y un matiz de condescendencia hacia su alucinado amigo.

—¿Y qué dicen los grandes libros de los Vedas de eso? — preguntó sacando los labios como una trompa. Lo que dicen los libros Vedas no lo sé —contestó firmemente Nerzhin—, pero los libros de Sankhya dicen “Para aquellos que comprenden, la felicidad humana es el sufrimiento”. — Indudablemente tienes todo preparado —musitó en su barba Rubín —¿Lo sacaste de Mitiay?

—Tal vez. ¿Idealismo? ¿Metafísica? ¿sí? Sigue y pega etiquetas, ¡barba hirsuta! ¡Oye! La felicidad de la victoria incesante, la felicidad del éxito y de la saciedad total, esoes sufrimiento! Eso es la muerte espiritual, una clase de interminable dolor moral. No son los filósofos del Vedanta o del Sankhya, pero soy yo personalmente, Gleb Nerzhin, un prisionero con arneses en su quinto año, el que se ha elevado al estado de crecimiento donde lo malo empieza a aparecer como bueno. Yo personalmente sostengo la teoría, que la gente no sabe por qué está luchando. Se desgasta en esfuerzos sin sentido, por un puñado de bien y muere sin haberse dado cuenta de sus riquezas espirituales. Cuando Lev Tolstoy soñaba con ser encarcelado razonaba como un hombre clarividente, con una vida espiritual sana.

Rubín río. Reía a menudo cuando categóricamente rechazaba en una discusión, los puntos de vista de su contrincante.

—¡Toma nota, muchacho! Hablas con la inmadurez de una mente joven. Prefieres tu experiencia personal a la experiencia colectiva de la humanidad. Te ha envenenado el olor a letrina de la charla de los prisioneros, y quieres ver el mundo a través de esa niebla. Si nuestras vidas se han ido al tacho porque nuestros destinos no han resultado, ¿por qué los hombres tienen que cambiar sus convicciones?

—Y tú, ¿estás orgulloso de mantener tus convicciones?

—¡Sí! Hier stebe ich! Ich kann nicht anders.

—¡Cabeza dura! Esa es la metafísica, en vez de aprender aquí, en la prisión, en lugar de absorber la vida real.

—¿Qué vida? ¿El amargo veneno del fracaso?

—Te has puesto una venda en los ojos a propósito, taponándote los oídos, asumiendo una postura y ¿llamas a eso inteligencia? Según tu criterio, la inteligencia es negar el crecimiento.

—La inteligencia es objetividad.

—¿Tú, objetivo?

—Absolutamente —declaró Rubin con dignidad.

—En mi vida he conocido una persona con tan poca objetividad como tú.

—Saca la cabeza fuera de la avena, mira las cosas en su perspectiva histórica. No debería citarme, lo sé, pero:

La vida de una mariposa dura sólo un momento.

Un roble florece durante cien años.

La ley natural —¿entiendes el significado de ese término? Inevitable, condicionado; la ley natural—. Todo sigue su inevitable curso y es inútil indagar cualquier clase de escepticismo podrido.

—No creas Levka que me resulta fácil. Mi escepticismo es tal vez, un tinglado al borde del camino donde me puedo sentar hasta que pasa el mal tiempo. Pero el escepticismo es una forma de liberar la mente dogmática; allí está su valor.

—¿Dogmática? ¡Eres estúpido!

—¿Cómo voy a ser dogmático? — los grandes ojos cálidos de Rubin lo miraban con reproche— soy la misma clase de prisionero que tú. De la clase 1945. Y cuatro años en el frente, una esquirla de granada en mi costado y cinco años de prisión hace que vea las cosas como tú. Lo que debe ser, debe ser. El estado no puede existir sin un sistema penal bien organizado.

—No quiero oír eso, no lo acepto.

—Desde luego. Ahí va el escepticismo ¡Sonido de pífano y de tambor! ¡Qué clase de Sextus Empiricus tenemos aquí! ¿Por qué estás tan afectado? ¿Es esa la manera de ser un escéptico de verdad? Se supone que un escéptico se abstiene de juzgar; se supone que es imperturbable.

—Sí, tienes razón —dijo Gleb desalentado agarrándose la cabeza—. Sueño con refrenarme. Solamente trato de tener... pensamientos elevados. Pero las circunstancias me sobrepasan y me mareo y peleo contra ellas, ultrajado.

—¡Pensamientos elevados! Y me atacas porque en Dzherzkazgan no hay agua suficiente para beber.

—Te deberían mandar allí, degenerado. Eres el único entre nosotros que cree que el Pajan tiene razón, que su método es normal y necesario. Si te destinaran a Dzherzkazgan, muy pronto cantarías otra cantilena.

—¡Oye, oye! — ahora era Rubin el que tomaba a Nezhin por su overall.