—La hora de la cena ya pasada —dijo Pippin—; sin embargo, creo que podría traerte algo, si me lo permiten.

—Te lo permitirán, sin duda —dijo Gandalf—. Y cualquier otra cosa que este Jinete de Rohan pueda desear, si se la encuentra en Minas Tirith, donde su nombre es altamente honrado.

—¡Bravo! —dijo Merry—. Entonces, ante todo quisiera cenar, y luego fumarme una pipa. —Y al decir esto una nube le ensombreció la cara—. No, no quiero ninguna pipa. No creo que vuelva a fumar nunca más.

—¿Por qué no? —preguntó Pippin.

—Bueno —dijo lentamente Merry—. Él está muerto. Y al pensar en fumarme una pipa, todo me ha vuelto a la memoria. Me dijo que ya nunca más podría cumplir su promesa de aprender de mí los secretos de la hierba. Fueron casi sus últimas palabras. Nunca más podré volver a fumar sin pensar en él, y en ese día, Pippin, cuando cabalgábamos rumbo a Isengard, y se mostró tan cortés.

—¡Fuma entonces, y piensa en él! —dijo Aragorn—. Porque tenía un corazón bondadoso y era un gran rey, leal a todas sus promesas; y se levantó desde las sombras a una última y hermosa mañana. Aunque le serviste poco tiempo, es un recuerdo que guardarás con felicidad y orgullo hasta el fin de tus días.

Merry sonrió. —En ese caso, está bien, y si Trancos me da de todo lo necesario, fumaré y pensaré. Traía en mi equipaje un poco del mejor tabaco de Saruman, pero qué habrá sido de él en la batalla, no lo sé, por cierto.

—Maese Meriadoc —dijo Aragorn—, si supones que he cabalgado a través de las montañas y del reino de Gondor a sangre y a fuego para venir a traerle hierba a un soldado distraído que pierde sus avíos, estás muy equivocado. Si nadie ha hallado tu paquete, tendrás que mandar en busca del herborista de esta Casa. Y él te dirá que ignoraba que la hierba que deseas tuviera virtud alguna, pero que el vulgo la conoce como tabaco occidental, y que los nobles la llaman galenas, y tiene otros nombres en lenguas más cultas; y luego de recitarte unos versos casi olvidados que ni él mismo entiende, lamentará decirte que no la hay en la casa, y te dejará cavilando sobre la historia de las lenguas. Que es lo que ahora haré yo. Porque no he dormido en una cama como ésta desde que partí de El Sagrario, ni he probado bocado desde la oscuridad que precedió al alba.

Merry tomó la mano de Aragorn y la besó.

—¡No te imaginas cuánto lo lamento! —dijo—. ¡Ve ahora mismo! Desde aquella noche en Bree, no hemos sido para ti nada más que un estorbo. Pero en semejantes circunstancias es natural que nosotros los hobbits hablemos a la ligera, y digamos menos de lo que pensamos. Tememos decir demasiado, y no encontramos las palabras justas cuando todas las bromas están fuera de lugar.

—Lo sé, de lo contrario no te respondería en el mismo tono —dijo Aragorn— ¡Que la Comarca viva siempre y no se marchite! —Y luego de besar a Merry abandonó la estancia seguido por Gandalf.

Pippin se quedó a solas con su amigo.

—¿Hubo alguna vez otro como él? —dijo—. Descontando a Gandalf, desde luego. Sospecho que han de estar emparentados. Mi querido asno, tu paquete lo tienes al lado de la cama, y lo llevabas a la espalda cuando te encontré. Y él lo estuvo viendo todo el tiempo, como es natural. De todos modos, aquí tengo un poco de la mía. ¡Mano a la obra! Es Hoja del Valle Largo. Llena la pipa mientras yo voy en busca de algo para comer. Y luego a tomar la vida con calma por un rato. ¡Qué le vamos a hacer! Nosotros, los Tuk y los Brandigamo no podemos vivir mucho tiempo en las alturas.

—Es cierto —dijo Merry—. Yo no lo consigo. No por el momento, en todo caso. Pero al menos, Pippin, ahora podemos verlas, y honrarlas. Lo mejor es amar ante todo aquello que nos corresponde amar, supongo; hay que empezar por algo, y echar raíces, y el suelo de la Comarca es profundo. Sin embargo, hay cosas más profundas y más altas. Y si no fuera por ellas, y aunque no las conozca, ningún compadre podría cultivar la huerta en lo que él llama paz. A mí me alegra saber de estas cosas, un poco. Pero no se por qué estoy hablando así. ¿Dónde tienes esa hoja? Y saca la pipa de mi paquete, si no está rota.

Aragorn y Gandalf fueron a ver al Mayoral de las Casas de Curación, y le explicaron que Faramir y Éowyn necesitaban permanecer allí y ser atendidos con cuidado aún durante muchos días.

—La Dama Éowyn —dijo Aragorn—. Pronto querrá levantarse y partir; es menester impedirlo y tratar de retenerla aquí hasta que hayan pasado por lo menos diez días.

—En cuanto a Faramir —dijo Gandalf—, pronto tendrá que enterarse de que su padre ha muerto. Pero no habrá que contarle la historia de la locura de Denethor hasta que haya curado del todo, y tenga tareas que cumplir. ¡Cuida que Beregond y el perianque presenciaron la muerte no le hablen todavía de estas cosas!

—Y el otro perian, Meriadoc, que tengo a mi cuidado ¿qué hago con él? —preguntó el Mayoral.

—Es probable que mañana esté en condiciones de levantarse un rato —dijo Aragorn—. Permíteselo, si lo desea. Podrá hacer un breve paseo, en compañía de sus amigos.

—Qué raza tan extraordinaria —dijo el Mayoral, meneando la cabeza—. De fibra dura, diría yo.

Un gran gentío esperaba a Aragorn junto a las puertas de las Casas de Curación; y lo siguieron; y cuando hubo cenado, fueron y le suplicaron que curase a sus parientes o amigos cuyas vidas corrían peligro a causa de heridas o lesiones, o que yacían bajo la Sombra Negra. Y Aragorn se levantó y salió, y mandó llamar a los hijos de Elrond; y juntos trabajaron afanosamente hasta altas horas de la noche. Y la voz corrió por toda la Ciudad: —En verdad, el rey ha retornado. —Y lo llamaban Piedra de Elfo, a causa de la piedra verde que él llevaba, y así el nombre que el día de su nacimiento le fuera predestinado, lo eligió entonces para él su propio pueblo.

Y cuando por fin el cansancio lo venció, se envolvió en la capa y se deslizó fuera de la Ciudad, y llegó a la tienda justo antes del alba, a tiempo apenas para dormir un poco. Y por la mañana el estandarte de Dol Amroth, un navío blanco como un cisne sobre aguas azules, flameó en la torre, y los hombres alzaron la mirada y se preguntaron si la llegada del Rey no habría sido un sueño.

9

LA ÚLTIMA DELIBERACIÓN

Amaneció el día siguiente a la batalla, una mañana clara, de nubes ligeras y un viento que viraba hacia el oeste. Legolas y Gimli, que estaban en pie desde temprano, pidieron permiso para subir a la ciudad, pues querían ver en seguida a Merry y a Pippin.

—Es bueno saber que están vivos —dijo Gimli—; porque durante nuestra marcha a través de Rohan nos costaron no pocas penurias, y no me gustaría que todo ese esfuerzo hubiera sido en vano.