El Príncipe Imrahil y Éomer de Rohan se separaron entonces de Aragorn, y atravesando la Ciudad y el tumulto de las gentes, subieron a la Ciudadela y entraron en la Sala de la Torre, en busca del Senescal. Y encontraron el sitial vacío, y delante del estrado yacía Théoden Rey de la Marca, en un lecho de ceremonia: y doce antorchas rodeaban el lecho, y doce guardias, todos caballeros de Rohan y de Gondor. Y las colgaduras eran verdes y blancas, pero el gran manto de oro le cubría el cuerpo hasta la altura del pecho, y allí encima tenía la espada, y a los pies el escudo. La luz de las antorchas centelleaba en los cabellos blancos como el sol en la espuma de una fuente, y el rostro del monarca era joven y hermoso, pero había en él una paz que la juventud no da; y parecía dormir.

Imrahil permaneció un momento en silencio junto al lecho del rey; luego preguntó: —¿Dónde puedo encontrar al Senescal? ¿Y dónde está Mithrandir?

Y uno de los guardias le respondió: —El Senescal de Gondor está en las Casas de Curación.

Y dijo Éomer: —¿Dónde está la Dama Éowyn, mi hermana? Tendría que yacer junto al rey, y con idénticos honores. ¿Dónde la habéis dejado?

E Imrahil respondió: —La Dama Éowyn vivía aún cuando la trajeron aquí. ¿No lo sabías?

Entonces una esperanza ya perdida renació tan repentinamente en el corazón de Éomer, y con ella la mordedura de una inquietud y un temor renovados, que no dijo más, y dando media vuelta abandonó la estancia; y el Príncipe salió tras él. Y cuando llegaron fuera, había caído la noche y el cielo estaba estrellado. Y vieron venir a Gandalf acompañado por un hombre embozado en una capa gris; y se reunieron con ellos delante de las puertas de las Casas de Curación.

Y luego de saludar a Gandalf, dijeron: —Venimos en busca del Senescal, y nos han dicho que se encuentra en esta Casa. ¿Ha sido herido? ¿Y dónde está la dama Éowyn?

Y Gandalf respondió: —Yace en un lecho de esta Casa, y no ha muerto, aunque está cerca de la muerte. Pero un dardo maligno ha herido al Señor Faramir, como sabéis, y él es ahora el Senescal; pues Denethor ha muerto, y la casa se ha derrumbado en cenizas. —Y el relato que hizo Gandalf los llenó de asombro y de aflicción.

Y dijo Imrahil: —Entonces, si en un solo día Gondor y Rohan han sido privados de sus señores, habremos conquistado una victoria amarga, una victoria sin júbilo. Éomer es quien gobierna ahora a los Rohirrim. Más ¿quién regirá entre tanto los destinos de la Ciudad? ¿No habría que llamar al Señor Aragorn?

El hombre de la capa habló entonces y dijo: —Ya ha venido. —Y cuando se adelantó hasta la puerta y a la luz de la linterna, vieron que era Aragorn, y bajo la capa gris de Lórien vestía la cota de malla, y llevaba como único emblema la piedra verde de Galadriel—. Si he venido es porque Gandalf me lo pidió —dijo—. Pero por el momento soy sólo el Capitán de los Dúnedain de Arnor; y hasta que Faramir despierte, será el Señor de Dol Amroth quien gobernará en la Ciudad. Pero es mi consejo que sea Gandalf quien nos gobierne a todos en los próximos días, y en nuestros tratos con el Enemigo. —Y todos estuvieron de acuerdo.

Gandalf dijo entonces: —No nos demoremos junto a la puerta, el tiempo apremia. ¡Entremos ya! Los enfermos que yacen postrados en la Casa no tienen otra esperanza que la venida de Aragorn. Así habló Ioreth, vidente de Gondor: Las manos del rey son manos que curan, y el legítimo rey será así reconocido.

Aragorn fue el primero en entrar, y los otros lo siguieron. Y allí en la puerta había dos guardias que vestían la librea de la Ciudadela: uno era alto, pero el otro tenía apenas la estatura de un niño; y al verlos dio gritos de sorpresa y de alegría.

—¡Trancos! ¡Qué maravilla! Yo adiviné en seguida que tú estabas en los navíos negros ¿sabes? Pero todos gritaban ¡los corsarios!y nadie me escuchaba. ¿Cómo lo hiciste?

Aragorn se echó a reír y estrechó entre las suyas la mano del hobbit.

—¡Un feliz reencuentro, en verdad!—dijo—. Pero no es tiempo aún para historias de viajeros.

Pero Imrahil le dijo a Éomer: —¿Es así como hemos de hablarles a nuestros reyes? ¡Aunque quizás use otro nombre cuando lleve la corona!

Y Aragorn al oírlo se volvió y le dijo: —Es verdad, porque en la lengua noble de antaño yo soy Elessar, Piedra de Elfo, y Envinyatar, el Restaurador. —Levantó la piedra que llevaba en el pecho, y agregó:— Pero Trancos será el nombre de mi casa, si alguna vez se funda: en la alta lengua no sonará tan mal, y yo seré Telcontar, así como todos mis descendientes.

Y con esto entraron en la Casa; y mientras se encaminaban a las habitaciones de los enfermos, Gandalf narró las hazañas de Éowyn y Meriadoc.

—Porque velé junto a ellos muchas horas —dijo—, y al principio hablaban a menudo en sueños antes de hundirse en esa oscuridad mortal. También tengo el don de ver muchas cosas lejanas.

Aragorn visitó en primer lugar a Faramir, luego a la Dama Éowyn, y por último a Merry. Cuando hubo observado los rostros de los enfermos y examinado las heridas, suspiró.

—Tendré que recurrir a todo mi poder y mi habilidad —dijo—. Ojalá estuviese aquí Elrond: es el más anciano de toda nuestra raza, y el de poderes más altos.

Y Éomer, viéndolo fatigado y triste, le dijo: —¿No sería mejor que antes descansaras, que comieras siquiera un bocado?

Pero Aragorn le respondió: —No, porque para estos tres, y más aún para Faramir, el tiempo apremia. Hay que actuar ahora mismo.

Llamó entonces a Ioreth y le dijo:

—¿Tenéis en esta casa reservas de hierbas curativas?

—Sí, señor —respondió la mujer—; aunque no en cantidad suficiente, me temo, para tantos como van a necesitarlas. Pero sé que no podríamos conseguir más; pues todo anda atravesado en estos días terribles, con fuego e incendios, y tan pocos jóvenes para llevar recados, y barricadas en todos los caminos. ¡Si hasta hemos perdido la cuenta de cuándo llegó de Lossarnach la última carga para el mercado! Pero en esta Casa aprovechamos bien lo que tenemos, como sin duda sabe Vuestra Señoría.

—Eso podré juzgarlo cuando lo haya visto —dijo Aragorn—. Hay muchas otras cosas que escasean por aquí: tiempo para charlar. ¿Tenéis athelas?

—Eso no lo sé con certeza, señor —respondió Ioreth—, o al menos no la conozco por ese nombre. Iré a preguntárselo al herborista; él conoce bien todos los nombres antiguos.

—También la llaman hojas de reyes—dijo Aragorn—, y quizá tú la conozcas con ese nombre; así la llaman ahora los campesinos.

—¡Ah, ésa! —dijo Ioreth—. Bueno, si Vuestra Señoría hubiera empezado por ahí, yo le habría respondido. No, no hay, estoy segura. Y nunca supe que tuviera grandes virtudes; cuántas veces les habré dicho a mis hermanas, cuando la encontrábamos en los bosques: «Hojas de reyes», decía, «qué nombre tan extraño, quién sabe por qué la llamarán así; porque si yo fuera rey, tendría en mi jardín plantas más coloridas». Sin embargo, da una fragancia dulce cuando se la machaca, ¿no es verdad? Aunque tal vez dulce no sea la palabra: saludable sería quizá más apropiado.