Habló entonces brevemente de la senda siniestra bajo las montañas, de la tétrica cita en Erech, y de la larga cabalgata, noventa y tres leguas de camino hasta Pelargir en las márgenes del Anduin.

—Cuatro días y cuatro noches cabalgamos desde la Piedra Negra —dijo—, y entrábamos en el quinto día cuando he aquí que de pronto, en las tinieblas de Mordor, renació mi esperanza; porque en aquella oscuridad el Ejército de las Sombras parecía cobrar fuerzas, transformarse en una visión todavía más terrible. Algunos marchaban a caballo, otros a pie, y sin embargo todos avanzaban con la misma prodigiosa rapidez. Iban en silencio, pero un resplandor les iluminaba los ojos. En las altiplanicies de Lamedon se adelantaron a nuestras cabalgaduras, y nos rodearon, y nos habrían dejado atrás si Aragorn no los hubiera retenido.

”A una palabra de él, volvieron a la retaguardia. «Hasta los espectros de los Hombres le obedecen», pensé. «¡Tal vez puedan aún servir a sus propósitos!»

”Cabalgamos durante todo un día de luz, y al día siguiente no amaneció, y continuamos cabalgando, y atravesamos el Ciril y el Ringló; y el tercer día llegamos a Linhir, sobre la desembocadura del Gilrain. Y allí los habitantes del Lamedon se disputaban los vados con las huestes feroces de Umbar y de Harad que habían llegado remontando el río. Pero defensores y enemigos abandonaron la lucha a nuestra llegada, y huyeron gritando que el Rey de los Muertos había venido a atacarlos. El único que conservó el ánimo y nos esperó fue Angbor, Señor de Lamedon, y Aragorn le pidió que reuniese a los hombres y nos siguieran, si se atrevían, una vez que el Ejército de las Sombras hubiese pasado.

”«En Pelargir, el Heredero de Isildur tendrá necesidad de nosotros», dijo.

”Así cruzamos el Gilrain, dispersando a nuestro paso a los fugitivos aliados de Mordor; luego descansamos un rato. Pero pronto Aragorn se levantó, diciendo: «¡Oíd! Minas Tirith ya ha sido invadida. Temo que caiga antes que podamos llegar a socorrerla». Así pues, no había pasado aún la noche cuando ya estábamos otra vez en las sillas, galopando a través de los llanos de Lebennin, esforzando las cabalgaduras.

Legolas se interrumpió un momento, suspiró, y volviendo la mirada al sur cantó dulcemente:

¡De plata fluyen los ríos del Celos al Erui

en los verdes prados de Lebennin!

Alta crece la hierba. El viento del Mar

mece los lirios blancos.

Y las campánulas doradas caen del mallos y el alfirin,

en los verdes prados de Lebennin,

en el viento del Mar.

—Verdes son esos prados en las canciones de mi pueblo; pero entonces estaban oscuros: un piélago gris en la oscuridad que se extendía ante nosotros. Y a través de la vasta pradera, pisoteando a ciegas las hierbas y las flores, perseguimos a nuestros enemigos durante un día y una noche, hasta llegar como amargo final al Río Grande.

”Pensé entonces en mi corazón que nos estábamos acercando al Mar; pues las aguas parecían anchas en la sombra, y en las riberas gritaban muchas aves marinas. ¡Ay de mí! ¡Por qué habré escuchado el lamento de las gaviotas! ¿No me dijo la Dama que tuviera cuidado? Y ahora no las puedo olvidar.

—Yo en cambio no les presté atención —dijo Gimli—; pues en ese mismo momento comenzó por fin la batalla. Allí, en Pelargir se encontraba la flota principal de Umbar, cincuenta navíos de gran envergadura y una infinidad de embarcaciones más pequeñas. Muchos de los que perseguíamos habían llegado a los puertos antes que nosotros, trayendo consigo el miedo; y algunas de las naves habían zarpado, intentando huir Río abajo o ganar la otra orilla; y muchas de las embarcaciones más pequeñas estaban en llamas. Pero los Haradrim, ahora acorralados al borde mismo del agua, se volvieron de golpe, con una ferocidad exacerbada por la desesperación; y se rieron al vernos, porque sus huestes eran todavía numerosas.

”Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tonante: «¡Venid ahora! ¡Os llamo en nombre de la Piedra Negra!» Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que había permanecido en la retaguardia, se precipitó como una marea gris, arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un murmullo como de voces innumerables muy distantes; como si escuchara los ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún, pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía.

”Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a los remos. Y nosotros cabalgábamos implacables entre los enemigos en fuga, arrastrándolos como hojas caídas, hasta que llegamos a la orilla. Entonces, a cada uno de los grandes navíos que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad.

”Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo al sur con la esperanza de regresar a sus tierras. Extraño y prodigioso me parecía que los designios de Mordor hubieran sido desbaratados por aquellos espectros de oscuridad y de miedo. ¡Derrotado con sus propias armas!

—Extraño en verdad —dijo Legolas—. En aquella hora yo observaba a Aragorn y me imaginaba en qué Señor poderoso y terrible se habría podido convertir si se hubiese apropiado del Anillo. No por nada le teme Mordor. Pero es más grande de espíritu que Sauron de entendimiento. ¿No lleva por ventura la sangre de los hijos de Lúthien? Es de una estirpe que jamás habrá de corromperse, así perdure en años innumerables.

—Tales predicciones escapan a la visión de los Enanos —dijo Gimli—. Pero en verdad poderoso fue Aragorn aquel día. Sí, toda la flota negra se encontraba en sus manos; y eligió para él la mayor de las naves, y subió a bordo. Entonces hizo sonar un gran coro de trompetas tomadas al enemigo; y el Ejército de las Sombras se replegó hasta la orilla. Y allí permanecieron, inmóviles y silenciosos, casi invisibles excepto un fulgor rojo en las pupilas, que reflejaban los incendios de las naves. Y Aragorn habló entonces a los Hombres Muertos, gritando con voz fuerte:

”«¡Escuchad ahora las palabras del Heredero de Isildur! Habéis cumplido vuestro juramento. ¡Retornad, y no volváis a perturbar el reposo de los valles! ¡Partid, y descansad!»

”Y entonces, el Rey de los Muertos se adelantó, y rompió la lanza en dos y arrojó al suelo los pedazos. Luego se inclinó en una reverencia, y dando media vuelta se alejó; y todo el ejército siguió detrás de él, y se desvaneció como una niebla arrastrada por un viento súbito; y yo me sentí como si despertara de un sueño.