Debiera creerse que se trataba una teoría científica que nada de común tenía con los instintos de la multitud; pero sólo puede juzgarlo así quien se imagine que dicha ciencia tiene algo de independiente y de infalible como la Iglesia, y no quiera ver que no es otra cosa, en realidad, que una invención de gentes superficiales y descarriadas que no conceden importancia al fondo de las ideas, sino a la etiqueta de la ciencia.
Basta deducir las consecuencias prácticas de la teoría de Malthus, para ver que dicha teoría era la más aplicable al hombre con fines determinados.
Las consecuencias que de ella se derivan directamente, son éstas: La situación desgraciada de los obreros lo es en virtud de una ley inmutable, independiente de los hombres, y si hay algún culpable de ello, son los mismos obreros hambrientos. ¿Por qué los tontos vienen al mundo sabiendo que no tendrán que comer en él?
En favor de tan precioso resultado para la gente ociosa, todos los sabios cerrarán los ojos en lo que concierne a la irregularidad y a la arbitrariedad absolutas de semejantes conclusiones desprovistas de pruebas, en tanto que la multitud de las gentes de letras, es decir, de los ociosos, comprendiendo por instinto a donde conducen aquellas conclusiones, 98
adopta la teoría con entusiasmo, le imprime el sello de la verdad, o lo que es lo mismo, el de la ciencia, y la sigue durante medio siglo.
¿No es ésta la causa que explica la seguridad de los heraldos del positivismo y la humilde sumisión de la multitud a lo que ellos predican?
Parece extraño, a primera vista, que la teoría científica de la evolución pueda justificar a las gentes de su falsedad, y natural parece que no se ocupara sino en observar los fenómenos; pero todo eso no es más que pura apariencia.
Lo mismo acontecía con la doctrina de Hégel en proporciones más vastas que en particular con la doctrina de Malthus. El hegelianismo parecía no ocuparse más que en las construcciones lógicas sin relación alguna con la vida de los hombres, de igual modo que la teoría de Malthus parecía no tener otro objeto que los hechos estadísticos; pero repito que todo eso no era más que pura apariencia.
La ciencia contemporánea trata también de hechos únicamente, y los observa; pero ¿de qué hechos? ¿Por qué se ocupa en unos y no en otros?
Los secuaces de la ciencia contemporánea repiten a cada paso, solemnemente y con seguridad de expresión: «No estudiamos más que los hechos», y se imaginan que sus palabras tienen algún sentido. Estudiar únicamente los hechos resulta imposible, porque son innumerables, en el sentido propio de la palabra, los hechos dignos de estudio. Antes de estudiar los hechos, es preciso establecer una teoría según la cual se les estudie, es decir, que se eligen entre la masa innumerable de hechos, estos o aquellos. Y tal teoría existe y está clara y explícitamente formulada, siquiera los secuaces de la ciencia contemporánea a veces lo ignoren, o a veces finjan ignorarlo. Siempre sucedió lo mismo con todas las doctrinas reinantes y directoras. La teoría suministra siempre los elementos constitutivos de cada doctrina, y los llamados sabios no hacen más que descubrir las consecuencias ulteriores de aquellos elementos, una vez suministrados. De igual modo, la ciencia contemporánea eligió los hechos en conformidad con los elementos de una teoría que conocía a veces, que a veces no quiere conocer y que en ocasiones desconoce en absoluto. Y sin embargo, esa teoría existe.
III
Vedla aquí: El género humano en su totalidad constituye un organismo vivo: los hombres son las diferentes partículas de órganos, cada uno de los cuales tiene su misión especial que sirve al organismo entero. Del mismo modo que las células, constituidas en organismo, se distribuyen el trabajo en la lucha por la existencia, desarrollando tal facultad, restringiendo tal otra y 99
formando órganos especiales para satisfacer mejor las necesidades de todo el organismo, y de igual manera que los animales sociables, como las hormigas y las abejas, dividen el trabajo, dedicándose la hembra a poner los huevos, los zánganos a fecundarlos y las abejas jóvenes a trabajar por la vida del enjambre, así también sucede con el género humano y con las sociedades humanas.
Para hallar la ley de la vida del hombre, es preciso estudiar las leyes de la vida y de la evolución de los organismos, y en esa vida y en esa evolución de los organismos, tropezamos con la ley de diferenciación y de integración; con la ley que determina que todo fenómeno soporte otras consecuencias además de la consecuencia inmediata; con la ley de la instabilidad, con la de la homogeneidad, etc., etc. Todo eso parece muy pueril; pero basta con deducir las consecuencias de todas esas leyes para comprender en seguida que esas leyes tienden al mismo fin que tendían las de Malthus.
Todas ellas tienen por objeto único hacer ver esa distribución de la actividad que existe en las sociedades humanas como organismo, es decir, con carácter necesario, y por consecuencia, para considerar la falsa situación en que nos encontramos los que nos hemos emancipado del trabajo, no a la luz de la razón y de la justicia, sino como un hecho inevitable que confirma la ley general.
La filosofía del espíritu justificaba la crueldad y la abominación; pero sólo de una manera filosófica y, por lo tanto, falsa, mientras que la ciencia demuestra todo eso de una manera científica, é indubitable por consiguiente.
¿Y cómo no acoger tan bella teoría? Basta considerar la sociedad humana como un campo de observación, para que yo pueda estar convencido de que mi actividad, cualquiera que sea la forma que adopte, es una actividad funcional del organismo del género humano, sin que necesite preocuparme de si es o no justo que, al aprovecharme del trabajo de otro, haga yo únicamente lo que me plazca, ni si la división del trabajo entre la célula del cerebro y la de los músculos, es o no equitativa. ¿Cómo no admitir, pues, una teoría tan seductora que permite guardarnos la conciencia en el bolsillo de una vez para siempre, y vivir una vida animal sin freno alguno, al amparo de un apoyo científico firmísimo, según nuestro tiempo?
Y ved de qué modo se fundamenta hoy, en esa doctrina nueva, la justificación de la ociosidad y de la crueldad de los hombres.
IV
Esta doctrina se abrió paso no hace aún mucho tiempo; hará unos cincuenta años, y fue su principal fundador el sabio francés Augusto Comte.
Augusto Comte, hombre a la vez sistemático y religioso, se apoderó, bajo la influencia de los descubrimientos fisiológicos de Bichat, completamente nuevos entonces, de la antigua idea, emitida ya por Menenio Agrippa, de que las sociedades humanas, y hasta la humanidad entera, pueden ser consideradas como un todo orgánico, y los hombres como partículas de órganos diferentes, cada uno de los cuales órganos tiene funciones determinadas y especiales cooperativas del organismo entero.