Pero mi manera de vivir es, en el fondo, el juego de la lotería o el de la ruleta: no veo al que se mata después de haber perdido, y que me procura esos pequeños cupones que corto con tanto cuidado.

No he hecho, no hago, ni haré nada más que cortar mis títulos de renta, y tengo la convicción de que el dinero representa el trabajo.

¡Es para admirarse! ¡Y aún hay quien hable de locos!

¿Existe una idea fija más terrible que ésta?

Un hombre inteligente, sabio si se quiere, y razonable en todo lo demás, vive como un insensato y se tranquiliza porque no acaba de pronunciar una palabra que es sin embargo necesaria, si quiere que su razonamiento tenga sentido; ¡y él cree tener razón!

¡Cupones representando un trabajo!

Pero ¿qué trabajo? Evidentemente no es el del que corta los cupones, sino el del trabajador.

La esclavitud fue abolida desde hace mucho tiempo en Roma, en América y entre nosotros; pero lo que fue suprimido fueron las leyes y las palabras, no los actos.

La esclavitud es la emancipación de los unos al descargarse del trabajo necesario a la satisfacción de sus necesidades y cargarlo sobre otros.

He aquí un hombre que no trabaja y para quien los demás gastan su actividad, no por afecto, sino porque posee el mediode hacerles trabajar: esa es la esclavitud. Existe en proporciones enormes en todos los países civilizados de Europa, en donde la explotación de los hombres se hace en grande y es considerada como legal.

El dinero tiene el mismo objeto y produce las mismas consecuencias que la esclavitud.

Su objeto es el de librar al hombre de la ley natural del trabajo personal, necesario a la satisfacción de sus necesidades.

Las consecuencias son: la creación e invención de nuevos deseos cada vez más complicados y más insaciables. Un empobrecimiento intelectual y moral y una depravación. Para los esclavos es la opresión y el rebajamiento al nivel de las bestias.

El dinero es una forma nueva y horrible de la esclavitud y, como ésta, corrompe al esclavo y al dueño; pero esta forma moderna es más innoble que la antigua, porque desliga a uno y a otro de toda relación personal.

XVIII

Me admiro siempre que oigo decir que una cosa es buena en teoría, pero no en la práctica, como si la teoría no fuese más que una colección de palabras bonita* necesarias en una conversación y no constituyera la base de toda acción práctica.

Es posible que existan muchas ideas tontas y eso explica el empleo de tal razonamiento de índole periodística. La teoría es lo que el hombre sabe, y la práctica lo que hace. ¿Cómo puede ocurrir que el hombre piense de una manera y obre de otra?

Si teóricamente, en la cocción del pan, se debe amasar la pasta y ponerla luego en el horno, nadie, a no estar loco, hará lo contrario.

Sin embargo, entre nosotros se encuentra una fórmula para repetir esa inconsecuencia.

En el asunto en que me ocupo, lo que había pensado siempre se ha confirmado, a saber: que la práctica se ciñe inevitablemente a la teoría y, habiendo comprendido lo que era objeto de mis reflexiones, no puedo proceder sino en conformidad con mis ideas.

Yo quería ayudar a los pobres porque tenía dinero y porque participaba de la superstición general de que el numerario representaba el trabajo y era legal y útil.

Pero habiendo empezado a dar, advertí que mi dinero provenía del dinero de los pobres.

Yo procedía como los antiguos señores que hacían trabajar a sus siervos los unos para los otros.

Todo empleo del dinero, cualquiera que él sea, bien compra de alguna cosa o simple don de una persona a otra, no es más que la presentación de una letra de cambio girada contra los pobres, o la transmisión a un tercero de aquella letra de cambio, para que la paguen los desgraciados.

Por eso comprendí cuan absurdo era querer ayudar a los pobres persiguiéndoles.

El dinero no era ya un bien, sino un mal evidente, por cuanto que privaba a los hombres del bien principal, o sea del trabajo yde sus naturales frutos.

Veía que yo era incapaz de otorgar a otros ese bien, porque no lo tenía: yo no trabajaba y no tenía la dicha de vivir del producto de mi actividad.

No parecía tener importancia este razonamiento abstracto sobre la significación del dinero, pero lo hacía, no por acostumbrarme a razonar, sino para resolver el problema de mi vida y de mis sufrimientos. Era para mí la respuesta a esta pregunta: —¿Qué hacer?

Habiendo comprendido lo que es la riqueza y lo que es el carácter del dinero, vi de una manera clara y cierta, no tan sólo lo que yo debía hacer, sino lo que debían hacer los demás, y lo que harán inevitablemente.

Hacía ya mucho tiempo que conocía en el fondo aquella teoría transmitida a los hombres desde los tiempos más remotos por Budha, Isaías, Laodtsi y Sócrates y que nos fue expuesta, sobre todo, en forma clara y positiva por Jesucristo y por su predecesor San Juan Bautista.

Éste, contestando a los hombres cuando le preguntaban lo que debían hacer, les dijo: «Que el que tuviese dos vestidos diese uno al que careciese de él yque partiese su comida con el que se muriese de hambre» (Lucas, Evang. x, xi).

Jesucristo lo expuso con más claridad aún, diciendo: «¡Dichosos los mendigos y desgraciados los ricos! No se puede servir a dos señores, a Dios y a su vientre».

Prohibía a sus discípulos que aceptasen, no solamente dinero, sino vestidos; le dijo a un hombre rico que él no podría entrar en el cielo par causa de sus riquezas y que le era más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el cielo de los elegidos, y añadió que el que no abandonase todo lo que poseía, su hogar, sus hijos y sus campos, para seguirlo, no podría ser su discípulo.

Dijo su parábola acerca del rico, que, sin embargo, no obraba tan mal como los de ahora, pues que se contentaba con comer, beber y vestir bien, no obstante lo cual perdió su alma. En cambio, el mendigo Lázaro salvó la suya por el solo hecho de ser pobre.

Esta verdad me era conocida hacía mucho tiempo, pero las falsas doctrinas la habían obscurecido tanto, que se había convertido para mí en una teoría, en el vago sentido que solemos atribuir a esta palabra.

Pero desde que conseguí destruir en mi espíritu los sofismas de las doctrinas mundanas, la teoría se reunió a la práctica, y la realidad de mi vida y de la vida de los demás hombres me parecieron consecuencia inevitable de esa teoría.

Comprendí que el hombre debe servir, no solamente para su bienestar personal, sino también para el de los demás. Si se quieren buscar analogías en el reino animal, como hacen algunos para defender el principio de la fuerza y el de la lucha por la existencia, es preciso citar animales sociables, como las abejas, y por consecuencia el hombre está llamado, por su naturaleza y por su razón, a ser útil a los demás, y a perseguir un fin común y humano.