– Yo no le tengo rabia, se lo puedo jurar, lo que pasa es que me es lo mismo; por mí puede acabar leproso y hasta morirse que no me he de poner de luto, descuide.

Concha da Cona, desde que se fugó con el astorgano, estaba muy guapa y alegre, ¡buena diferencia!

– Las mujeres suelen mejorar con el cambio.

– ¡Anda! ¡Y los hombres!

Matías Chufreteiro se las arregla bien y no piensa volver a casarse.

– Si tuviera hijos tendría que mirar por ellos, pero como no los tengo… Purina era buena, sí, pero andaba siempre delicada y contando sus calamidades; lo malo de las mujeres no es que estén enfermas, todas están enfermas, ya se sabe, lo malo es que te cuentan su enfermedad y eso no lo aguanta ni Dios.

Matías Chufreteiro es aficionado al baile, al naipe y a la prestidigitación, también juega al billar y al dominó, cuenta cuentos con gracia, bebe copitas de anís dulce y le gustan las galletas de coco y las pastillas de café con leche. Con Matías viven sus dos hermanos pequeños: Lacrau, que es sordomudo y listo, y Mixiriqueiro, que anda delicado de salud y es inocente. Benitiño Lacrau va de putas una vez al mes, para eso trabaja y gana su buen dinero; Salustiño Mixiriqueiro casi no se mueve y se distrae suspirando. Purina fue muy guapa, guapa a lo lánguido, no como su hermana Loliña, la de Afouto, que era guapa a lo bravo, por aquí por el país hay muchas mujeres guapas de las dos clases, a Loliña la aplastó un buey contra la pared. A Julián Paxarolo también le llamaban Xiao. La mujer de Xiao Marvís Ventela, o Fernández, la relojera de Chantada, Pilar Moure Pernas, se tiñe de rubio, como está gordita se le ve mucho, y gasta caucholín, se tiene que rebozar de polvos de talco para que no se le pegue a la piel que está siempre un poco húmeda, claro, el caucholín lleva unos agujeritos; el primer marido de Pilar era muy celoso y no le dejaba ni teñirse ni llevar caucholín.

– No, no, una mujer decente tiene que ir a su ser, se empieza tiñéndose de rubio y llevando caucholín y no se sabe hasta dónde se puede llegar.

– ¡Pero, hombre, si mi hermana Milagros también lo lleva!

– ¡Allá su marido! A mí no me importa nada lo que haga tu hermana Milagros, a mí me importa lo que hagas tú.

Cuando Urbano Dapena, el primer marido de Pilar Moure, falleció de cólico, fue cólico miserere y expiró vomitando heces fecales, la recién viuda respiró de alivio; hay muertos que, con su óbito, llevan mucha paz a las familias. Urbanito, que asistió a la muerte de su padre, la criatura se escondió detrás de la cortina para ver todo bien, le preguntó a la madre,

– Mamá, mamá, ¿por qué papá cagaba por la boca?

Pilar Moure, tan pronto como se cumplieron los plazos que marca la ley, casó con Paxarolo.

– ¿Me vas a dar de mamar, Pilarín?

– Lo que tú mandes, rey mío, ya sabes que soy toda tuya, ahora sólo falta arreglar los papeles, pero mis tetas y mi cuerpo entero te pertenecen.

– ¡Caray!

Pilar se tiñó de rubio y se compró el caucholín antes de contraer segundas nupcias, hay algunas cosas, incluso muy íntimas, en las que el legislador ni entra ni sale. El nene Urbanito subió al cielo cuando andaba ya por el segundo hermanastro, se conoce que su madre y su nuevo marido no perdían mayormente el tiempo. Urbanito murió de anemia, se le cayó la paletilla siendo muy pequeño y de nada le valió que le dieran a comer flores de romero con pan de maíz y piojos alimentados por la madre.

– ¿Qué no haría una mujer por su hijo?

– Sí, eso también es verdad.

Pilar Moure paría con mucha naturalidad y sin mayor esfuerzo.

– A esto no hay que echarle teatro, las mujeres estamos para esto, para traer hijos al mundo, y la cosa tampoco tiene tanto mérito.

El santo Fernández no era santo, era beato. Mi pariente el santo Fernández nació en el lugar de Moire, parroquia de Santa María de Carballeda, término de Piñor, el día del Apóstol de 1808, a poco de renunciar Carlos IV a la corona de España. La enciclopedia Espasa dice que nació en Cea, provincia de León, lo que no es verdad, y en el artículo que dedica a don Modesto Fernández y González, el que se firmaba Camilo de Cela, lo hace natural de Carballeda de Avia, lo que tampoco es verdad; Carballeda de Avia queda al lado de Rivadavia y muy lejos de aquí. El santo Fernández era hijo de mis tatarabuelos don Benito, médico, y doña María Benita, sus labores, que casaron el 26 de mayo de 1794, al año de la ejecución de Luis XVI de Francia. El Espasa también yerra cuando le llama fray Juan Santiago; era fray Juan Jacobo, que quiere decir lo mismo pero es diferente, nombre que le puso su padre en honor de Rousseau. Mi tatarabuelo fue enciclopedista y por casa anduvieron rodando ocho o diez cartas de d'Alembert y tres o cuatro de Diderot hasta que mis tías Jesusa y Emilita las quemaron, al empezar la guerra civil, porque el P. Santisteban, S. J., un verdadero santo, les dijo que eran dos herejes impíos y les aconsejó que las destruyeran para el mejor aseo de su conciencia.

– El Enemigo Malo recurre a mil argucias para incitarnos al vicio y alejarnos de la senda verdadera.

– Sí, padre.

– Y, además, según observo, esas cartas están escritas en francés. ¡Desechad de vosotras la ocasión del pecado!

– Sí, padre.

El P. Santisteban, S. J., sorbió un pellizco de rapé, estornudó tres veces, ¡Jesús, Jesús, Jesús!, se sonó con estruendo, saboreó el último traguito de cascarilla, se terció el manteo con muy sabio ademán y adoptó un aire solemne, tribunicio y senatorial.

– ¡Arrojadlas a las llamas!

– ¿A cuáles, padre?

– ¡A las que sean!

– Sí, padre.

El insigne religioso dominico santanderino Rvdo. P. Daniel Avellanosa, predicador general y miembro de la Sociedad Geográfica, pronosticó que el número 25.888 sería, como así sucedió, el del premio mayor de la lotería de Navidad. Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le quitaron del todo las ladillas, la señorita Ramona respiró.

– Creí que ya no me querías, Raimundiño, pensé que ya no te gustaba, ¡qué malos días me hiciste pasar!

– No, tonta, es que tenía muchos problemas y preocupaciones.

– ¿No me los puedes decir?

– No; ésas no son cosas de mujeres, no las sabríais entender.

– ¿Es algo de política?

– Dejemos esto, lo importante es que estamos otra vez juntos.

Ádega se sabe bien sabida la historia de los Guxindes, hay quien les dice Moranes, que es casi lo mismo.

– Su pariente el santo Fernández era hermano de su bisabuela Rosa. A su pariente el santo Fernández lo martirizaron los infieles en Damasco, lo tiraron desde lo alto del campanario y tardó varias horas en morir. Su pariente el santo Fernández murió confesando la religión católica, los infieles le decían ¡abjura de tu fe, perro cristiano!, y él les respondía ¡no me sale de los cojones, mi fe es la verdadera! Su pariente el santo Fernández fue siempre muy templado. Antes de irse mártir, su pariente el santo Fernández tuvo varios hijos, dicen que once, cada vez que venía a España preñaba a alguna; a los hijos, para reconocerlos cuando hiciera falta, los marcaba al fuego debajo de la tetilla izquierda con una sortija de hierro que tenía. Me acuerdo muy bien de uno, el más pequeño, Fortunato Ramón María Rey, al que su pariente el santo Fernández echó en la inclusa de Santiago con tantas pesetas como días tiene el año, para que un ama lo criase. A Fortunato, cuando su padre subió al cielo llamado por Nuestro Señor, lo trajo para Orense un tal señor Pedro, de las montañas de los Peares, lo llevó a una aldea que no me recuerdo cómo se llama, si Moura o Lourada. El chiquillo salió de Santiago llamándose Fortunato Ramón María Rey pero creció con el nombre de Ramón Iglesias, con lo que perdió la herencia de un millón de reales que le dejara su padre el santo Fernández para cobrar a la mayoría de edad; en esto de las herencias, sus parientes fueron siempre muy descuidados, bueno, unos más que otros, claro.