El sacaúntos andaba con dos valencianos, don Jenaro y don Antonio, que también tiraban a lobo cuando perdían el sentido; de esto hace ya muchos años, cien o más, pero por aquí todo el mundo lo sabe. El sacaúntos mató a trece a bocados, nueve mujeres y cuatro hombres. Una noche en que la luna lo echó a lobo mató a Manueliña García, mujer con la que tenía un hijo, Rosendiño, al que también mató. A Manueliña la llevaba a Santander, que queda muy distante, en la mar de Castilla, donde iba a ponerla a servir en casa de un sacerdote, pero en el lugar que dicen Malladavella, en el bosque de la Redondela, le dio el pronto y los mató a los dos, también los medio devoró. Después estuvo tranquilo algún tiempo, tranquilo y distraído, hasta que se le volvió a borrar la luz y mató a Benitiña García, que era hermana de Manueliña, y a su hijo Farruquiño, que aún mamaba y tenía sabor a pescado, a éstos los mató en Corgo de Boy, que queda más allá de las Arrúas, antes de llegar a Transirelos. El sacaúntos no era muy grande, era más bien pequeño y además tenía los dientes podres. El sacaúntos hizo más muertos, Xosefa García era hermana de Manueliña y de Benitiña, aquella sangre se conoce que le tiraba, y murió en el camino de Correchouso. Y su hijo Xosesiño. Y Tonina Rúa y sus dos hijas Peregrina y Marica, que murieron en Rebordechao, a Tonina la quiso mucho el sacaúntos, estaba muy enamorado de ella y le enseñaba las partes cuando se cruzaban por el monte. También mató a otros cuatro: Xila Millarados, que pastaba puercos en Chaguazoso; Chucha Lombao Celmán, a la que atacó según se llega a As de Xarxes; Fuco Naveaus, un mozo que andaba a pájaros por Prado Alvar, y Benitoña Cardoeiros, una vieja que ya no valía para nada.

Felipiño o Tatelo sonríe con gratitud cada vez que alguien le paga un par de copas de aguardiente.

– Que Nuestro Señor se lo premie en la otra vida, amén.

Tanis Gamuzo cría mastines loberos, Kaiser, Sultán, Morito, perros bravos, fuertes y de confianza con los que se puede ir hasta el fin del mundo.

– Con estos animales, un hombre puede ir hasta el fin del mundo y no tiene ni que poner atención siquiera, con la carlanca bien en su sitio, a estos animales no los para ni un león.

Los perros de Tanis Gamuzo tienen el pelo como la seda (la lana es para los carneros) y son de color blanco con manchas castañas en la cara y en el cogote. Tanis se trajo sus perros de León, en Galicia hay perros simpáticos y listos y furabolos -el can de gando, el can de montaña, el can de palleiro, el can de presa-, pero no suelen ser de tan buena casta como los leoneses, se conoce que están más mezclados.

– ¿Cuánto quieres por un cachorro de nueve semanas?

– Nada, yo no vendo perros, si me juras que lo has de tratar bien, te lo regalo.

A Tanis Gamuzo le llaman Perello porque discurre muy deprisa, parece una bicicleta, lo mismo el bien que el mal. Rosa Roucón es la mujer de Tanis Gamuzo y le da al anís, se pasa el día chupando anís de una cantimplora. El padre de Rosa Roucón se llama Eutelo o Cirolas y es el consumero de más mala voluntad que hubo jamás en Orense, no se recuerda otro peor.

– Ese va a acabar mal, ya verá, un día le van a meter un hierro por cualquier lado y además sin avisar.

Los paisanos temen a Cirolas y procuran no tener mayor trato con él.

– No es de confianza y tampoco tiene buenas intenciones, lo mejor es pagar el real y marcharse cuanto antes.

El año pasado, en casa de la Parrocha, Cirolas le escupió en la cara al ciego Gaudencio porque no quiso tocar la mazurca Ma petite Marianne.

– Yo toco lo que me da la gana; a mí me pueden escupir y pegar, eso es fácil porque soy ciego, pero lo que no pueden es obligarme a tocar una pieza sí no quiero; vamos, si no me da la gana. Esa música no la puede oír cualquiera y sólo yo sé cuando hay que tocarla y lo que quiere decir.

Marta la Portuguesa se negó a ir a la cama con Cirolas.

– Antes me muero de hambre. ¿Por qué no le escupes a tu yerno, cabrón? ¿Tienes miedo de que te pegue una hostia?

La Parrocha puso a Cirolas en la calle para evitar la bronca.

– Anda, vete por ahí a que te dé el aire, mamón, que eres un mamón, ya volverás cuando te hayas serenado.

Tanis Gamuzo tiene más fuerza que nadie, a él le da la risa la fuerza que tiene, cuando mozo era el terror de las romerías. Si no fuera por el anís, daría gusto con Rosa su mujer: es buena y decente, lo malo es el anís. Sus hijos andan sucios y con las botas rotas, son cinco y todos van a su ser y sin mayores cuidados de nadie. Tanis Perello tampoco se da mucha cuenta, lo suyo es chapuzarse con Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, los dos en porreta, en la balsa del molino de Lucio Mouro, cuando la calor arrecia y la carne busca el refresco y el regodeo saludable. La parva de Martiñá no sabe nadar, cualquier día se ahoga mientras la enguilan a flote y a la sombra de los helechos.

– Sería gracioso, ¿verdad?

– ¡Hombre, no! ¡Pobre Catuxa! ¿A ti qué mal te hizo?

A Tanis Gamuzo, Perello, también le gusta columpiarse de las ramas de los carballos, así no se coge nunca la sarna, y pintar molinetes en el aire con el palo de las peleas, que es muy duro y lleva sus iniciales marcadas a punta de navaja.

– ¿Quieres que te parta en dos la cachola, como si fuera un níspero?

– No seas papón, Perello, no gastes esas bromas.

– Bueno. ¿Quieres que te pinche el vacío, como si fuera un neumático?

– ¡Calla, coño!

Ádega tiene muy pálido el semblante.

– ¿Se encuentra mal?

– No, espere que busque un poco de aguardiente.

Ádega no es ya ninguna moza pero aún anda derecha.

– Verá. El muerto que mató a mi difunto ya no descansó más, ni en esta vida ni en la otra, la sangre ahoga a la sangre y nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre, es la ley del monte. La familia del muerto que mató a mi difunto no era de por aquí, pero bien sabe Dios que tuvo tiempo de aprender la costumbre. Los papeles en los que se dice de dónde era la familia del muerto que mató a mi difunto -su padre era de Foncebadón, llegando a Astorga- se los dejó robar Coxo de Marañís, el escribiente del juzgado de Carballiño, el que antes fuera carabinero y hubo de quedar rangado en una pelea con los contrabandistas de la parte de Pontedeva, a mi hermano Secundino, eso ya lo sabe usted porque se lo dije bien claro. Usted, don Camilo, es un Guxinde, bueno, un Morán, tanto tiene, y eso se paga, ya lo sé, pero también hay que defenderlo hasta con la vida. Algún día le contaré mejor cómo robé los restos de Moucho, que Dios confunda. ¡Cómo se cabrearon los Carroupos! ¿Hace otra copita de aguardiente?

La octava señal del hijoputa es el pijo fláccido y doméstico, en casa de la Parrocha las pupilas se reían del pirulí de Fabián Minguela.

– ¡Parece un angelito de la Purísima! ¡Parece un angelito de la Purísima!

Moncho Requeixo, o sea Moncho Preguizas, es un soñador, puede que tenga mucho de poeta.

– Si quiere le pinto ochos en el suelo con la pata de palo, a mí no se me cae ningún anillo por complacer a una señora.

Moncho Preguizas semeja un caballero en desgracia, un paladín venido a menos y también, ¡vaya por Dios!, hecho de menos.

– Mi prima Georgina, antes de enviudar de su primer finado, el Adolfito, ya se entendía con Carmelo Méndez, con el que casó más tarde, o sea cuando pudo. Mis primas Georgina y Adela siempre fueron muy aficionadas a los pecados, la vida es corta y hay que aprovechar. El casal de macho y hembra de jesusitos curados se me murió pasando el mar Rojo, yo creo que fue mejor porque mis primas se los hubieran comido fritos para darme rabia, bueno, para marear. A tía Micaela, ya sabe, la madre de mis primas, también le gustaba el roce, yo le estoy muy agradecido, cuando era pequeño me dejaba que le metiese la mano por el escote y que le palpara sobos y le hiciera cosquillas por los muslos, pero sin quitarse las bragas, tía Micaela no se dejaba quitar las bragas, en eso era muy supersticiosa. ¿Puedo tomar otro café? Muchas gracias. Mis primas, a veces, bailan el tango con la señorita Ramona y con Rosicler, la de las inyecciones, y mi prima Georgina, cuando se calienta, pide permiso para desnudarse. ¿Me puedo sacar la blusa? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar el sostén? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar las bragas? Haz lo que quieras. ¿Te gusto, Moncha? Cállate, tía puta, y túmbate en la cama. ¿Apago la luz? No.