Orvalla sobre las familias y las personas y los animales mansos y silvestres, sobre los hombres y las mujeres, los padres y los hijos, los sanos y los enfermos, los enterrados, los desterrados y los viajeros. Orvalla igual que corre la sangre por las venas. Orvalla como crecen los tojos y los maíces, lo mismo que va un hombre detrás de una mujer hasta que la cansa o la mata de hastío, de amor o de calentura. A lo mejor el orvallo es Dios que quiere vigilar a los hombres de cerca, pero esto no lo sabe nadie. Pepiño Xurelo salió del manicomio gracias a los oficios de un médico, un abogado y un juez, ya es sabido que los jóvenes tienen inclinación a experimentos y teorías, que relacionaban las conductas con las hormonas.

– ¿Y eso cómo es?

– No sé, yo me limito a apuntar lo que me dijeron.

El médico, el abogado y el juez le preguntaron a Pepiño Xurelo si se dejaría capar (quien quita las gónadas quita el peligro) y él dijo que sí, que bueno, que tanto le daba. Los médicos, los abogados y los jueces dicen emascular.

– ¿Y no le hablaron algo del metabolismo y la descalcificación progresiva y dolorosa?

– Puede, no recuerdo bien.

Unos mueren de una manera y otros de otra distinta, en la guerra y en la paz, en la enfermedad, en el accidente y en el descuido, aquí no hay norma fija y tampoco está permitido elegir, no puede haber una regla general. Hay hombres que mueren defendiendo heroicamente un blocao, enarbolando una bandera y gritando patriotismos, pero también los hay a quienes se les para el corazón mientras se masturban con la mente poblada de ensoñaciones, en mi país no hay chumberas, planta hereje propia de tierra de moros: chilabas, higos chumbos, burros, lagartos, cabras y polvo, mucho polvo, no merece la pena venir hasta aquí para morirse. Los moros de la cabila de Tafersit son medio maricones, bueno, son también maricones, a ellos les da lo mismo. Lázaro Codesal tenía los ojos azules y el pelo como el pimentón, Lázaro Codesal se la menea dejando volar a Ádega en cueros, ¡qué bendición de Dios!, por dentro de la cabeza, es su costumbre, para esto de meneársela de memoria no hay como ser joven. Fue lástima que muriera Lázaro Codesal, unos muertos dan más pena que otros y también los hay que producen mucha alegría. Los Carroupos tienen una chapeta de áspera piel de puerco en la frente, es como la marca del ganado que rumia la yerba del veneno.

– ¿Tú distingues las yerbas venenosas?

– Sí, señor, por el olor y por el color y algunas también por el sonido, bueno, por el ruido que hacen cuando las bate el aire.

Gorecho Tundas va por el monte arriba con un ataúd a los lomos, una damajuana de petróleo y un saco de virutas.

– ¿A dónde vas, Gorecho?

– Voy al monte, a enterrar al Espíritu Santo.

– ¡Jesús, qué disparate!

– Bueno, ya lo verás cuando llegue la noche.

Cuando llega la noche Gorecho Tundas busca un sitio cómodo, una cueva llena de helechos en la que aún se rastrean las huellas de la raposa, se mete en el ataúd, se tapa con las virutas, se rocía el petróleo por encima y bien rociado y se planta fuego con un mixto: muere retorciéndose pero sin abrir la boca, se conoce que el Espíritu Santo le da fuerzas. Lo encontró Concha da Cona, que andaba por el monte poniendo lazos a los conejos.

– ¿Y cómo estaba?

– Pues hasta guapo, mire, muy quemadiño pero guapo.

La ocurrencia de Gorecho Tundas fue muy celebrada por todos.

– ¡La gente ya no sabe lo que discurrir para llamar la atención!

El hombre es un extraño animal que hace las cosas al revés, un animal que se lleva la contraria a sí mismo desde que nace. ¿Te gusta aquella mujer delgadita que va a lavar al río, la de la trenza? ¿Sí? Pues cásate y ya verás lo que es tener que aguantar a una pedorra, las mujeres se vuelven pedorras en cuanto se casan, bueno, al poco tiempo de casarse, nadie sabe a qué será debido, a lo mejor es una ley de la naturaleza. ¿Te gusta aquella mujer llenita que va a comprar pimentón a la tienda, la del pañuelo verde? ¿Sí? Pues mátala con un cartucho de postas o sal corriendo como alma que lleva el diablo, no vaya a ser que se te pegue como una lapa. ¿O como una ladilla? Eso, también como una ladilla, éste es buen año de ladillas. ¿No serán arañitas? ¡No, mujer, pareces tonta, qué han de ser arañitas, está bien claro que son ladillas! ¿Te gusta aquella mujer morena que lleva un cántaro de leche a la cabeza, la de la falda de vuelo? ¿Sí? Pues huye porque lo más probable es que sea un vivero de escorpiones, el hombre es una extraña bestia que juega a confundir. A Lázaro Codesal lo mataron a traición y sin darle salida, tirar a un mozo que se la está meneando tranquilamente debajo de una higuera es un hecho incalificable, un hombre no debe hacer esas cosas, la guerra es la guerra, sí, eso lo sabemos todos, pero en la guerra no se puede tirar al blanco, es una vileza, ni tirar por la espalda, ningún cadáver olió nunca tan mal como el de don Jesús Manzanedo, justo castigo de Dios, sus hijos lo rociaron con agua de colonia pero como si nada.

– ¿Va a ir usted al funeral de don Jesús?

– No; yo creo que es mejor que no salve su alma, olía demasiado a muerto.

El aparejador Celso Varela se toma un vermú todas las mañanas en el café La Bilbaína, a veces va también al bar La Superiora, su relación con Marujita terminó hace ya tiempo, aunque dicen que después volvió con ella. En la terraza del café La Bilbaína, un mes o mes y medio antes de empezar la guerra civil, hubo dos muertos a tiros; en el entierro hubo otros dos muertos más y las autoridades suspendieron las fiestas del Corpus. Los ánimos andaban soliviantados y la gente reñía a gritos y a palos, también a tiros, con la gente. Maruja Bodegón Álvarez, Marujita, leonesa de Ponferrada, era la cómica que apartó a Celso Varela de tía Emilita, bueno, cómica no era pero lo parecía. Celso quiso volver con tía Emilita, pero había pasado ya mucho tiempo y no pudo ser, estas cosas se enfrían y cuando se derrumban es muy difícil volverlas a levantar.

– No, no; yo me quedo con mi hermana Jesusa, yo he consagrado mi vida a la oración y a la caridad.

– Bueno, como quieras.

Baldomero Marvís, o sea Afouto, tiene una estrellita en la frente; no todos la ven, pero tener, ¡vaya si la tiene! La estrellita que lleva Afouto en la frente cambia de color, según: unas veces es roja como la espinela; otras, dorada como el topacio; otras verde como la esmeralda; otras blanca como un brillante, y así. Cuando a Afouto se le enciende la estrellita, no importa el color, unas veces es de un color y otras de otro, esto no lo sabe nadie, lo mejor es santiguarse y hacerse a un lado. Afouto manda en los Gamuzos, que son una nube, y en los Guxindes (otros les dicen Moranes), que son todavía más. Si el mundo no anduviera tan revuelto, por estos montes no se movería nadie sin permiso de Afouto, la raya del último monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal, pero las cosas andan desquiciadas y a Afouto le fue a cortar el hilo de la vida un desgraciado de familia venida de afuera, un muerto de hambre. El día en que a Afouto no se le encendió la estrellita, el demonio aprovechó para matarlo a traición. Por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco, pero muere. Loliña Moscoso, la mujer de Baldomero Afouto, mantuvo encendida la llamita de la ley del monte: el que la hace, la paga, ¿no lo hizo?, pues que la pague, nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre. Loliña Moscoso es guapa a lo bravo, cuando se cabrea está más guapa aún. A Afouto había que darle por la espalda y de noche, a Afouto no se le podía entrar de cara porque su mirar pesaba mucho, era un mirar de lobo. A Afouto lo mató un muerto del que nadie quiere acordarse, algunos ni pronuncian su nombre a ver si poco a poco se les olvida; el muerto que mató a Afouto mató también al difunto de Ádega y a diez o doce más, al muerto que mató a Afouto lo acorraló un pariente mío y fue a morir como un caballo viejo en la fuente das Bouzas do Gago. Cuando el lobo ataca, las yeguas forman un redondel con las cabezas para dentro, así defienden mejor a los potrillos, y lo reciben a coces, si le dan bien, lo estoupan. El griñón destronado no tiene defensa, tampoco tiene fuerzas para defenderse, y lo derrotan los lobos, primero lo derrotan y después se lo comen, lo que no quiere el lobo le va bien al raposo, y lo que deja el raposo vale para los cuervos, animalitos que son de resignado conformar, algunos cuervos silban la solfa con buen oído, en Allariz, hace ya algunos años, durante la dictadura de Primo de Rivera, vivía un republicano que enseñaba a los cuervos a silbar la Marsellesa, a lo mejor lo hacía para que rabiase el cura, se llamaba Leoncio Coutelo y era hermano del ciego Eulalio, alto y flaco como una espingarda y picado de viruelas, que tocaba a las señoras en las procesiones, como no veía se guiaba por el olor y no se equivocaba jamás. Ricardo Vázquez Vilariño murió en la guerra, le pegaron un tiro en el corazón (es un decir), esto es lo que tienen las guerras. Por estos montes anduvo el sacamantecas Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo que mató a una docena de fraile de personas a bocados. Felipiño o Tatelo, tuerto y con seis dedos en cada mano, sabía bien la historia.